Mariano Llinás versus Mondongo: tres películas ponen punto final a una amistad de veinte años
El tríptico, que se puede ver los fines de semana en Arthaus, cierra una larga relación entre el cineasta y los artistas Manuel Mendanha y Juliana Laffitte
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Esta es la historia de una película que marcó el final de una amistad. Son tres, en realidad, El tríptico de Mondongo, y se pueden ver de viernes a domingos en la terraza de Arthaus, donde también hay una exposición del dúo artístico. Rompe veinte años de relación entre el director, Mariano Llinás, y Juliana Laffitte y Manuel Mendanha. “Si ellos iban a la premier, yo me quedaba en casa”, dice Llinás al teléfono con LA NACION. “No les dirijo la palabra”. Anoche fue él solo al estreno porteño, aunque -vale hacer la salvedad- sus ex autorizaron a que se pasaran.
La trilogía ya se proyectó en los festivales FIDMarseille, Viennale en Austria, Doc Lisboa, FICCALI y se exhibió en el MoMA de Nueva York, en el marco del Doc Fortnight 2025. “Preferimos no hablar. Es una obra de Llinás, más allá de que nosotros somos el tema”, responde Laffitte. Las peleas están filmadas en la segunda parte, Retrato de Mondongo; hay reproches, gritos… en el clímax del drama se escuchan golpes a puño cerrado. Después hay lágrimas, intentos de abrazos.
Fueron cuatro años de rodaje. El tema podría ser el arte, el cine, o un cine del yo (si acaso no existe el término, como en la literatura, ya debería). El director no es un personaje más sino el protagonista, el guion se lee a la vez que suceden las escenas, el tema es el desacuerdo por su propio argumento. Hay conflicto. Es de agradecer que por fin el arte vuelva a ser motivo de discusión, que no esté todo bien siempre, que no dé igual cualquier cosa.
Escribe Llinás en su computadora: “Todo retrato es a la vez un autorretrato”. Y todo autorretrato deviene autodestrucción. Llinás no se maquilla, no disimula: es irritante cuando da órdenes a sus modelos, los pone en poses extenuantes, les propone situaciones límite. Es tan exagerado que parece parodiarse (discute de eso con un crítico de cine de la plataaforma Letterboxd). Se queja de que el encargo es una pesadilla.
El encargo del director de Arthaus, Andrés Buhar, era un documental sobre la creación de El baptisterio de los colores, de Mondongo, una obra monumental que adquirió para su centro cultural y que ahora ocupa el último piso de Bartolomé Mitre 434, entre el interior y la exterior, en la terraza. Una estructura de cinco metros de diámetro que contiene 3276 bloques de plastilina de múltiples tonos, potenciados con un piso y un techo de espejos, construida en 2021 en la galería Barro. Buhar también compró a fines de 2024 la instalación Argentina (paisajes) en US$1.270.000.
De la trilogía cinematográfica, solo la primera parte, El equilibrista (73 minutos), hace foco en este trabajo, con imágenes de su realización y una entrevista con la investigadora Graciela Siracusano sobre la materialidad de la obra. Siempre se vuelve a la computadora de Llinás, donde se leen también poemas que revelan lo que hay detrás. Esa primera parte, quizá la que cumple con el encargo, termina con los versos de El Equilibrista, donde Llinás vuelca sus preocupaciones en torno del arte y el dinero: “Somos todos fantoches haciendo monerías para un hombre poderoso”, escribe. Van por la cuerda floja y de un lado está la ignominia, del otro la pobreza. Eligen la primera porque a la segunda ya la conocen, bromean. Al final cuestiona qué pasa si las casitas de plastilina de pobres terminan resplandeciendo en las casas de los ricos. En aquellas noches felices de vino y karaoke, el dinero y la ética eran tema de debates agitados. “Creeme no tenés la culpa, amiga (o ex amiga)”, escribe el cineasta.
Todo estalla en la segunda película, Retrato de Mondongo (124 minutos), con la propuesta de Llinás de grabar una Noche falsa, donde recreen pedazos de varias noches compartidas. Les cuesta esa ficción. Aparece el fastidio. El problema del retrato es del retratista, no del retratado, esgrime el director, que mucho antes fue sujeto de un cuadro de plastilina. Registra el taller y las mesas de trabajo de los artistas, porque ahí también están ellos. Y su propio escritorio y el desktop de su computadora (está escuchando al pianista canadiense Glenn Gould, pero también mirando una película pochoclera de extraterrestres en Netflix y el canal de YouTube de Franco Rinaldi). Pasa el retrato de esta cronista, también, cuando mira artículos que salieron en este diario, y esto ya es una mamuschka.
