Marimorena, los poemas musicalizados de Virginia Brindis de Salas
El disco de Patricia Robaina, flamante lanzamiento del sello Ayuí, dispara recuerdos de revelaciones musicales en Montevideo
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Comer un par de panchitos en la barra de La Pasiva de 18 de julio y Ejido, cruzar la avenida, saludar a Mario -el portero, tuerto, siempre amable-, subir hasta el quinto piso en un viejo ascensor enrejado (como el de aquella publicidad de jeans Jordache protagonizada por Patricia Sarán), tocar el timbre, encontrarse con el abrazo cálido de Mauricio Ubal y retirar las novedades discográficas. El ritual de la visita al sello Ayuí en cada excursión montevideana empezó hace casi 20 años, pero recuerdo especialmente una tarde de 2004, cuando al salir rumbeé para la Rambla, y a la altura de la Playa Chica (que muere en el Gas, esa construcción que Jaime Roos menciona en “Durazno y Convención”), cargué en mi discman El recital, flamante CD de El Príncipe, Gustavo Pena. Con apenas escuchar “Imaginando buenas”, la canción que abre ese álbum grabado en vivo en la sala Zitarrosa, me bastó para entender que estaba frente a un artista distinto, inclasificable, con un swing inconmensurable, con una poesía superlativa y, como si fuera poco, con un notable sentido del humor. El shock emocional por tamaño descubrimiento fue tan grande como la decepción posterior al descubrir que El Príncipe -que se volvería un indispensable en la banda sonora de mi vida- había muerto pocos meses atrás. Ese impacto iniciático y personal, pronto fue colectivo: sus canciones fueron versionadas por una infinidad de artistas (Ana Prada, Loli Molina, Onda Vaga y hasta Manu Chao, entre muchos otros), y su figura inspiró también un hermoso libro de poesía -Otra cosa, (mariposa), de Celia Coido, con una portada ilustrada por Liniers y prólogo de Kevin Johansen- y un documental indispensable, Espíritu inquieto, dirigido por su talentosísima hija, Eli-u, y por Matías Guerrero.
Ahora, frente a la Intendencia de Montevideo, hay un local de hamburguesas de una multinacional. Y Ayuí ya no tiene esas oficinas. Sin embargo, el emblemático sello fundado en 1971, sigue siendo una cantera de hallazgos sorprendentes. El más reciente es Marimorena, un álbum de la cantante y compositora Patricia Robaina, que musicalizó la obra de Virginia Brindis de Salas (1908-1958). Es un disco extraordinario, en más de un sentido. El candombe es el ritmo que Robaina eligió como hilo conductor de sus canciones, aunque también hay tango, milonga y una conexión profunda con los ritmos brasileños. En “Quítate la venda”, inspirado en el poema “La hora de la tierra en la que tu duermes” incluye la participación conmovedora de Chico César, creando una atmósfera que recuerda a los afro-sambas de Baden Powell y Vinicius de Moraes.
Pero el mayor hallazgo es la figura de Brindis de Salas, la periodista y activista política, admirada por Nicolás Guillén y Gabriela Mistral, quien fuera la primera poeta afrolatina en editar un libro a nivel continental. Para conocer más acerca de su historia, vale la pena sumergirse en Rompiendo silencios (Editorial Cabildo, 2013), la biografía que escribió la periodista uruguaya Isabel Oronoz. Heredera de un linaje artístico que incluía al violinsita cubano Claudio Brindis de Salas (1852-1911), apodado “el Paganini negro” y también del emblemático payador Gabino Ezeiza (1858-1916), según Oronoz, “Virginia era una mujer diferente para su medio. No tenía ninguna dificultad para relacionarse con el mundo que le interesaba. Era una mujer negra y libre, absolutamente libre, sin pelos en la lengua y comprometida con su tiempo”.
A pesar de haber publicado dos libros, Pregón de Marimorena (1947) y Cien Cárceles de Amor (1949), su obra fue ignorada e invisibilizada, durante décadas. “Es hora de dejar libres, pasiones y ocios mentales, amigo bulle mi sangre, mientras la tuya se estanca”, reza una de esos versos, que se hicieron canción en la voz de Patricia Robaina. Es un acto de belleza y de justicia poética.