Marta Minujín, entre el dolor y el color
En medio del duelo por la muerte de su pareja de 60 años, la artista inauguró la muestra IMPLOSIÓN! en la Fundación Santander; dice que perdió 10 kilos y anticipa que su próxima obra será “Vacunación Global”
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“Nacés, morís, hacés el amor, te pueden matar arriba de un colchón. Tienen vida. Por eso empecé a recorrer los hospitales de París buscando los colchones que tiraban a la noche”. Dice la Marta Minujín de 2021 custodiada por dos gigantografías que muestran a la otra, de la que está hablando ahora, la enfant terrible que irrumpió hacia 1963 en la escena del arte llevando la iracundia del informalismo al espesor blando de los colchones. Están instaladas en el espacio de la Fundación Santander (Paseo Colón 1380) como parte de IMPLOSIÓN!, una muestra en tres partes que se suma a “Pandemia”, la obra que hizo recortando y pegando 26 mil tiritas de tela y que inauguró en el Museo Nacional de Bellas Artes. No solo son obras que Minujín produjo durante el encierro sino que serán, en su historia íntima, las primeras que haya inaugurado sin Juan Carlos Gómez Sabaini, Bebe, su pareja durante sesenta años que murió el 12 de marzo. “Perdí diez kilos trabajando”, dice Minujín a quien ya se reconoce por su perfil esquelético. Mientras habla, sus característicos Ray-Ban espejan la forma de una mesa con un botella de coca en el centro de sus ojos: son sus otros ojos, la prótesis ocular de la sociedad de consumo. Visión pop.
Es sábado a la tarde y esta obra working progress que se inaugura el miércoles está atravesada por una sensación casi beatífica. De un cubo de 4 metros de largo por seis de alto llega la música minimalista de Philip Glass, un loop cortado por la misma Minujín. La ambientación tiene algo de capilla, un espacio donde lo físico se pierde o se diluye en una contemplación extasiada. Ahora mismo están allí su hija menor Gala y sus nietos Isabel y Benjamín pero antes habíamos atravesado ese mismo portal donde una filmación de un minuto de sus colchones se repite ad aeternum creando una distorsión propia de la psicodelia, cultura que la misma Minujín impulsó en Buenos Aires con Importación/Exportación en 1968. Ahora dice que este espacio en el que el observador parece flotar es “trans-psicádelico” porque está más allá de la psicodelia. “Lo psicádelico lo tengo adentro, no me lo pude sacar nunca”, asegura. Se la escucha con energía y entusiasmada, pero nunca se sabe bien lo que no dejan ver sus Ray-Ban: “Cuando trabajo estoy bien cuando no trabajo, no”. Dice que volver a su casa y que Bebe no esté es rarísimo y que todos estos años el economista fue su cable a tierra y ella su cable pelado. Que ella nunca iba a las reuniones con las mujeres de los banqueros y que él no participaba del ambiente artístico en absoluto. Nada de toda esta amalgama de amor y compañerismo está expresada en este espacio llamado “Arte Inmersivo” y, sin embargo, el efecto del sonido y las imágenes es embriagador en un sentido de trance, como si la obra hubiese sido imaginada para atravesar este momento como una celebración multicolor. Del mismo modo que “Pandemia”, en la que Marta invirtió mil doscientas horas, esta obra supone una meditación que, en apariencia, pareciera ir en contra de su energía hiperkinética.
IMPLOSIÓN! se completa además con una escultura blanda, una estructura de colchones pintados llamada “Conceptos entrelazados”, que forma una especie de juego óptico con dos espejos. Es una especie de menhir franqueado por esas gigantografías donde se puede ver a Minujín antes de Minujín. La chica que Rafael Squirru llamó “Hembra primordial” antes de que el Premio Di Tella la proyectara como “la loca de los colchones” en 1964. “Colchonera”, dice ahora sobre sí misma y bebe una lágrima en vaso de plástico.
En la terraza de la Fundación Santander está la tercera parte de IMPLOSIÓN!. Se trata de una cabeza de Minujín (su isotipo) hecha de hierro cuyos anteojos brillarán con luz de neón y en la que el público encontrará un código QR con preguntas sobre el siglo XXI. Se llama “Autorretrato mediático”.
En los últimos años Minujín pasó la mayor parte de su vida en aviones, ya fuera por la instalación del Partenón de Libros Prohibidos en la Documenta de Kassel como por la llegada de Menesunda Reloaded a Nueva York. La pandemia la obligó a permanecer en su legendario taller de la calle Humberto Primo y mantenerse viva con estas obras obsesivas que siguen el patrón de la música que suena en el ambiente. Es un reflejo de su impulso modernista: habla de los pioneros minimalistas La Monte Young y Steve Reich como figuras inspiradoras. Sin embargo no es esta ni ninguna otra la música que escuchaba en el taller mientras hizo Pandemia e Implosión. “Mi música eran las noticias”, dice Marta, atravesada por las ideas de Marshall McLuhan. Tal es así que anticipa que su próxima obra se llamará Vacunación Global y seguirá el patrón de Pandemia, pero en el color azul índigo que tiñe todo lo relacionado con la cura del Covid-19. Mientras tanto una nueva versión de su obra Comunicando con Tierra (1976), hecha con tierra de Machu Pichu, se verá en una colectiva en el CCK desde junio.
“¿Qué es lo que se refleja en mis anteojos”?, quiere saber Minujín y hace que la grabación se detenga para poner el smartphone en modo cámara. En pocos días la superficie vidriada de este edificio corporativo estará ploteada con esta cara en una versión de siete metros cuya boca será el ingreso a su IMPLOSIÓN!
Para agendar
IMPLOSIÓN! puede visitarse, a partir del 7 de abril, en la Fundación Santander (Paseo Colón 1380).
Pandemia, parte de El canon accidental, está en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473). De jueves a domingo.
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