Martín Kohan. “El verano y el calor suponen otra clase de disponibilidad de los cuerpos”
En su nuevo libro de cuentos, “Desvelos de verano”, el autor ahonda en el tiempo volátil e intenso de la estación del año donde, afirma, “impera la expulsividad”; crece la biblioteca estival de la literatura argentina
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“Los desvelos del verano no pueden compararse con otros -se lee al inicio de ‘El desvelado’, uno de los cuentos del nuevo libro del escritor y profesor Martín Kohan (Buenos Aires, 1967)-. El calor pegajoso y abrumador, su insidia sin retrocesos, no solamente no deja dormir al insomne, es acaso también lo que lo despierta”. En Desvelos de verano (Literatura Random House), trece cuentos comparten atmósfera y protagonista: el verano campea en pueblos serranos y playas de la costa atlántica, aeropuertos y localidades suburbanas, entre personajes subyugados, aturdidos o discretos. Si bien el autor de Confesión revela que la escritura estuvo suscitada por la lectura del italiano Cesare Pavese, los lectores encontrarán afinidades con los climas y narradores de Juan José Saer, Miguel Briante y Haroldo Conti, y los puntos de vista insólitos de otro “artista del verano”: el cineasta francés Éric Rohmer.
“Una parte sustancial surgió durante un verano en Traslasierra -cuenta Kohan a LA NACION-. Los otros se fueron agregando más tarde; me tendría que fijar en el cuaderno donde los escribí, anotando lugar y fecha, pero no puedo justamente porque estoy ahora mismo en Traslasierra, de vacaciones, y el cuaderno no lo tengo conmigo. Procuré que el verano no fuese solamente un tiempo, sino una atmósfera y un estado de cosas, y que esa atmósfera y ese estado de cosas abarcaran todo”.
En los cuentos se narran uno o dos crímenes por omisión (y algún otro por clarividencia), arrebatos, duelos y separaciones; raptos reales e inventados y atípicas fórmulas para vencer la vigilia. “No hay desvelo que resista, no lo hay, es imposible”, confía el narrador de “La desvelada”. El libro está dedicado a su pareja, la psicoanalista y ensayista Alexandra Kohan; lleva en la tapa una imagen del artista Alejandro Pasquale y en la contratapa, una frase del escritor, editor y académico Luis Chitarroni: “Martín Kohan llega a la clave unificadora -y paradojal- del verano; la que transmite su ansiedad y su anhelos, el vértice o el vértigo de su placer oscilante, el repudio de su reputación contagiosa”.
-¿Los cuentos pueden incluirse en una serie de relatos de autores argentinos sobre el verano?
-Seguramente sí, pero estos cuentos quedaron impregnados principalmente de la lectura de Cesare Pavese; la clave argentina es que volví a Pavese a partir de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. Dos frases me rondaban o cantaba por esos días: “Fuiste mía un verano, solamente un verano”, de Leonardo Favio; “Yo sé que no vuelve más el verano en que me amabas”, de “Tonada del viejo amor”, de Jaime Dávalos y Eduardo Falú. No digo que haya habido un traspaso directo, pero puede que haya algo de esa idea de un tiempo más intenso y más volátil.
-¿Son también cuentos eróticos o más bien sobre las promesas eróticas del verano?
-Diría que sí. Porque el verano y el calor suponen, entre otras cosas, otra clase de disponibilidad de los cuerpos, otra clase de accesibilidad de los cuerpos. Y otra forma de conectar espacios públicos y espacios privados: en lugar del repliegue y la separación que imponen los tiempos del frío, con el calor todo se vuelve en cierta forma más poroso, más abierto, más expandido, más ofrecido, menos resguardado.
-Aunque el cuento final se llame “Guerra fría”, ¿el contexto sociopolítico, tan visible en tus novelas, está más amortiguado en estos relatos?
-Me parece que en algunas novelas que escribí lo político funciona como una caja de resonancia, más que como un contexto en el sentido de una tradición de literatura social o política. Una caja de resonancia, con ecos o amplificaciones, según el caso; más que el marco referencial que supondría un contexto en su sentido clásico. Pero en otras novelas que escribí, como Cuentas pendientes, Bahía Blanca o Fuera de lugar, eso no está, la apuesta es otra. Entiendo que en estos cuentos se da lo mismo que en esas novelas. Escribo sobre otras cosas.
-¿En qué sentido los desvelos de verano no pueden compararse con otros?
-Diría que, entre los padecimientos del desvelo, consta el siguiente: que el cuarto en el que dormimos, la cama en la que dormimos, espacios de repliegue y cobijo, se nos vuelven hostiles y expulsivos cuando no podemos dormir. Y que son doblemente expulsivos en las noches de calor. Porque el frío de la noche, incluso de las noches de insomnio, nos invita a quedarnos adentro, metidos en casa, metidos en la cama. Con el calor, en cambio, la expulsividad impera a ultranza.
-¿Cómo construís los narradores de tus relatos? ¿El narrador está antes que la trama o vienen juntos a la hora de escribir?
-El narrador es siempre lo determinante. No hay trama ni personajes ni nada, o hay solamente esbozos, apenas intuiciones e intenciones, hasta no tener medianamente definido el narrador: su tono, su registro, su perspectiva, su relación con lo que se narra, etcétera. En el caso de estos cuentos, que creo que están especialmente construidos alrededor de lo que se ve y lo que no se ve, lo que se dice y lo que se calla o lo que se rumorea, entre lo que se sabe y lo que no se sabe, la definición del narrador fue más determinante todavía.
-¿Qué libros elegiste para leer este verano y en qué trabajás actualmente?
-Los libros que, por razones de trabajo, fueron quedando relegados a lo largo del año, o de la última parte del año: la novela de Matías Capelli, la novela de Carla Maliandi, la novela y los cuentos de José María Gómez, el experimento de traducciones y versiones de Mariano Siskind, el ensayo autobiográfico de Clara Obligado, el ensayo de Eduardo Berti sobre Troilo, la recopilación de entrevistas a Rodolfo Walsh que editó Mansalva, entre otros. En cuanto a escritura, estoy con un ensayo entre manos, que espero que me esté saliendo bien.
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