Matate, amor: una novela y tres artistas talentosas en el nombre de "un ejército de rotas"
Fue el viernes de la semana pasada que la escritora Ariana Harcwicz, autora de Matate, amor, vio por primera vez la puesta en escena de su obra, esa a la que Érica Rivas le pone el cuerpo y que Marilú Marini dirige. Relato desgarrador que se presenta a sala llena todos los viernes y sábado, en Santos 4040. Obra que se recomienda de boca en boca y cuyas entradas se agotan con anticipación. La convocatoria de una charla abierta y gratuita con "este exquisito aquelarre de mujeres" (según la mirada de Diana Szeinblum, encargada del diseño coreográfico de la obra), repitió el éxito y citó a un público bien diverso ayer por la tarde, en la misma sala.
Una hora antes, Marilú, Érica y Ariana se permitieron analizar el éxito de la obra y de la novela que se convirtió en un símbolo de estos tiempos. Texto que a través de un lenguaje filoso, incómodo y sofocante rompe con el estereotipo convencional de la maternidad. "No iba a matarlos. Dejé caer el cuchillo. Fui a colgar la ropa como si nada. Abroché bien las medias de mi bebé y mi hombre. Los calzoncillos y las camisas. Me miré como una campechana ignorante que cuelga ropa y se seca las manos en la falda antes de entrar en la cocina", escribió Ariana en la primera página de Matate, amor, la novela que en 2012 fue publicada por la editorial Paradiso. La escritora Alicia Dujovne Ortíz dijo: "Este es un libro vivo, joven, desgarrado, de una hermosura salvaje, que se lee con esa misma respiración entrecortada con la que ha sido escrito".
Nominado este año al Man Booker International Prize, prestigioso premio literario del mundo anglosajón que lo obtuvieron Philip Roth y Alice Munro, entre otros, Matate, amor, pone el foco en una mujer extranjera que vive en una zona rural de Francia, acaba de ser madre y está totalmente asqueada de todo lo que la rodea: su marido, su bebé, la familia, los vecinos. "Acá estamos los tres juntos para una foto familiar. Brindamos por la felicidad del bebé y bebemos las cervezas, mi hijo sobre su sillita mastica una hoja. Le meto la mano y chilla, me muerde con las encías. Mi marido quiere plantar un árbol para darle larga vida al bebé y yo no sé qué decirle, sonrío como una gansa", se puede leer en las páginas de la novela que fue reeditada en 2017 por la editorial Mardulce.
"Esta mujer no nació como un personaje de esta época, no lo escribí bajo la impronta de los movimientos feministas –asegura Ariana–, la época volvió a poner el texto en un lugar interesante para ser interpretado, la época lo volvió actual."
Marilú, considerada una de las mejores, si no la mejor, actriz argentina con la particularidad que vive en Francia pero siempre vuelve (en septiembre, estrenará en el Teatro Cervantes, Sagrado Bosque de Monstruos, dirigida por Alejandro Tantanian) escucha atenta y destaca el lugar que ocupa el arte cuando se trata de derribar tabúes y explorar las zonas más oscuras del ser humano y sus vínculos. "Hablamos de esencia femenina: esta mujer creada por Ariana está buscando una libertad creativa, una libertad que permita pensarse cómo ser. Y eso es lo movilizador, lo que sacude a la gente que lee la novela y viene a ver la obra. Y Érica, le pone el cuerpo, le da palabras a ese discurso sensual, que nos toca, nos pega, nos acaricia y nos interpela. El poeta, el artista descubre y Ariana lo hizo. Hay cosas que uno entiende sin comprender", le dice Marilú, está vez mirando directo a los ojos de la escritora.
En escena, Érica tiene momentos, tal como destacó en este diario Alejandro Cruz "sencillamente demoledores". La actriz se corporiza en un grito femenino, que acompaña el momento actual. "Las que somos madres, en algún momento sentimos que algo no funcionaba bien con nosotras mismas –cuenta la inolvidable novia de Relatos salvajes–. Psicólogos y filósofos avalaban la idea de que nosotras estábamos enfermas por no vivir la maternidad, como decían que debía ser. Ariana, expuso el tema desde otro lugar, desde el arte, mostró la posibilidad del ser. Esta es una obra que genera empatía inmediata y también rechazo. Ayer, por ejemplo –hace referencia a la función del viernes– un hombre, al finalizar la obra estaba así (cruza los brazos y pone cara seria), la mujer lo codeaba, lo invitaba a aplaudir, pero él se negaba. Estaba enojado. Me hubiese encantado hablar con él, preguntarle qué pensó de la obra, qué pensó durante todo su vida, con esa mujer al lado, yendo al teatro a ver una puesta que no le interesa. Pasa mucho, que las mujeres arrastramos a los hombres al teatro, tal vez con la necesidad de decir ´escúchame, escúchame en esta obra´".
