Si la crisis es la condición natural del teatro, más que nada del independiente, la pandemia ha llevado esto a una nueva dimensión. Comprometida la subsistencia misma de los jugadores principales de ese sistema heteróclito, con subsidios insuficientes y a destiempo, de esta situación nadie sabe cómo o cuándo se sale. Imposible saber cuántas cabezas tendrá esta hidra.
Uno de los estandartes más fuertes del teatro nacional, en tanto dramaturgo, director y formador de generaciones de teatristas a partir de sus míticos cursos, es Mauricio Kartun. Para marzo, estaba terminando un período de escritura y descanso en Cariló antes de tomar impulso para iniciar una nueva temporada (la séptima) de Terrenal, cerrar el ciclo de La vis cómica en el San Martín y pasar las dos propuestas a la sala Caras y Caretas. Hoy, esos proyectos han quedado en suspenso y la normalidad es otra. Kartun sigue en su casa de Cariló desde donde se ha dedicado a escribir un folletín por entregas. Con su lucidez característica, repasa aquí algo de su carrera y acerca algunas definiciones para estos tiempos tan extraños.
–¿Dónde lo encuentra hoy esta pandemia y su correspondiente cuarentena?
–Fue raro, en septiembre del año pasado decidí tomarme sabático este 2020 para dedicarlo a repensar todo un poco y a pasar algún tiempito en la casa familiar que tenemos en la costa. Venía de un año de zarandeo: muchos meses de ensayos complicados, estreno en teatro oficial, que es siempre un despelote, una temporada a riesgo en Madrid, y las dorsales que me pasaban factura de todo esto y de alguna omnipotencia más. Planeaba un poco de parate y me vino una avalancha. Acá en esta casa nos agarró la cuarentena en marzo a punto de volver a Buenos Aires a reponer La vis cómica y atender Terrenal en su séptima temporada, y en una pirueta de un minuto desarmamos valija, compramos fideos y nos quedamos. Y acá estamos, dos hongos más en la pinocha. Aislamiento redoblado porque esto es un páramo, pero nos adaptamos. Somos una pareja bastante plástica, nuestro lema de siempre: "Vamo y vemo".
–¿Cuáles fueron sus comienzos en el teatro? ¿Cómo llegó a la dramaturgia?
–Cosas de la deriva esta de la vida. A los diecinueve escribía narrativa y había ganado un concurso de por entonces. Escribía de manera imprudente y mimética, como solemos hacer al principio. Le cachaba el tono a alguno que me gustaba: Walsh, Dalmiro Sáenz, Piglia, que ahí recién empezaba; y le daba derecho y de oído. Del cuento aquel del concurso podríamos decir: letra Mauricio Kartun, música Abelardo Castillo. En el marco de lo que era mi vida entonces, laburando en el Mercado de Abasto y tratando de terminar muy retrasado el secundario, aquel premio fue una puesta en carril, me enchufó vías arriba en la escritura y me dio presión a la caldera. Buscando entrenar mis diálogos me metí en un curso de dramaturgia y fue amor a primera vista. Actores y actrices son un soporte más vital que el libro. Podés ir a comer con el soporte. Y si tenés suerte hasta te podés enamorar de alguno.
–¿Qué tomó de la dramaturgia de la generación previa a la suya y qué cambios cree haber incorporado?
–Heredé aquel concepto del teatro de ideas, al que por entonces, claro, no terminaba de entender. Teatro de ideas era simplemente hacer obras de explícito mensaje, pensaba. Con el tiempo comprendí su esencia: esa "idea teatro", la capacidad de pensar a través de la obra, de generar con la pieza una idea encarnada e inseparable de ella. No un "qué quiere decir" si no un "qué dice". No una ilustración, una idea: pensamos escribiendo y pensamos representando. En esta manera diferente de ver nuestro laburo tal vez haya algo que quede ahí para que otros picoteen.
Para el teatro como institución, para sus veinticuatro siglos, esto no será más que una cagadita de mosca en el enorme vitral. Pero para sus productores, técnicos y artistas es una catástrofe ejemplar
–Al menos desde el Edipo rey se puede ver cómo lo que sucede durante la peste es que salen a la luz una serie de verdades que nos encargamos mucho tiempo de tapar. En lo teatral, ¿qué situaciones le parece que han salido a la luz?
–La fragilidad profesional de este trabajo nuestro. Un laburo en el que todo se hace para deshacerse cada noche, una fantasmagoría. Alimentábamos la caldera todo el día sin parar nunca y no lo veíamos. La cosa funciona cuando hay continuidad ciega y cuando no, quedás colgado del pincel. Y todo el enorme capital con el que apoyamos esa fugacidad: salas, repertorios, escenografías, todo queda tironeándote de las patas. Para el teatro como institución, para sus veinticuatro siglos, esto no será más que una cagadita de mosca en el enorme vitral. Pero para sus productores, técnicos y artistas, los que padecemos el día a día, es una catástrofe ejemplar. Te cortan la luz con la heladera repleta. No será fácil animarse a llenar de nuevo el freezer.
–"Estrenar, estrenar", clama el dramaturgo Isidoro en La vis cómica. ¿Cómo resuena ahora ese ruego? ¿Cómo es la vida de los que hacen andar el teatro sin saber en qué condiciones concretas, para quién o cuándo podrá darse ese encuentro?
–Tropa zombi, somos, marchando maquillados por las redes. Haciendo videítos, inventando cursos por Zoom y festejando cada bolo virtual como un estreno en el Colón. En su espíritu atorrante, por suerte, el farandulismo no ha perdido el humor. Eso nos salva. Siempre.
