Máscaras de la verdad
El límite entre lo falso y lo auténtico en una eficaz novela
El punto de partida de esta novela, ganadora del Premio Planeta 2004, es un hecho verídico: el robo de La Gioconda en 1911 por un carpintero italiano llamado Vincenzo Perugia. Sobre esta mínima base histórica, Martín Caparrós urde una ficción centrada en el marqués Eduardo de Valfierno, un argentino que habría sido el cerebro organizador de ese delito. La construcción del personaje ha desencadenado una serie de polémicas que escapan a los propósitos de esta reseña.
En Valfierno la figura del marqués se va develando a través de una serie de identidades que asume en distintas etapas de su vida. Podría hablarse de máscaras, pero quizá convenga referirse a capullos de crisálida que preceden a su nacimiento. Las dos primeras son la infancia y la adolescencia del chico Bollino-Juan María, un inmigrante italiano cuya madre trabaja de mucama para una familia acaudalada que vive en las afueras de Rosario. Juan María estudia en un colegio de curas y en una tercera etapa se transforma en el joven Perrone, un anarquista que pasa cuatro años en prisión. A la salida de la cárcel adopta el nombre de Enrique Bonaglia, cocinero en una fonda, dependiente en una tienda y luego contable en un prostíbulo. Allí conoce al francés Yves Chaudron, un eximio falsificador de cuadros que le propone una sociedad: Bonaglia se encargará de vender sus copias como si fueran originales. Para llevar adelante esa tarea, Bonaglia se convierte en Eduardo de Valfierno. Más adelante su compinche y él se ven obligados a huir a París donde al "marqués" se le ocurrirá un golpe magistral que incluye el robo de La Gioconda con la complicidad de Perugia.
Caparrós -autor de No velas a tus muertos (1986), Dios mío (1994) y Amor y anarquía (2003), entre otras obras- evita a toda costa la narración lineal. Fragmenta el relato en estructuras que zigzaguean por distintas secuencias temporales, escenarios y puntos de vista. Poco a poco se comprende que la historia es producto de los testimonios recogidos por el periodista estadounidense Charles Becker, mediante entrevistas realizadas a sus tres principales protagonistas, en 1918 y en la década del treinta.
Sin duda el gancho inicial reside en el plan maquinado por Valfierno. Como se trata de un ardid sencillo y eficaz, Caparrós optó por dosificar su exposición con cuentagotas para potenciar al máximo su impacto y mantener el suspenso. A algunos lectores podrá fastidiarles este procedimiento que deliberadamente retarda el desenlace; otros morderán gustosos el anzuelo, atraídos por la curiosidad.
Una novela de época, que transcurre entre las últimas décadas del siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX, puede plantear dificultades para el lenguaje. Sin embargo, el autor logra un español convincente incluso en los diálogos en los cuales intervienen interlocutores franceses, norteamericanos o italianos. Sin necesidad de sujetarse a un verismo documental, el estilo se adecua al sentir de los personajes. En este último aspecto sobresale el episodio en que Bonaglia se enamora de la hija de su patrón, porque compensa con una dosis de romanticismo el cinismo de Valfierno y lo aleja del estereotipo.
¿Qué lo llevó a convertirse en un estafador? ¿Las circunstancias o una suerte de revelación existencial? "Va a ver que la verdad no sirve para nada", le dice a Becker en determinado momento, dándole a entender que las cosas que le cuenta pueden no ser ciertas. Desde su perspectiva, no reconoce una diferencia esencial entre realidad y ficción, entre verdad y mentira. Apoyado en esas convicciones ("nada es lo que es y todo consiste en aprender a transformarlo"), se lanza a la búsqueda de su identidad definitiva: "Yo no era quien era", confiesa, y se convence de que a través de una voluntad proteica puede ser la persona que elija ser. Dentro de ese contexto, la falsificación puede considerarse un arte ("Una vida sólo es obra cuando se la inventa") o una religión cuyo devoto "es un asceta [...] dispuesto [...] a la renuncia más completa", porque "sólo conocemos a los falsificadores fracasados; el otro, el victorioso, desaparece tras sus obras. La condición de su existencia es no existir". También representa una filosofía según la cual "el valor de la creación humana no es más que una ilusión [...]. Y que todo lo que hacen los hombres es copia o falsificación".
En esas reflexiones la novela alcanza su mayor hondura intelectual. Por eso, aunque Valfierno puede leerse como un thriller entretenido, resulta más valioso indagar su texto como una idealizada aproximación al retrato psicológico de un estafador.