Mariana Travacio. “Cuando un lector te devuelve una mirada es un encuentro íntimo para celebrar”
En “Quebrada”, su segunda novela, la autora rosarina retoma escenario y tono de “Como si existiese el perdón” para crear una fábula atemporal sobre la desobediencia
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En un tono poético y concentrado, la segunda novela de Mariana Travacio (Rosario, 1967) narra una odisea ambientada no en océanos ni en campos de batalla sino en la montaña y en un escenario rural. “Hemos quedado nosotros y las puras montañas, en estas tierras, sin agua ninguna”, describe uno de los personajes. Quebrada (Tusquets) toma su título del punto de partida del viaje de una de las protagonistas, Lina Ramos, decidida a seguir el camino que la lleve hasta el mar. “Que el agua lleva al río y que el río lleva al mar”, repite, antes de emprender la aventura sin más brújula que las palabras de una curandera y su desobediencia tenaz. Atrás deja a los muertos y a su hombre, Relicario Cruz, que se niega a abandonar el rancho y la tierra reseca que habitan, aunque unas semanas después él salga a buscarla acompañado por un burro avispado, que escucha con paciencia sus monólogos.
El descenso de Lina al valle, en busca del arroyo, le permite descubrir, en vez del mar, un mundo nuevo, donde se encontrará con aliados, llanuras de pastos verdes, abundantes lluvias y una familia poderosa e infectada por el virus del mal, los Loprete. Ayer, en Libros del Pasaje, Travacio presentó la novela en diálogo con la escritora Débora Mundani.
Quebrada recrea en parte paisajes, tono y algunos personajes de la primera novela de la autora, Como si existiese el perdón, que la editorial Metalúcida dio a conocer en 2016 y Tusquets reeditó en 2020. Su segunda novela también está, en cierto sentido, “quebrada”. En la primera parte se siguen en forma alternada los pasos de Lina y de Relicario; en la segunda, toma la voz un narrador -a veces en primera persona del plural; a veces, en singular- que se detiene en las vivencias del Tala en el pueblo vecino a las propiedades de los Loprete (se podría decir que el pueblo es una extensión de esos dominios). La impasibilidad y el fatalismo, que tiñen las jornadas de los personajes, se combinan con una condición heroica que a los protagonistas -los miembros de una familia: la madre, el padre y su hijo- se les va revelando lenta y calculadamente, como si los lectores estuvieran ante el desarrollo de un oscuro acto de justicia.
Travacio es autora, además, de dos libros de cuentos: Cotidiano, lanzado por el sello rosarino Baltasara en 2015, y Cenizas de carnaval, de 2018, publicado por Tusquets. Sus dos novelas fueron publicadas en España por el sello Las Afueras; la primera en 2020 y Quebrada en simultáneo con la edición argentina; en la portada aparece una foto tomada por un autor con el que su escritura se emparienta: el mexicano Juan Rulfo. Y acaba de aparecer la traducción al sueco de Como si existiese el perdón en el sello Prosak Förlag, gracias al apoyo del Programa Sur.
-¿Recordás en qué estado escribiste Quebrada? ¿Fue durante la pandemia?
-Sí, lo recuerdo perfectamente. A excepción de los primeros capítulos del segundo relato, que había escrito en Brasil, en 2019, todo lo demás fue escrito en 2020. Recuerdo que estábamos en plena cuarentena y que yo no podía seguir con los proyectos de escritura en los que venía trabajando: me había tomado por completo la pandemia y me la pasaba leyendo las noticias, aprendiendo protocolos, tratando de cuidar a mis hijos, de asimilar la novedad. Eso me alejaba de la lectura y, también, de la escritura. Supongo que esa imposibilidad de leer, o de escribir, se debía a que son actos que suponen un estado de entrega, cierta indefensión, y eso no es posible cuando se está en alerta. Pero por suerte existe la amistad, que siempre cobija. Una tarde de esas, me llama una querida amiga, Paula Tomassoni, escritora platense, y me propone que empecemos a encontrarnos por Zoom para leernos lo que estábamos escribiendo. Le dije la verdad: “No estoy escribiendo, Tomassoni”. No le importó mucho: “Bueno, ponete a escribir, nos vemos la semana que viene”, me dijo. Y así fue. Me senté a escribir, semana tras semana, para tener qué leerle a mi amiga en nuestras citas. Mientras, ella escribía Enlutada, hermosa novela que sale pronto por Corregidor.