"Eso mismo te iba a decir –interrumpe Marilú–. Esa mujer quizá lo trajo para que nosotras le podamos decir lo que ella nunca le pudo decir, porque tal vez su voz está silenciada. Hoy, nosotras, las mujeres estamos tratando de ayudarnos, queremos pensar el mundo de otra forma, en el que se puedan articular con libertad y no dentro de un cuadro de lo que debe ser."
Resulta imposible en un cuarto copado por cuatro mujeres no identificarnos con las historias que nos atraviesan, que se repiten y que en estos días de empoderamiento cobran otro valor. "De los 14 a los 27 años milité, no lo hice en partidos políticos, sino desde la militancia de conocer historias, de meterme en escuelas rurales, del interior, de hablar con mujeres en los campos, en las villas. Tomar contacto con esa realidad, con casos de mujeres golpeadas, violadas, maltratadas en todos los sentidos posibles, todas esas situaciones me provocaron una gran angustia –hace una pausa Ariana y asegura–. Mi militancia hoy pasa a través de la escritura, pero no por hacer libros ideológicos, no es eso, sino por tomarme la libertad de escribir lo que quiera. Mi próxima novela se llama Degenerado (verá la luz por Anagrama fines de este año o comienzos del próximo) y me manejé libremente, es el único rigor que me impongo. Me azoto para ser libre, es mi modo de militar más profundo".
El último tiempo se instaló en la sociedad el concepto de la "nueva masculinidad" luego de que las mujeres comenzaran a correrse de los lugares establecidos. "La campana de este siglo sonó para nosotras, después de atravesar tantos otros –se apresura en observar la escritora, cuya obra ya fue traducida varios idiomas –. Hay hombres que me dicen, me preguntan y ahora ¿nosotros qué hacemos?"
"Reinventense –sugiere Érica–, piénsense otra vez. Es cierto, están desencajados, no saben qué hacer. Lo que pasa es que todo se está cayendo, la diferencia es que nosotras estamos acostumbradas que así sea, desde que nacemos ya sabemos que tenemos que reinventarnos permanentemente. Lo hacemos, quizá a los hombres les cueste más porque nunca lo hicieron, porque siempre vivieron con privilegios y es muy difícil salirse de ahí, no ser sinceros con nosotras, dejar de contestar de manera autoritaria, incluso cuando están pidiendo disculpas, porque hay formas violentas de pedir disculpas, digo, para que también estemos atentas qué es lo que se dice y en qué forma. Ahora, nos estamos ocupando de nosotras, estamos tan dañadas, no están matando cada día."
Uno de los pañuelos verdes de Marilú se cae. Tiene dos, uno está sujeto en su muñeca, el otro estaba suelto sobre la mesa en la que nos sirvieron el café. "Nosotras siempre nos ocupamos de los hombres, ya es hora de que ellos mismos se ocupen de hacerse la sopa, porque yo ya no te la voy poder hacer. El calzoncillo tampoco te lo voy a lavar, vas a tener que ir a lavadero vos solito."
Ese empezar a vernos de otra manera, tan implícito en la obra de Harwicz la lleva a pensar a la autora en que los personajes de sus novelas (La débil mental y Precoz) tienen recuerdos de violencia en la infancia. "Todas nosotras tenemos alguno. A mí, cuando tenía 12 años me persiguió un hombre por la calle, me mostró el miembro. Lo recuerdo, porque estaba yendo al dentista, tenía puesto los aparatos y el tipo se masturbó delante de mí. No lo puedo olvidar."
Detesta las metáforas militares, pero Érica no encuentra otras palabras para definir lo que hoy ocurre. "Somos un ejército de rotas, somos un montón de personas violadas, matadas, hechas mierda, que igual quiere que los demás no se mueran, por eso me sorprende, me parece loco que nos crean tan violentas y que esa violencia venga sobre nosotras otra vez, cuando lo que estamos pidiendo es otra cosa. Nunca dijimos que queríamos matar a alguien, es a nosotras que nos están matando."
Se escucha el murmullo de la gente que se acerca a la sala para participar de la charla.
Es hora de las fotos. El trío posa. Es la primera vez que lo hacen juntas para un medio. Son cómplices, son mujeres dispuestas a alzar la voz, a actuar, a escribir con libertad.
Con la sala llena, cuentan el back de los primeros cruces por llevar adelante Matate, amor. De ese primer encuentro entre Ariana y Érica, con varios Campari de por medio. "Lo mío fue sin alcohol, soy una señora grande, con varias historias con alcohol", cuenta divertida Marilú.
La complicidad del trío se contagia entre confesiones varias, como la rutina que tiene Ariana de escribirle mensajes a Érica cada vez que va a salir a escena. "Me cuenta sus sueños y yo los míos."
Temas
Otras noticias de Literatura
Más leídas de Cultura
Gestión libertaria. “Hemos logrado dar sentido a un gigante”, dice el director del Centro Cultural Borges
De Vargas Llosa a Stefan Zweig. Los hijos de Gabo donaron 300 libros de la biblioteca del Nobel al Instituto Cervantes de París
La historia detrás de la foto. Puesta en escena
Con Daniel Craig. El director del Museo de Bellas Artes actúa en "Queer", la nueva película de Luca Guadagnino