Mauro Libertella: “Fuimos la última generación analógica, todo era más lento”
Después de su primera obra, Mi libro enterrado, el hijo de Héctor Libertella acaba de publicar El invierno con mi generación en el que rememora el fin de la adolescencia para su grupo de amigos
Etimológicamente, Libertella quiere decir libro para la tierra. Mauro Libertella incluye la etimología de su apellido en Mi libro enterrado (Mansalva, 2014), una autobiografía novelada en la que narra la muerte de su padre, el reconocido escritor Héctor Libertella. "Como mucho de lo que decía mi padre es relativo. En el sentido de que se iba generando mitologías propias, de algún modo iba ficcionalizando su vida, no sólo sus libros", dice una tarde de viernes en la terraza de Mama Racha, un bar de Palermo Soho que elige porque dice que suele ser tranquilo. No hay ni una persona a esta hora.
"En algún momento él me dijo que si a nuestro apellido lo cortabas en dos era libro y tierra. Siempre me pareció una imagen linda y muy elocuente que estuviera la palabra libro en nuestro apellido. Intenso y un modo de decir que la literatura ya está en el linaje familiar", dice.
- Está y hay que regarla...
- (Se ríe, como si lo descubrieran en una travesura de chico). Sí, que es lo que él hizo con ese árbol de la literatura que nunca dejó de regar. A veces desatendía otras cosas, pero también es algo de lo bueno que me dejó: la entrega absoluta a la literatura. Ese era él. Es un gesto romántico: siempre es bueno que haya un par de tipos así.
- ¿Contarlo en tu primer libro era un modo de despedir a tu padre y de iniciar vos el camino literario?
- Sí, totalmente. Cuando me puse a escribirlo no me estaba dando cuenta de que ése iba a ser un libro de entrada a la literatura. Además de ser un libro de duelo sobre la muerte de mi padre, sobre mi relación con él es un libro donde también me pregunto y de algún modo resuelvo cómo entrar a la literatura viniendo de una familia de escritores. Algo difícil: uno no sabe muy bien dónde insertarse cuando todos los caminos ya parecen allanados. Tenía esa aporía, esa duda.
- ¿El invierno con mi generación es una continuación de esa búsqueda?
- También se habla del inicio de la escritura, sí. Si nos centramos en las temporalidades, El invierno con mi generación va desde mis 16 a mis 23 años. Y el primer capítulo de Mi libro enterrado empieza diciendo: mi viejo murió cuando yo tenía 23 años. Se encastra justo. Después, Mi libro enterrado tiene muchos flashbacks: empieza con la muerte de mi padre pero todo el tiempo va hacia los años previos, esos que llamo años oscuros.
En ese sentido, son libros que se superponen, porque cuando cuento en El invierno...que estaba con mis amigos fumando un porro en una plaza, abstrayéndonos del mundo, también me abstraía de que mi viejo se estaba muriendo. El grupo genera esa especie de utopía y ficción de que el mundo no existe más allá de él. Eso es también la cara b de lo que estaba haciendo yo mientras mi padre se iba derrumbando: me iba a una plaza en el borde de la ciudad y decía ‘el mundo no existe, acá todo es perfecto’.
Esos paraísos perdidos que se inventaban en grupo, esa "trinchera social" desde la que habla Mauro en su segundo libro, funcionaban en paralelo con las vidas que no querían encarar: carreras que no les gustaban, el país sumido en la crisis del fin de la convertibilidad, conflictos familiares.
Mauro se detiene un instante ante la siguiente pregunta, prefiere apuntar algo más acerca de lo que une a ambos libros antes de avanzar. "Dijimos que Mi libro enterrado también trata sobre la entrada a la literatura, sobre la iniciación; El invierno con mi generación es eso también, aunque es un libro que cuenta todas iniciaciones: la del sexo, las drogas, la literatura, el descubrimiento de la amistad, de los discos, de la adultez.
Con 32 años, Mauro se considera recién llegado al mundo adulto. Dice que con los 30 le llegó la sensación de que la juventud se alejaba inexorablemente. Escribir fue un modo de seguir en esa sintonía grupal. "La escritura fue hermosa, era como volver a estar con mis amigos aunque haciendo algo productivo", dice. Se ríe de la ironía y aclara que sus años de juventud en medio de ese "no hacer nada útil" fue de lo más productivo, fue su tiempo de formación.
- ¿Por qué decidiste evocar la adolescencia en este segundo libro?
