Matías Umpierrez. La obra del artista argentino que vive en España
Matías Umpierrez es un artista y curador argentino, tiene 40 años y vive en Madrid desde 2015. Su trabajo está orientado a indagar sobre la relación que existe entre el espectador y la ficción en nuestros días. Con ese horizonte en mente, desarrolla hace años proyectos que se ubican en una frontera entre las artes performáticas y las visuales. "En todas esas obras intento generar una dialéctica entre memoria-olvido-público-escenario-discurso-escena-territorio. Voy cambiando de lugares, lenguas, dispositivos y disciplinas".
La obra de Umpierrez ha circulado por entornos muy diferentes: suele exponer en museos, pero también en edificios abandonados, estaciones de tren, fábricas de alimentos, iglesias, bosques o salas de teatro y cine de Buenos Aires, Montevideo, Nueva York, Madrid, Berlín y Moscú. Su carrera despegó después de foguearse, allá por 2007, como coordinador del área de Teatro del Centro Cultural Ricardo Rojas. En 2014, fundó el Festival Internacional de Dramaturgia en Buenos Aires.
La cuarentena detuvo su actividad pública, pero como muchos otros artistas, Umpierrez se las ha ingeniado para seguir en movimiento. Mantiene viva la Plataforma Fluorescente, un dispositivo transdisciplinar que creó con otra argentina, la productora Malena Schnitzer, para promover la colaboración entre creadores de distintos países. Y puso en marcha Intersecciones, un ciclo de conversaciones entre especialistas de distintas disciplinas que se estrenan los viernes en el canal de YouTube de esa plataforma: ya charlaron con él la violinista y compositora peruana Pauchi Sasaki y nombres importantes del teatro independiente argentino como Beatriz Catani, Mariana Obersztern, Romina Paula, Agustina Muñoz y el grupo Piel de Lava.
"Creo que la tragedia que estamos viviendo, el silencio de este momento y la falta de aquel cotidiano colectivo que reconocíamos en el exterior nos pueden estar dando también la oportunidad de generar un cambio excepcional que nos permita habitar en una realidad donde logremos dar prioridad a la vida humana, vegetal y animal por sobre la economía y el efecto de acumulación. De alguna manera, ese es el punto de partida para estas discusiones virtuales", subraya Umpierrez, quien ya tiene lista una nueva videoinstalación titulada Las lágrimas en la que actores y actrices aparecen llorando en primer plano. El espectador tendrá la posibilidad de calzarse unos auriculares para escuchar las historias que hay detrás de esas emociones (se puede tratar de recuerdos personales que los llevan a ese estado o simplemente de una apelación a las técnicas que les permiten interpretarlo en su profesión). Se estrenará no bien sea posible. También estrenará en México, Canadá, Colombia y España su Museo de la ficción, una instalación performativa que transita entre las artes vivas, el videoarte y el cine.
Trabajás todo el tiempo en el cruce de disciplinas. ¿Hay algún punto de partida habitual?
El punto de partida de mi producción es la performatividad del ritual. Por eso el teatro siempre está presente, desde diferentes perspectivas. Las preguntas principales que plantean mis obras son cómo nos relacionamos con la ficción y por qué la ficción sigue siendo importante para la humanidad a través de los tiempos. A partir de estos interrogantes trabajo en proyectos con diversos dispositivos que me permiten relacionarme con la ficción desde los mecanismos del presente. De ahí que aparezca mucho la interacción con la corporalidad virtual y la tecnología. Por más que nos resistamos a pensarlo, el mundo en el que vivimos está dividido en varias realidades. Tanto la realidad física como la realidad virtual tienen incidencia en nuestro cotidiano. Y en mi obra se entrelazan evocando el mito de la caverna de Platón: nos es difícil distinguir qué cuerpo invoca a otro. En esa conjunción está mi trabajo.
¿Te sentís más cómodo en el rol de artista o de curador?
Todos los proyectos en los que hice curaduría están ligados a mi obra como artista en el sentido conceptual de los interrogantes y las premisas, pero obviamente se diferencian en los procesos, las metodologías, el modo de creación y la lógica del resultado. Me gusta pensar que la producción de un artista no solamente se da desde la exhibición de su obra específica, sino que también se puede desplegar desde su filosofía de producción. Para mí, es clave generar entramados que me permitan dialogar con otros artistas y que, a la vez, sean la posibilidad de generar nuevas producciones y otros modos de percibir, de sentir y de relacionarnos. Se trata de crear nuevas formas de coexistencia para allanarle el camino al otro y ampliar la trama.