–Sus últimas obras reflexionan con fuerza sobre el dispositivo escénico y los códigos que se generan allí. ¿Qué códigos nuevos cree que podrán generar los recientes protocolos, el streaming, las distancias que propone la nueva normalidad?
–No sabría hoy decir cuáles, pero los habrá sin duda y en cantidad. La historia del teatro no es otra cosa que la historia de sus convenciones, y estas son siempre resultado de una restricción. Las convenciones teatrales son lenguaje figurado: te muestro una cosa que puedo poner ahí arriba y vos te imaginas en cambio otra que yo no podría mostrarte. Para aquello que se puede hacer o mostrar en el espacio escénico no hacen falta figuras, lo mostrás y listo, las convenciones aparecen en el impedimento y son la forma de enfrentarlo creativamente. Durante la peste, Shakespeare escribió obras para gira, con menos personajes, y en esa restricción encontró una poética de condensación diferente y original. La inmigración masiva de hace un siglo creó los códigos acotados de un grotesco que hoy sigue configurando a buena parte de nuestro teatro. Y así. De esta rara situación pandémica saldrá mucho.
–Heiner Müller decía que haría falta cerrar los teatros un año para saber si era necesario el teatro. Ahora que algo parecido a eso está sucediendo, ¿para qué cree que hace falta, si es que hace falta, el teatro?
–Hay pocas cosas verdaderamente indispensables, digamos la verdad, y el teatro tal como lo hacemos por cierto no lo es. No son necesarias ni las salas ni las temporadas ni los festivales. Pero si no estuviesen, el teatro (que es mucho más que estas cosas) encontraría de manera natural la nueva forma de manifestarse. No es un puro entretenimiento, es mucho más: es la expresión de dos inteligencias especiales inseparables de nuestra vida, la inteligencia narrativa, la capacidad ancestral de entendernos a través de parábolas, de historias; y la mimética, esa forma asombrosa de inteligencia corporal que es lo fascinante de la actuación en vivo. Ponele que el teatro de sala se olvide, que quede discontinuado: ¿Cuánto tardaría en aparecer en una plaza un chabón relatando a un corro? ¿Cuánto más en ponerle ritmo y una musiquita? ¿Y cuánto en organizar al corro en escalones para que todos puedan ver? Tiene sus células madre el teatro, es regenerativo.
–Durante este período ha sumado, también, una veta de novelista a partir del folletín por entregas Konsuelo.
–Sin el estímulo del estreno los proyectos de dramaturgia en que venía trabajando se me desinflaron. Reventaron sería una metáfora más justa. De un día para el otro todas las ideas perdieron actualidad. Venía laburando un material sobre la pérdida de la orgía, de la gran fiesta, de la alegría tribal. De qué fiesta me hablás en esta nueva normalidad… Pero el escritor, como el músico, tiene que estar en dedos y la mano se me fue sola: necesitaba un proyecto que me impulsara, que me pusiera metas y plazos para romper la inercia esta maldita, y aprovechando la circulación que te dan las redes sociales me puse a publicar Konsuelo, un folletín por entregas, con capítulos cortos, a la medida de la paciencia virtual. Retomé el concepto blog que venía medio vencido y el boca a boca hizo el resto. Fue energía sana: me empujó a un lenguaje nuevo sin demasiados recaudos, con la imprudencia necesaria para poder fluir, y terminé con una novelita comprimida a la que le entraré alguna vez para llevarla al libro. Quien quiera conocerla: https://konsuelofolletin.blogspot.com/2020/07/capitulo-i.html.
–Además de su importancia específica en el universo teatral local, el rol de la docencia es uno con el que usted está fuertemente ligado. ¿Cómo se hace para que la escritura teatral sea un arte transmisible, enseñable?
–Hay un par de cosas básicas: la empatía en principio. Lo primero: abandonar toda creencia en la transmisión mecánica de procedimientos y confiar en el encuentro empático, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro y recién allí hacer el pasamano. Segundo: otro abandono, dejar la creencia en recetas y fórmulas, y concentrarse en los mecanismos del proceso creador y de sus energías. Buscar transmitir lo inefable, digamos. Cuando lo complejo se vuelve sencillo todo se ordena en un juego muy fácil.
–Muchos alumnos de Kartun, algunos con poéticas similares y otras muy distintas a la suya, han sido destacados en el concurso Nuestro teatro. ¿Qué piensa usted de ese legado suyo que se sigue reafirmando?
–Los maestros al fin y al cabo encontramos la pequeña trascendencia en lo que hacen los discípulos. Me hacen muy feliz estos logros. Algo de vanidad ingenua por ahí, pero más que nada un regocijo comunitario, la confirmación de que el viejo saber de la dramaturgia sigue derivando. Y más felicidad todavía cuando los que se destacan fueron alumnos de quienes fueron mis alumnos. La prueba de que la cadena está en marcha.
Kartun minibio
Dramaturgo, director de teatro y maestro, Mauricio Kartun (Buenos Aires, 1946) es una figura clave para entender el teatro argentino contemporáneo. Escribió y llevó a la escena, entre más de una veintena de obras, títulos como Sacco y Vanzetti, Terrenal (en su séptima temporada) y El niño argentino, en salas del circuito comercial, alternativas y públicas. También fue autor de versiones propias de clásicos como El Zoo de cristal, de Tennessee Williams y Romeo y Julieta de Shakespeare, ambas estrenadas en el Complejo Teatral de Buenos Aires. La vis cómica, en el San Martín, fue su último estreno.
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