Martín Caparrós escribió una novela inspirada en la vida de Milei que nunca podrá publicarse en papel
“Vidas de J. M.” es digital e interactiva: según los links que el lector va cliqueando, la historia toma el camino de las drogas, el fútbol o la política; como una versión “sucia, cruel, argenta, sexual, violenta, perversa, brutal, morbosa, anárquica” de la saga “Elige tu propia aventura”
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La nueva novela del escritor y periodista Martín Caparrós es digital, interactiva y solidaria. Además, tiene como protagonista a Julio Méndez, un “rubito porteño” que no solo comparte iniciales con el presidente Javier Milei, sino también algunos aspectos biográficos. Vidas de J. M. se puede leer en la página web de Revista Anfibia desde $ 2500 en la Argentina y cuatro dólares (que se pueden pagar vía PayPal desde cualquier lugar del mundo). El autor, que reside en Madrid, decidió donar todo que se recaude para la reconstrucción de la redacción de ese medio, que fue destruida por un incendio en marzo.
“Cada quien puede ir recorriendo un camino distinto según los links que elija cliquear -dijo el autor-. En ese sentido, nadie leerá el mismo libro: alguien leerá un libro, todos los otros, otros; cada quien irá ordenando el suyo. Pero ‘elegir’ es una palabra engañosa: al cliquear un link el lector no sabe adónde va”. La novela atraviesa la biografía del protagonista desde la infancia, con un padre maltratador, una madre cómplice y una hermana menor a la que protege, hasta la adultez. El recorrido recala en tres destinos posibles: drogas, fútbol o política. Vidas de J. M. tiene doce finales.
No es una novela por entregas ni una novela en clave. “Es una novela interactiva, donde cada lector va armando su camino -define Caparrós en diálogo con LA NACION-. Siempre me sorprende e impresiona que sigamos escribiendo novelas como si lo hiciéramos con pluma de ganso sobre un pergamino, como si tuviéramos que disimular que las escribimos en una computadora. Llevamos más de treinta años con estos aparatos y se diría que no nos interesa explorar sus posibilidades. Así que hace tiempo que tengo ganas de probar formas que solo son posibles con estas herramientas, y esta novelita es exactamente eso: un ramillete de unos cien textos relacionados entre sí por hiperlinks”.
"Vidas de J.M.", una novela interactiva de @martin_caparros ya disponible en Revista Anfibia.
— Revista Anfibia (@revistaanfibia) June 24, 2024
Podés recorrer el camino que quieras 👉https://t.co/wWaPF6uGKZ
En los textos, los lectores encontrarán palabras en las que se puede cliquear. “Según cuál se cliquee irá a un texto u otro, una dirección u otra, o sea que cada historia será diferente -explica el autor-. Una de las cosas más interesantes de este formato es que ningún lector leerá lo mismo. Así que nunca podrá publicarse en papel: esa es su diferencia específica”.
“Entonces para eso convencieron a los pobres de que tienen derecho a que les den cositas, un techo, su comida, no por nada, no porque hagan nada, solo por ser pobres, y así no hay país que aguante, te lo hunden con ese invento de que hay que darles lo que necesitan -cavila el protagonista de Las vidas de J. M.-. A la final son como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, y lo que me desespera es que tantas veces parece que nos ganan, nos engañan, nos engatusan con sus sonrisas y sus mentiras chotas, y algunos de los buenos se desesperan y se creen que no va a haber salida pero yo sé que sí, que los argentinos de bien algún día los vamos a colgar a todos. Va a ser lindo ver correr toda esa sangre de lacras antipatrias, limpiar nuestro país de una buena vez por todas y vivir como nos merecemos y nunca más, te juro, mi Argentina, nunca más, quejarnos de vivir en tu cintura”.
¿Es Julio Méndez un álter ego de Javier Milei? “Tendrás que preguntárselo a él; después me contás -responde Caparrós, crítico de las políticas del líder libertario-. Yo mientras tanto sigo bien, acá sentado, y terminando un libro muy de papel que se va a publicar en octubre”. Este año, Random House lanzó El mundo entonces. Una historia del presente, que tiene por autora ficticia a una historiadora del siglo XXII.
Inspirada en la vida de Milei, Vidas de J. M. pasa a formar parte de la tradición inaugurada por Rayuela (y explotada por la serie Elige tu propia aventura) aunque en una versión “sucia, cruel, argenta, sexual, violenta, perversa, brutal, morbosa, anárquica”, según los editores anfibios. “Tuvimos el honor de que Martín eligiera nuestra revista para publicar su experimento -dice Ernesto Picco, integrante del equipo de Anfibia, a LA NACION-. Coincidió con el momento en que se incendió la redacción, a principios de año, por lo que todo lo recaudado será destinado a la reconstrucción y por eso estamos muy agradecidos”. Vidas de J. M. está online desde anoche y ya cosechó lectores a un lado y otro del Atlántico.