Después Llinás propone entablar un duelo. Mondongo se inspiró en El arte del color de Johannes Itten para crear el Baptisterio. Llinás propone al comitente que la película sea un duelo entre el Baptisterio y su propia interpretación del libro. En el rodaje se van crispando los ánimos. Un comentario alcanza para que todo estalle. El cineasta cobra tres piñas. No hay imágenes, porque quien lo ajusticia es su propio socio de El Pampero Cine, el camarógrafo Agustín Mendilaharzu. El sonidista registra el clima. Gal Costa y el hombre del millón de amigos, Roberto Carlos, cantan una canción dulce, mientras se narra el verdadero duelo de retratados. “Me bajo”, dice Juliana. Llinás derrama lágrimas. “Los amamos a los dos”, dicen los Mondongo al cineasta y al camarógrafo. Todo eso, con la cámara encendida, se ve en la pantalla. El espectador queda como juez de si esta “película de mierda” valió la pena que costara una amistad, escribe Llinás, y abandona el grupo de WhatsApp que compartía con los artistas, titulado La Tempestad. “Nos tragó la tormenta”, lamenta. Llinás salió del grupo.
“Es cierto. Sería monstruoso si fuera mentira. ¿Cómo vas a joder con eso?”, responde Llinás a LA NACION ante la pregunta de si todo esto de la pelea es ficción o realidad. “Nos habíamos hecho muy amigos cuando trabajábamos en Malba, muy al comienzo, en la parte de cine. Tuvimos una primera discusión cuando Manuel me contó que iba a renunciar al museo para dedicarse al arte. Yo no estaba de acuerdo. No hay que laburar de artista; hay que laburar y ser artista, pensaba yo. No tenía razón. A partir de ahí se armó una relación muy intensa, hablábamos de eso en el sótano de su taller. Los problemas de crecer en el mercado, cómo llevar una vida honesta. Yo siento que ellos en algún momento tuvieron la fantasía de que yo quería hablar mal de ellos, y dejarlos como unos boludos o unos garcas, y ahí se perdió la confianza. Yo no quería dejarlos mal parados, pero quería hacer algo vibrante. Hay algo de lo que éramos que está en la película. Y también, está lo que no quieren mostrar, una oscuridad real, que para mí es valiosa. Es bueno lo que pasó, aunque es doloroso”, cuenta Llinás.
Como reflexión final, Llinás ensaya un retrato narrado en un poema. Evoca las noches de juventud de aparente juerga, que eran en realidad para él una ceremonia moral donde se preguntaban si estaban llevando bien las cosas, con valentía y dignidad, o si se habían vuelto de a poco “ese tipo de imbéciles que despreciaban, que de tanto que le soban el lomo acaban por creer que cualquier cosa que hagan, cualquier monería, es suficiente”. “Ellos han dedicado sus días a tocar los corazones de la gente”, escribe. Mantienen el fuego vivo.
El tercer episodio, Kunst der Farbe (94 minutos) es una pieza solista: Llinás y su tratado del color a partir de Itten. “Restos dispersos de un experimento unilateral y fallido”, titula. Un collage de fragmentos de música compuesta por Gabriel Chwojnik interpretada por un ensamble pasa por distintos tonos –azul cielo, rojo otoño, verde pasto, marrón vaca, y así–, análisis de las frecuencias de onda, escenas de Les vampires de Feuillade, pinturas, libros de arte. “Es festiva. Ahí ya me pelee, no los necesito para hacer cine. Hago cine. Es el triunfo del cine sobre las artes visuales. El cine es el arte visual por excelencia. Una especie de venganza. Gente que quiere hacer cine, se entrega y juega”, dice Llinás. La actriz Pilar Gamboa interpreta a Laffitte a gusto de Llinás: son idénticas y actúa de Juliana mejor que la propia Juliana. Pero igual que ella, se fastidia con Llinás. Le da la razón a la artista. “Es irritante”, le dice. Y Llinás insiste. Se parodia. El espectador dirá si valió la pena.
Para agendar
El Tríptico de Mondongo se puede ver en funciones consecutivas, en Arthaus, Bartolomé Mitre 454, con el siguiente cronograma.
El equilibrista: los viernes 21 y 28 de marzo; jueves 3 y viernes 11 de abril, siempre a las 20.
Retrato de Mondongo: los sábados 22 y 29 de marzo, a las 19; el viernes 4 de abril, a las 20, y el sábado 12 de abril, a las 19.
Kunst der Farbe: los domingos 23 y 30 de marzo, el sábado 5 y el domingo 13 de abril, siempre a las 19
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