-¿De qué modo se vincula con Como si existiese el perdón y por qué decidiste retomar escenario, algunos personajes y el registro verbal?
-Quebrada ocurre diez años antes que Como si existiese el perdón. Retoma algunos hechos narrados en la novela anterior y revisita algunos territorios y personajes de aquel texto, si bien en esta novela se narra otra historia, que no tiene relación con la anterior, al menos en lo central de la trama. El regreso a esos escenarios no fue algo deliberado. Simplemente, volví a aparecer en esas tierras. Supongo que, como decía la querida Duras, a veces lo fallido en un texto se retoma en el siguiente. A veces creo que nos la pasamos escribiendo una misma cosa, una y mil veces, como si la lengua fuese doblegable, como si pudiéramos obligarla a decirlo que queremos decir.
-¿Por qué elegiste a los personajes de Lina y Relicario, y el Tala, padres e hijo, como protagonistas?
-No sabía que lo había hecho. Imagino que tampoco lo elegí: suelo escribir siguiendo una voz, la voz de un personaje. Cuando esa voz está, siento que mi trabajo es no perderle el rastro. En eso me concentro, durante el proceso de escritura: en no perderle la cadencia. Borges lo decía mucho más lindo: “He comprobado que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”.
-¿Cómo trabajaste el acento rural de los personajes y qué universos arrastra ese acento?
-La voz de Lina surge de una entrevista a una maestra rural. Se llamaba Aída. Me acuerdo de leer esa entrevista y de la necesidad que tuve de tomar notas: era hermoso su fraseo, su cadencia, y la mirada sobre el mundo que su voz revelaba. Realmente me había fascinado esa gramática. Cuando Tomassoni me llamó, enseguida me acordé de aquella mujer. Fui a buscar aquel archivo, releí las notas que había tomado, y así empezó la historia de Lina en la quebrada.
-¿De qué modo la muerte está asociada al pasado, las tradiciones y la violencia en Quebrada?
-No lo sé. No sé si podría asociar la muerte al pasado o a las tradiciones o la violencia. Es muy hermoso este diálogo. Pienso en voz alta: siento que Relicario se enfrenta a los mandatos (no se abandona la tierra, no se abandona a los muertos), y que tiene que hacer algo con ese dilema que se le presenta: no puede vivir sin Lina, que se ha ido; no puede irse, porque no debe dejar a sus muertos. Siento que Lina se ve impelida a dejar esa tierra, lleva catorce años queriendo hacerlo, y me parece que el Tala era muy joven cuando el tío lo llevó a probar suerte en la selva, y tampoco creo que tuviera otras alternativas. Dadas estas circunstancias, el resto de la historia me resultó pura consecuencia.
-¿Qué papel cumplen la familia y las pequeñas comunidades que se forman en la novela?
-Creo que, sobre todo en el segundo relato, quedan en evidencia las familias desmembradas: esos huecos afectivos que quedan y esa necesidad de rellenarlos “con lo que se tiene a mano”, como dice Rulfino. Entonces, en ese segundo relato, queda un poco más a la vista la comunidad como familia sustituta, como sostén, como espacio de cuidado recíproco.
-Da la impresión de que tus tramas avanzan por contracción. ¿Es así?
-Es posible que así sea. ¿Más cuento que novela? No lo he pensado. Se me da así, creo. Como si lo ya dicho o lo ya transitado me habilitara las elipsis o me ahorrara la demasía.
-¿Se encara de manera diferente la escritura de cuentos y la de novelas?
-En realidad, cuando empiezo un texto, nunca sé hacia dónde va, nunca sé si será cuento, si será novela, si será algo o si lo acabaré descartando. Rompo mucho más de lo que guardo. Lo que sí puedo decir es que cuando se instala en el tiempo se vuelve novela; no se me quita: lo termino habitando. Cuando se vuelve cuento, es como si se me volviera postal: un recorte de una historia más larga, como si en ese fragmento se pudiera contar la historia entera. Algo así. Pero nunca sé a qué obedece una cosa o la otra.