- Primero, porque no tengo tantas épocas de mi vida sobre las que escribir (vuelve a reírse). Con mi corta experiencia, a los libros que escribí los escribí porque había un conflicto que de algún modo necesitaba resolver, había algo del orden vital y humano: cuando muere mi viejo lo que me estaba dando vueltas en la cabeza era su ausencia, cómo resolver ese duelo, cómo lidiar con la carencia simbólica que él me había dejado; todas esas cosas me dieron vueltas durante cuatro años, desde que murió hasta que me puse a escribir el libro. En ese sentido el tema se impuso naturalmente porque era el conflicto que estaba dominando mi vida en ese momento. Después de haber resuelto eso, materializado esas sensaciones en un libro, me pregunté acerca del fin de la juventud: cumplí 30, sentí que estaba dejando de ser joven. Y llegó este libro.
- ¿Qué significó en vos lo grupal, esa fuerte pertenencia?
- Fue fundamental. Pienso que a este libro no lo escribí yo solo sino con ellos, es colectivo. Con un par de amigos a los que todavía veo, a los que les dediqué este libro, les digo: 'Salió una reseña de nuestro libro’. Hablo directamente en plural. Es el único momento de mi vida en el que podría decir que la subjetividad individual desapareció y me definí en términos puramente colectivos.
- Definís tus años de adolescencia como un tiempo en el que todo era más lento, ¿por qué lo sentís así?
- Vivíamos un mundo analógico muy distinto al de ahora, fuimos los últimos antes del digital. Hoy viernes me voy a juntar posiblemente con dos de los personajes de este libro, con "El Carpo" y con Iván. Hace días que tratamos de arreglar y es muy difícil encontrarnos. Nos da la sensación de que vivimos en una especie de vorágine constante de cosas y cuando nos juntamos nunca tenemos más de tres horas: hay que exprimir el tiempo, sacarle el jugo a ese precioso momento de amistad. Hay una especie de apuro, ahí vemos la velocidad. Para vivir ese momento entre amigos tenemos que robarle tiempo a la vida adulta en la que nunca hay tiempo.
El aceleramiento del que habla combina los deberes de la adultez y la disponibilidad de las nuevas tecnologías. La suya fue una generación analógica, sus vivencias desconocían el mundo digital. "Sé que ahora son más fáciles y cómodas muchas cosas. Pero no puedo evitar romantizar sobre la época de la música grabada en un TDK por un amigo, algo que escuchaba miles de millones de veces porque era lo poco que tenía. Lo gastaba hasta saberlo de memoria. Lo interiorizaba y absorbía de un modo mucho más profundo y verdadero de lo que me pasa hoy", compara. "Ahora tenemos toda la discografía del mundo a nuestra disposición. Eso está bueno. Pero me doy cuenta de que hoy consumo todo con mucha menor intensidad, salpicado, en zapping. Tengo el mp3 cargado de canciones y escucho temas sueltos que ni termino".
Hay nostalgia en Mauro al recordar esa juventud de tardes lentas en una plaza porteña, de conversaciones eternas en una terraza en la que nadie precisaba reloj, de papeles que en letra manuscrita iban registrando lecturas, ideas sobre libros que pasaban de mano en mano entre los integrantes de esa tribu urbana que quedó retratada en este libro. Bien podría sonar a lo largo de esta autobiografía novelada que es un ejercicio elegante de la buena memoria, la canción de Franco Battiato cuyo título evoca L’inverno con la mia generazione. Un músico que, como no podía ser de otra manera, conoció gracias a uno de sus entrañables amigos.
Por estas horas Mauro trabaja sobre un texto que será el retrato de la vida del escritor Mario Levrero. Eligió este personaje, este uruguayo que no hizo nada más en la vida que escribir, porque sintió que lo desafiaba narrar la vida de alguien así, tan quieto: no salió de su país, casi no tuvo trabajos formales, se dedicó a charlar y a escribir. En el proceso de entrevistas a personas que conocieron a Levrero, que Mauro necesita para componer este personaje, reparó en un tema crucial: Levrero era muy parecido a su padre. "Es un poco fuerte porque uno pensaba que se había sacado el tema de encima e inconscientemente busqué a un escritor que tuvo una forma de vida muy parecida a la de mi viejo. De muchas de estas cosas me di cuenta entrevistando a Ignacio, su hijo".
- Eras vos...
- Sí, tremendo. Dije: ‘Uy que fuerte’. Hacia allí vamos.
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