Martin Amis retrata a Philip Larkin
No a todo el mundo le gusta lo que escribe Martin Amis, como lo prueba al menos la crítica inglesa. La animadversión contra su última novela Inside Story (2020) mostró reparos múltiples y coloridos: se señaló que mal se podía llamar novela a una serie de fragmentos autobiográficos en desorden, se le marcó el destrato de los personajes femeninos –en particular de uno imaginario– y se apuntó la mira contra los consejos que intercala sobre cómo utilizar el idioma y emprender la definitiva guerra contra el cliché.
"Los versos de Larkin son de una eficacia consumada para mirar de frente la mortalidad "
Desde dentro –el título con que acaba de publicarse el libro en castellano, perdiendo en el pasaje la alusión del original a la inside information– es en todo caso Amis al ciento por ciento. Puede ser que el mundo haya cambiado sus contraseñas y la verba desenfadada que tan moderna resultaba en Money (Dinero) o en London Fields (Campos de Londres) –novelas del siglo pasado– suene hoy a un exceso de estilo o a incorrección política de la vieja guardia. Nada de eso parece preocuparle demasiado al escritor inglés –hoy vive en Estados Unidos– que propone la disección sobre la mesa anatómica de la literatura de algunos aspectos personales sin descartar la fabulación descarada. La información clasificada más interesante, contra todo, gira alrededor de un tridente literario. Su amigo íntimo el periodista Christopher Hitchens (ateo firme e izquierdista contradictorio), que murió de cáncer en 2011; su admirado Saul Bellow (1915-2005), el novelista de Herzog; y Philip Larkin. Del poeta inglés se permite sospechar que, por un desliz materno, acaso sea su verdadero progenitor. Es una broma narrativa: basta comparar las fotos de Larkin, Kingsley Amis –el padre escritor de Martin– y de él mismo para descartar cualquier prueba de ADN.
Esa fantasía de vínculo con Larkin (1922-1985), al que Amis conoció durante su juventud en condición de amigo íntimo de la familia, pero no en profundidad, tiene su interés. Hay un enigma Larkin, por mucho que todas las cartas sobre su personalidad parezcan estar a la vista. Fue el poeta “más querido de Inglaterra”, pero esa popularidad era inversamente proporcional a sus fobias públicas. Espíritu irónico de técnica perfecta en ritmos y consonancias, Larkin no fue prolífico (un libro por década). Sus poemas, escritos en la opacidad de una existencia de bibliotecario provincial, reflejan una mente brillante, pero convencida de que en su caso –extintas las ambiciones de juventud– las aventuras de la vida son una causa perdida.
La gracia más inmediata de Larkin está en su sensación de inadecuación, y Amis no se priva de citar poemas a mansalva. El famoso “Annus mirabilis”, en que declara que las relaciones sexuales empezaron en 1963, ya tarde para él, entre el levantamiento de la prohibición de El amante de Lady Chatterley y el primer disco de los Beatles. En “High Windows” le envidia a una parejita las nuevas transgresiones carnales y las bondades del diafragma. Hay muchos versos más, algunos meditativos; otros de puro humor descarnado.
Martin Amis acude a algunos detalles personales que explicarían en parte esa retracción vital cada vez más acentuada. Philip Larkin nunca vio a sus padres besarse o abrazarse -se sostiene en la novela- y en una carta a su pareja, Monica Jones, le confiesa que, contra lo que todo el mundo creía, si se anunciara de pronto la suspensión del sexo “su vida no cambiaría en absoluto”. No es sorprendente que el autor ingenioso y melancólico sea asimismo un poeta depresivo que extrañaría el mundo en caso de morirse, pero nunca podría añorar –a diferencia de Bellow o Hitchens, como subraya Amis– a alguna de las criaturas que lo pueblan. Quizás a Larkin convenga definirlo por “Aubade” (“Alborada”), el mejor poema sobre el pánico que puede producir la idea de la muerte en momentos de insomnio . En todo caso, el siempre irreverente y ya septuagenario Amis presenta en Desde dentro sus escuderos para mirar de frente la propia mortalidad. Los versos de Larkin –y la ilusión de poseer su genética– son, para eso, un antídoto de eficacia consumada.