-¿Cómo juegan la fe y las creencias de los personajes?
-Los veo más bien como personajes que han perdido todo, incluso la fe, aunque se impongan como legado. Quiero decir: se nombran fieles, se dicen creyentes, pero Lina descree, le discute a Relicario que Dios ande por todas partes; Relicario, a pesar de su obediencia al mandato familiar, busca una forma de responder a su deseo de seguir a Lina, y el Tala responde a un mandato de masculinidad, quizás, más de honor que de fe. No me parece que emprenda su segundo viaje a la selva desde la fe, creo que lo hace más como rendición: obligado por el mandato. No sé si el Tala tenía otra salida dentro de su mundo.
-¿El tuyo es un proyecto de literatura “extraterritorial”, sin referencias ni coordenadas definidas? Incluso así, ¿qué relación hay entre tu obra y el presente?
-Quizás entre las pocas decisiones narrativas concretas que he tomado puedo decir que he querido que ambas novelas no tuvieran marcas geográficas ni temporales. Pero esta decisión obedece exclusivamente a que me incomodan esas referencias a la hora de escribir. Me molesta cartografiar la escritura: me resulta más grata de este modo. Prefiero gestionarme con libertad esos territorios. Y, sí, le encuentro vínculos con los presentes y los pasados migratorios, y con varias cuestiones asociadas a esos desplazamientos; lo relaciono, también, a asuntos menos específicos, que también me conmueven: por ejemplo, las relaciones humanas que se tejen desde el desamparo. Pero preferiría que fuesen los lectores quienes encontraran esas relaciones. Ningún texto se completa sin la mirada del otro.
-¿Qué aportan a tu cosmovisión tu formación como psicóloga y tu trabajo como docente de psicología forense?
-Escribimos con todo el acervo que nos compone: todo lo que leímos, la formación que hemos tenido, los paisajes en los que nos detuvimos, las voces que hemos escuchado, las cadencias infantiles, las experiencias vitales. Así visto, es probable que mis años de formación como psicóloga o mis años de ejercicio profesional estén en alguna parte: es probable que integren mi mirada. Pero, sin duda, la integran como la pueden integrar un paisaje, una voz, una cadencia, y, sobre todo, creo yo, las lecturas. Como decía Barthes: hay una relación nupcial, de procreación, entre lectura y escritura. Creo profundamente en eso: no hay escritura sin lectura.
-¿Estás contenta con la recepción que tuvo tu primera novela y qué expectativas tenés con la nueva novela?
-Si lo que escribiste puede interpelar o si puede tener algún sentido para alguien más, solo se sabe cuando el libro se edita y alguien más lo lee. Y, sobre todo, cuando alguien más te devuelve su mirada sobre el texto. Y cuando eso sucede, es una fiesta. Para alguien que escribe no hay mayor dicha que esa: que un texto encuentre un lector y que ese lector le devuelva una mirada. Es como para quedarse toda la vida celebrando ese encuentro íntimo, gozoso, entre dos almas. Personalmente, no puedo estar más agradecida por la recepción que ha tenido Como si existiese el perdón y no puedo estar más sorprendida por los mensajes que me vienen llegando sobre Quebrada.
-¿Cómo tomás los comentarios que vinculan tu escritura con la de autores como Juan Rulfo o Sara Gallardo?
-Son tremendos halagos. Son prosas que admiro profundamente. Como hablábamos hace un rato: escribimos porque leemos. Y leer a Rulfo, para mí, fue como un rayo de esos que te dejan estaqueados en el medio del patio. Llegué a Gallardo un poco más tarde. Y me interpeló largamente. Rulfo y Gallardo son de esos hallazgos que uno agradece tanto. Me pasa lo mismo con António Lobo Antunes: lo admiro desde el fondo del alma.
-¿En qué trabajás actualmente?
-Acabo de terminar un libro de cuentos. Lo escribí durante una convalecencia posoperatoria. Nunca me había pasado esto de escribir desde el dolor físico y casi en horizontal; después de escribir Quebrada, me fracturé una pierna y estuve mucho tiempo postrada. Son cinco cuentos largos, como postales del ocaso de unas mujeres. Sus historias se terminan entrelazando, al final del libro.
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