Marta Minujín, al desnudo
Vuelve la muestra "Frozen Sex", que había sido prohibida en los 70
Cuando el sexo devino incertidumbre y muerte, Marta Minujín , singular y prolífica, dejó sus performances para pintar aquello que provocaba pánico. Estaba viviendo en Washington, donde –recuerda– besarse, darse la mano, tocarse o compartir un baño provocaban rechazo. Antes de que se conocieran las palabras Sida y HIV, y cuando en los círculos underground se hablaba de "peste rosa", Marta vio morir a muchos amigos gays que vivían en Estados Unidos.
"En ese contexto terrorífico pensé que había que dignificar los órganos sexuales que estaban siendo demonizados", dijo la artista en la galería Henrique Faria , durante una recorrida con la prensa por su muestra "Frozen Sex", que incluye pinturas, dibujos y serigrafías que realizó a ritmo vertiginoso en 1973, en Washington. Denominadas "Frozen Erotisme", esas obras se expusieron en 1974 en la galería Hard Art de esa ciudad. Con gran cantidad de público, la inauguración incluyó performers y una stripper vestida de color rosa.
Como "Serie Erótica", estas pinturas ya habían sido presentadas en noviembre de 1973 en la galería Arte Nuevo de Buenos Aires, pero la muestra apenas estuvo abierta 3 horas debido a que la policía la clausuró. Tras ese acto de censura, esta es la primera vez que las obras vuelven a exhibirse en nuestro país. Las pinturas de esta serie representan para Minujín el regreso a la pintura desde que a principios de los años sesenta dejó el estilo informalista para trabajar con piezas bidimensionales y ambientaciones.
Para hacer estos "retratos anónimos" (no remiten al sexo de una persona en particular sino a una práctica social), Minujín trabajó con modelos vivos en su pequeño taller de Washington, donde había viajado desde Nueva York para encontrarse con su marido, que trabajaba en la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Para sumergirse en el tema y conocer la oferta de sexo en los Estados Unidos, Minujín se adentró en la calle 42 de Nueva York y la 14 de Washington. Durante meses, recorrió la zona roja y se hizo muy amiga de varias prostitutas. Además, mientras trabajaba en esta serie estuvo muy influenciada por la lectura de El erotismo, de Georges Bataille.
En Estados Unidos, Minujín vio imágenes trágicas que la marcaron: aún no había medicamentos disponibles para el SIDA y los efectos de la enfermedad eran devastadores. "Se los trataba como leprosos: en el hospital, una vez ni siquiera me dejaron acercarme a darle la mano a un amigo que estaba internado", recuerda.
Había abandonado los pinceles en 1962, cuando realizó La destrucción, su primer happening en el que quemó todas las obras que había hecho hasta ese momento. En su caso, la vuelta a la pintura constituye un acto contestatario. "Quise dignificar los órganos sexuales, que son los de la reproducción y del placer; retratarlos como si fueran mágicos. Luego pensé en un erotismo subterráneo: sin darte cuenta la obra te va erotizando", señala la artista. Y agrega sobre el nombre de la serie: "Estas pinturas son como una comida congelada: la tenés en el living y se va descongelando en tu imaginación hasta volverse real".
Con estas obras de tonos pasteles, Minujín puso en primerísimo plano escenas sexuales. Hay en sus composiciones frialdad: se trata de imágenes cuasi publicitarias, recurre a la síntesis formal. La artista se propuso pintar cuerpos humanos como si se tratara de "retratos o naturalezas muertas": no hay naturalismo en esos cuerpos cosificados. Tampoco incluye rostros, manos ni cruces de miradas. Cada pintura en como un close up de una escena sexual que remite a una práctica cultural despersonalizada, fragmentada, anónima, despojada de expresividad. Con paleta pop y en gran formato, las imágenes planas son contundentes, frontales, y al tiempo muy estetizantes. Minujín revitalizó el desnudo: en los años setenta puso en el centro de la escena el deseo desde la mirada femenina.
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