Marta Minujín y Delia Cancela: Mujeres al borde de un ataque de arte
Marta Minujín y Delia Cancela se dan la mano y corren, saltan, hacen poses, se ríen y discuten todo: en qué año se conocieron, cuándo se dejaron de ver, dónde se reencontraron. Una es un torbellino platinado; la otra, calma zen de pelos rojos. Dos maestras del arte argentino, emergidas del mítico Di Tella de los años 60, recientemente reconocidas con el Premio a la Trayectoria del Salón Nacional.
Desde este viernes vuelven a coincidir en la muestra "Ellas: al borde de un ataque de arte", en la galería Herlitzka Faría (Libertad 1630), junto a otras catorce artistas de distintas generaciones como Marcela Astorga, Noemí Escandell, Narcisa Hirsch, Margarita Paksa y Candelaria Traverso. La muestra es una más de las que recogen el trabajo de artistas mujeres para paliar los grandes olvidos que se arrastran. En Fundación Espigas (Perú 358), también ahora, hay un recorrido de igual nombre, que destaca la presencia de artistas, coleccionistas y gestoras culturales en su archivo.
Delia y Marta –ya no necesitan apellidos– son estrellas internacionales. Se conocen desde chicas, cuando empezaron la escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, a los 12 años. Después de las clases, vino el hervidero ditelliano y, más tarde, emigraron: Marta a Nueva York, donde radicalizó sus búsquedas cada vez más disruptivas; Delia a París, ciudad en la que arte y moda quedaron en ella unidas para siempre. En este reencuentro organizado por LA NACION se las ve joviales, ágiles de cuerpo y cabeza, con proyectos. Luminosas. Cada una en su sintonía, pero con un mismo fuego interior. Les cuesta coincidir en palabras y se divierten con las fotos. Después de años de mirarse desde lejos, se despiden con declaraciones de mutuo amor.
Delia: –¿Fue en la Belgrano o en la Pueyrredón?
Marta: –¡En la Belgrano! Eras compañera mía y Pablo –Mesejean, con quien formaba una dupla creativa– también. Yo era muy amiga de él.
Fotógrafo: –¡Sigan moviéndose así!
Marta: –Bueno, tampoco queremos ser modelos de seducción.
Delia: –¿Por qué no?– dice, y menea manos y caderas.
Marta: –¿Sabés cómo se llama esa obra mía? La seducción de la felicidad. Dale, seguí seduciendo. Nos queremos aunque no nos vemos. Pero nos queremos.
Delia: –Nos respetamos.
Marta: –Vivimos muy lejos.
Delia: –¡Qué vamos a vivir lejos! Estamos en Capital las dos.
Marta: –Pero yo no me muevo de mi barrio.
–¿Cómo eran de estudiantes?
Delia: –Yo lo que recuerdo de Marta es que todo el mundo le tenía terror. Conmigo era perfecta, no tenía ningún problema con ella. Las demás le tenían miedo.
Marta: –Para mí Delia era muy trabajadora y aplicada.
Delia: –Aplicada, me dice. Malísimo.
Marta: –No, es bueno, estabas siempre concentrada en la obra.
Delia: –Una vez me dijiste que parecía más chiquita, como de 15 años. A mí me pareció fantástico.
Marta: –No me acordaba. Pero sí me acuerdo de nuestro profesor Fernández Muro, que venía y miraba cada obra. Yo empecé a los doce años. Y teníamos compañeros de 90 años.
Delia: –Eso fue lo mejor que nos pasó.
Marta: –Después nos volvimos a encontrar en Nueva York, cuando yo filmé una película con ustedes en Central Park.
–Ahora coinciden en el Premio Trayectoria.
Marta: –Es el mejor, porque te pagan todos los meses. ¿Te pagan?
Delia: –Sí, ya lo estoy cobrando, pero no se actualiza. Ahora se devaluó un poco.
Marta: –Me da bronca que a Narcisa Hirsch se lo den recién a los 93 años. Noemí Scandell murió antes de empezar a cobrarlo. ¡A Polesello y a Pérez Celis se lo dieron a los treinta años! En Bellas Artes había unas mujeres fantásticas. El día en que entré, Julio Le Parc era el presidente del centro de estudiantes y tomaron la escuela. Yo me quedé como tres días a dormir ahí. Él tomaba la escuela con todos adentro, y nosotros, felices.
–¿Qué les parece coincidir ahora en una muestra de mujeres?
Delia: –Yo creo que está bien porque hay un montón de mujeres que han sido ignoradas. Es muy importante en este momento. Me molestan las muestras de mujeres, pero porque son necesarias. Yo a los hombres los amo.
Marta: –Todo tiene que ver con la libertad. Lo que importa es el objeto artístico y no tiene sexo. ¿Quién sabe si mi obra la hizo un hombre o una mujer? Este movimiento de las mujeres está atrasado, debería haber sido hace dos mil o tres mil años. Desde que nací nunca me interesó si era mujer o hombre. Me puse el overol y así nadie se me tiraba lances cuando tenía veinte años. Nadie me decía un piropo. Me cansan las cosas de mujeres: ¿por qué no podían hacer arte? ¿por que la historia de la humanidad no se lo permitía o porque no tenían libertad de adentro? Si la mujer es genia, no hay discriminación. El talento supera los sexos. Cuando llegué a Nueva York, las artistas estaban piqueteando porque no las dejaban entrar en la Bienal del Whitney: Kusama, Yoko Ono... Igual a mí no me interesaba la bienal, yo estaba haciendo mi cabina de teléfonos, y en arte y tecnología eran todos hombres. Me segregaban por sudamericana. Yo no vendí nada hasta los 42 años. Vivía de becas.