Un fragmento de la nueva novela de Caparrós
El chico rubito odia que le digan rubito: le parece que es una forma –otra más– de rebajarlo. Si los demás chicos quieren hablar de su pelo que digan que es rubio o que no digan nada. Y siempre será mejor que no digan nada, pero el problema es que no es solo el pelo: con él todo es así, como un ataque. Todos siempre lo atacan, como si fuera siempre fácil. Y así son los movimientos lentos, deliberados, deliberadamente lentos con que su padre se saca el cinturón de cuero de la cintura de su pantalón marrón, enrolla la hebilla alrededor de su mano derecha, prueba el cuero gastado contra la izquierda tres o cuatro veces y le dice que se baje los pantalones –a él, al chico rubito, le dice que se baje los pantalones cortos– y se arrodille en el suelo con el culo levantado, la espalda bien derecha y la cabeza y los brazos apoyados en la silla –los dos brazos, le grita, apoyados en la silla– porque lo que acaba de hacer se merece una paliza seria.
El chico rubito le pregunta balbuciente, entrecortado que qué acaba de hacer –no sé, papá, yo no hice nada, te lo juro– pero su padre le dice que no sea pelotudo que él sabe bien qué hizo. Entonces el chico rubito le dice que lo perdone, que no sabe pero que le jura que no lo va a hacer más y su padre le dice que no sea mongólico que si no sabe qué es cómo le va a jurar que no lo va a hacer más y que además no hay que jurar en vano y que si los curas no se lo enseñaron ya se lo va a enseñar él, que son cinco más para que aprenda a no jurar pavadas.
Son veinticinco. Iban a ser veinte pero los cinco agregados los volvieron veinticinco. El chico rubito ya sabe cómo es todo el recorrido: los cuatro o cinco primeros son los que menos duelen, quizá porque todavía no tiene la carne del culo lacerada o porque su padre todavía no tiene la mano calentita o porque todavía le da un poco de cosa pegarle así a su hijo o porque le gusta hacerle creer que van a ser livianos, para que se ilusione. Y después vienen tres o cuatro que empiezan a ser brutos: ya los siente en serio, su padre resopla cada vez que le pega, el silbido del cinturón en el aire se hace más agudo, su golpe en su culo más chasqueado y él, el chico rubito, le dice no papá no papá pero sin fuerza, sin esperanzas, sabiendo que no tiene ninguna posibilidad de parar los golpes, entonces llora, grita, dice basta papá me duele me duele mucho papá, por favor, basta.
Y, entonces, lo peor es mirar la cara de su madre –porque la voluntad de su padre o la costumbre o quizás el deseo de su madre exigen que cada vez que lo azota tanto su madre como su hermanita tienen que mirarlo. La cara, entonces, de su madre: la forma en que se muerde el labio inferior que alguien, a primera vista, podría confundir con pena o con dolor pero que, en realidad, piensa el chico rubito, es pura admiración por la fuerza del padre, de su marido desencadenada sobre su culo que ya empieza a hacer sangre.
Y la forma en que cierra los puños como si ella también hiciera fuerza para acompañar o aumentar la fuerza de esos golpes, y a veces la respiración ruidosa que se le acompasa con la del padre, su marido, como si sus pulmones azotaran juntos. Y entonces vienen diez horribles: su padre ya le pega sin más freno, él tiene el culo atravesado de tajos y moretones que hacen que cada golpe sea, además, el rebrote de un golpe anterior. Y la cara de su madre sería aterradora si no fuera porque ya aprendió que en ese momento es mucho mejor cerrar los ojos.
Hubo tiempos en que quería mantenerlos abiertos para poder prever la llegada de cada latigazo y endurecer un poco el culo o hacer algo o por lo menos que no lo tomara por sorpresa, pero con el tiempo ya aprendió a detectarlos por los ruidos, los silbidos del cuero, las respiraciones, así que prefiere cerrarlos –con una fuerza que le duele casi tanto como el culo– para no ver la cara excitada de su madre. (Al fondo, siempre un poco más lejos, su hermanita llora o gimotea; él la oye, prefiere no mirarla porque sabe que si la mira ella va a llorar más y su padre, alguna vez, la ha castigado por llorar. No la castiga con azotes, pero tiene sus métodos: a veces, por ejemplo, le secuestra durante tantos días su muñeca favorita, una barbie vestida de enfermera, o le prohíbe a su esposa –a su madre– que vaya a darle un beso cuando apaga la luz, cosas por ese estilo.)