Unos días antes de que el drama del Covid-19 estallara en Europa, Matías Umpierrez viajó de Madrid a Londres. Hoy recuerda algunas imágenes que en aquel momento lo sorprendieron: "El vuelo estaba lleno y había gente que se cubría la boca con pañuelos y bufandas. Algunos usaban guantes y otros mantenían las manos en alto para no tocar nada. Había un clima incómodo y de miedo. Inclusive hubo peleas durante el viaje". Tres días más tarde, cuando emprendió el regreso a España, en el aeropuerto de Londres ya había entrado en vigencia el protocolo que obliga a todo el personal a usar guantes y mascarillas. Había empezado la nueva normalidad.
Umpierrez voló primero San Sebastián para participar en la feria de teatro y danza dFERIA y después volvió a Madrid en tren, cuando la realidad en su lugar de residencia ya era otra: "Estaba prácticamente solo en un tren de alta velocidad, algo insólito para ese tipo de transporte en España. La sensacion de asombro e incertidumbre de ese momento se prolonga hasta hoy. Me resulta difícil imaginar lo que vendrá después de esta tragedia. Creo que todos los Estados tienen que trabajar ya mismo en un plan que le dé un giro ecológico a la economía".
¿Cómo te parece que va a afectar esta pandemia a la producción artística? ¿Imaginás una oleada de obras que hagan referencia a lo que ya se denomina la nueva normalidad?
Primero, me parece interesante pensar que las artes han acompañado los distintos períodos de la historia humana, enfrentando catástrofes o pandemias, y siempre han podido subsistir gracias al trabajo de los artistas y al público. Si el arte es el encuentro con lo sensible, posiblemente existirá hasta que el último humano vivo lo recuerde. Sin embargo, también creo que cada crisis o catástrofe nos obliga a pensar nuestro hacer en relación con el tiempo en que vivimos. Algunos de los desafíos de nuestra época, que se hicieron muy visibles en esta instancia, tienen que ver con los controles y el abuso de los sistemas tecnológicos en la vida de las personas. A pesar de que este cambio empezó a generarse paulatinamente desde los inicios del siglo XIX, siento que todavía estamos en el principio de una era virtual que ha permitido crear y organizar eso que algunos llaman una vida sin cuerpo que, incluso en un momento de paralización global, nos permite seguir desarrollándonos y relacionándonos. No hago juicios de valor sobre esta realidad, sino que intento comprender mi tiempo mientras la antropología de la cultura digital hace su trabajo. Respeto a las generaciones que están construyendo su identidad a partir de esta realidad. No voy a convertirme en ese adulto que tanto critiqué en mi adolescencia. ¿Vamos a negar que hoy existen otros modos de percepción y fisicalidad? ¿Por qué pensar que la existencia de una nueva realidad y la conquista de nuevos derechos van a coartar la existencia de otros derechos o realidades? ¿Por qué pensar que la experimentación hará desaparecer a formas tradicionales que nos siguen identificando y que seguimos necesitando? En la medida en que no volvamos a las formas tradicionales de exhibición, prefiero preguntarme qué podemos hacer sin el cuerpo en un contexto incorpóreo donde la densidad de lo físico puede ser también una metáfora.
¿Tiene un rol político el arte contemporáneo?
Depende en qué condición del arte pretenda uno anclar su obra. Si es un proyecto con un horizonte puramente estético o también involucra al sensible. Muchos filósofos reflexionaron sobre estos asuntos. A partir de Walter Benjamin y su reflexión del "arte por el arte", se podría pensar en ese arte al que no le importan las víctimas si el gesto es bello. O en ese arte al que no le importa la muerte porque justamente intenta generar una obra inmortal. Esa estetización del arte también puede traducirse en la estetización de la política que le permitió al fascismo organizar a las masas aplicando el criterio de lo bello a la guerra. Por otro lado, sin pretender reinterpretar a Jacques Rancière, creo que sus textos nos invitan a pensar que la política y el arte no son dos realidades separadas porque son formas de división de lo sensible. Reconociendo que lo sensible es aquello que puede ser aprehendido por los sentidos, una obra de arte no debería ser absolutamente autónoma porque implica por sí misma una determinada política. Por eso creo que el arte no es solamente el disfrute de lo bello ni un manifiesto político dedicado únicamente a la denuncia o la propaganda. La conjunción entre arte y política es implícita, orgánica y, por ende, sensible.
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