–¿Tienen ataques de arte?
Marta: –Siempre viví en un ataque de arte, batiendo récords. Vivo así. Ahora estoy apurada por volver a mi taller y seguir trabajando. Lo mío es una aventura de crear cosas disparatadas todo el tiempo.
Delia: –Para mí el arte es la vida. Es todo lo mismo. Yo no necesito trabajar todo el tiempo. Tengo mis espacios. Pero en cada cosa que uno hace sigue siendo artista, es muy natural. El título [de la exposición] me parece de película de Almodóvar. Pero no tengo ataques. No es mi interés.
–¿Qué otras cosas las hacen tener ataques?
Marta: –Nada, sólo mi propio trabajo.
Delia: –No me gusta la palabra "ataque" porque no me gusta la violencia. Mis últimos dibujos tienen que ver con que estoy muy preocupada hace años por la ecología, por lo que está pasando en el Planeta Tierra. ¿Sabés cómo van a sufrir nuestros hijos y nietos? Acá no hay ninguna consciencia.
–¿Cómo ven las noticias?
Delia: –Asustada y preocupada. Siempre es más de lo mismo, de un lado y del otro. No hay un partido ni un gobierno que se preocupe por la educación, de la consciencia social... Tantas cosas se pueden hacer para mejorar... ¡Somos un país rico!
Marta: –Mi música son las noticias. Escucho todas las radios. Cuando era joven la música me dominaba tanto que hice una serie de cuadros musicales. Pero en un momento me dije, "la música es tan fuerte que me está obligando a hacer algo" y nunca más escuché música clásica. Me pasé a los Beatles y al rock, y ahora prefiero noticias. ¡Y participo! Del país, pienso que si la gente quiere eso, que lo haga. Ya se verá. El arte está sobre la política, no nos movemos por intereses.
–¿Funciona el ecosistema del arte?
Delia: –Hay muy buenos artistas y estoy muy a favor de los jóvenes. Lástima que no tenemos instituciones que nos sostengan. Nos queda todo por la mitad.
Marta: –No miro nada últimamente. Está todo fantástico. Pero creo que hay mucha influencia de las ferias: todo es si vende o no vende. Son ferias de vanidades, ferias de ansiedades de artistas y galeristas por vender. En cambio, en el New Museum de Nueva York ganaron un millón y medio de dólares con La Menesunda. A mí no me pagaron más que 75 dólares por día para viáticos. Y ahora la obra va a la Tate de Liverpool. Trabajás un montón y nadie paga al artista.
Delia: –No te pagan. El Museo de Arte Moderno me pagó algo simbólico por mi retrospectiva y creo que fue una excepción, lo agradezco mucho. Me pagaban los taxis también. ¡Corresponde! Trabajé muchísimo. El problema de los artistas es que no tenemos jubilación.
Marta: –La pintora Germaine Derbecq murió en un conventillo y no tenía un centavo. Por eso viene bien ese premio que nos dan y lo acepto. Pero el mejor premio que recibí fue el Di Tella porque era irse a otro país a vivir. Yo me iría ahora a Nueva York, pero es muy caro. No podría tener un taller con el espacio que tengo y tres ayudantes. Ya no me entra ahí lo que hago.
–¿Qué las tiene ocupadas ahora?
Delia: –Estoy ordenando el archivo. Me hace bien. Hace unos años vengo haciendo esto de darme valor, descubrirme. Yo por años y años fui una mitad. Tengo que empezar a crecer un poco. Quiero transmitir lo que hago ahora, no tanto lo histórico. Uno se siente bien como artista cuando siente que se puede comunicar con el otro. Estoy viva y haciendo. No creo que nuestra época pasada haya sido mejor: era distinta, era genial porque éramos jóvenes. Pero no somos sólo de esa época, somos fuertes y continuamos trabajando. Pero ahora monté una gran muestra del Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén y quiero descansar e irme a París a ver a Celeste, mi hija. Siempre estoy entre acá y allá.
Marta: –Yo quiero hacer en Buenos Aires una catedral del pensamiento vacío, de 17 metros de alto por 15 de largo: una catedral para todas las religiones. Me gusta hacer arte público. Le Parc interviene ahora el Obelisco: ¡yo lo hice hace cuarenta años! El Obelisco, que era un signo fálico de los militares, fue volteado por mí. También hice el Obelisco de pan dulce y la gente se la comió.
–¡Están radiantes!
Marta: –Lo maravilloso de Delia, en esta etapa de su vida, es la buena onda que tiene, increíble. Antes, como éramos todas batalladoras no se notaba tanto. Siempre tuvo buena onda.
Delia: –¿Me estás tirando flores?
Marta: –Vos cuando entrás es como una nube, una atmósfera. Me encanta.
Delia: –Te quiero, Marta.
Marta: –Yo también.
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