Mariana Travacio: “Cada lector es un mundo”
La autora de “Me verás caer” participa mañana de la lectura “bitácoras del Filba” en el CCK, con la mexicana Daniela Tarazona, la italiana Francesca Manfredi, el francés Thibault de Montaigu, Claudia Masin y Valeria Tentoni
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Aunque el nuevo libro de Mariana Travacio (Rosario, 1967), con el “ceratiano” título de Me verás caer (Tusquets), contiene, como dice la autora, “cinco relatos, apenas”, por tono, temática y argumentos crean una continuidad narrativa que pesquisa el momento posterior a las “caídas” de los personajes, de las que los lectores son testigos. La narración debe continuar.
Las historias de Travacio, contadas en un tiempo presente que parece irremediablemente dañado, se aventuran en ilusiones perdidas y formas de supervivencia. Su novela Quebrada, de 2022, fue una de las diez finalistas del Premio Sara Gallardo 2023, que ganó María Sonia Cristoff con Derroche. Este domingo, a las 18, en la Sala 511 del CCK participa de la lectura “bitácoras del Filba” con la mexicana Daniela Tarazona, la italiana Francesca Manfredi, el francés Thibault de Montaigu, Claudia Masin y Valeria Tentoni.
“Podríamos derrumbarnos así: un derrumbe clásico, rápido y efectivo: un auténtico disparo. Pero no. Nos despedazamos por etapas, lentamente, en aleteos moribundos. hasta convertirnos en las piezas sueltas de un juguete irreparable”, se lee en “Y el río tan manso”. El adverbio -lentamente- ofrece una clave de lectura de los relatos; incluso en las formas breves (sus novelas tampoco son muy extensas), la escritura de Travacio no muestra señales de apuro. Me verás caer, título que deja entrever un tributo a Gustavo Cerati, se publicó en simultáneo con la nueva edición de Cotidiano, el primer libro de la autora que Baltasara, la editorial con sede en la ciudad natal de Travacio, dio a conocer en 2015.
Curiosamente, el nuevo libro de la autora de Como si existiese el perdón y Quebrada -sus dos novelas, que fueron traducidas a varios idiomas- salió primero en España, en el sello Las Afueras. “Me siento profundamente agradecida y sorprendida -dice la autora-. Cada vez que viajo a España a presentar un libro, no me alcanzan los ojos, ni el alma. Siento una inmensa gratitud. Camino esos días desde la más absoluta perplejidad y vuelvo completamente alucinada. Muy agradecida a esa bella cofradía de lectores y lectoras que se acercan, y a los libreros y libreras increíbles que voy conociendo, y al trabajo incansable de Francisco Llorca y Madga Anglès, mis editores”.
-¿Cómo surgió la idea de los cuentos interrelacionados de Me verás caer? ¿Qué permite este recurso?
-La estructura del libro se fue dando durante el proceso de escritura. Escribí los tres primeros como historias autónomas, pero después tuve necesidad de saber más, de seguir explorando las vidas de esas mujeres. Me daba mucha curiosidad saber qué habían hecho después de esos derrumbes, de esos puntos e inflexión que venían de transitar. Escribí los últimos dos cuentos del libro por necesidad de acompañarlas un rato más. De hecho, cuando la querida escritora Brenda Navarro presentó el libro en Madrid, en la librería Tipos Infames, dijo que había tenido la sensación de leer una novela hecha a relatos. Es la primera vez que se me da una estructura así, un tanto circular. Pero debo decir que todo el proceso de escritura fue bastante inusual: escribí este libro durante una temporada en que tuve que permanecer en cama, después de una operación que me obligó a una larga convalecencia. Fue un libro escrito desde el dolor físico, algo que no me había pasado antes. Estaba escribiendo una novela cuando tuve el accidente, pero esa novela requería de otras condiciones que yo no disponía en ese momento. Tuve que interrumpir esa escritura y habilitarme otra. Así surge este libro. Es el primero que escribo desde el dolor físico y con la respiración entrecortada, una respiración que siento que se ha trasladado a la puntuación del texto.
-¿El título es un homenaje a Gustavo Cerati?
-Después de escribir Quebrada, me quebré una pierna. Me tuvieron que operar y estuve seis meses en cama. Fueron condiciones de trabajo absolutamente desconocidas para mí: entre los opiáceos, la persistencia del dolor y la incomodidad de estar postrada. Cada vez estoy más convencida de que escribimos lo que vamos pudiendo, según los momentos que vamos transitando. De modo que el hecho de que estos personajes estén atravesando momentos de ruptura en sus vidas debe tener relación con mi propia caída, con el hecho de que yo estuviera literalmente rota en ese momento. Me acompañó mucho un poema de la querida Beatriz Vignoli. Terminé eligiendo un fragmento de ese poema a modo de epígrafe del libro. Es un poema que me funcionaba como una especie de brújula, mientras escribía. “No vengas a decirme que no crees que haya sido un accidente. / En lo único que creo es en el accidente. / Lo único que sabe hacer el universo / es derrumbarse sin ningún motivo, / es desmoronarse porque sí”. Hace poco hablé por teléfono con Beatriz y le conté lo mucho que su poema me había acompañado durante la escritura de este texto. El título lo trabajamos bastante con mi agente. Nos costaba encontrarlo. Finalmente, cuando le propuse el verso de Cerati, nos cerró a las dos, como una especie de hilván de las historias que se narran.
-Algunos cuentos parecen embriones de una novela, ¿vas a seguir el curso de esas vidas?
-El relato que se titula “Últimos rastros” fue escrito por mera necesidad de seguir indagando en las vidas de Elena y de Blanca Nieves, de saber más de ellas, de saber cómo habían seguido después de esos puntos de inflexión en sus vidas. Por otro lado, es cierto que muchas de las cosas que escribo son desprendimientos de textos anteriores: cosas que no se han dejado decir, situaciones que necesito seguir explorando. Ahora estoy escribiendo una novela que es un desprendimiento de Quebrada. No lo sé, pero, quién te dice, quizás más adelante sienta necesidad de retomar algunas esquirlas de estos textos, también.
-Me veras caer sale en el país junto con tu primer libro de cuentos, Cotidiano. ¿Qué puntos de contacto ves entre ambos? ¿Y con tus novelas?
-Cotidiano fue un libro que escribí tratando de hilvanar algunas nociones sobre la memoria, sobre nuestra capacidad de recordar, sobre las fragilidades del recuerdo. Hay un cuento, allí, que se llama “Construcción”, que narra la historia de una mujer que ha perdido la memoria. El epígrafe de ese cuento son unos versos de Borges que dicen así: “Somos nuestra memoria, / somos ese quimérico museo de formas inconstantes, / ese montón de espejos rotos”. Si tuviera que buscar un punto de contacto entre estos dos libros, te diría que hay cierta insistencia en la pregunta por la identidad, por quiénes somos, por qué cosas nos sostienen. Todo parece tan frágil. Y en relación al vínculo de este libro con las novelas, se puede pensar que hay un sustrato que los unifica: la noción de intemperie, de estar a la intemperie, de lidiar con esa orfandad, de tratar de seguir adelante de todos modos. Y, tal vez, una cierta presencia del paisaje como metáfora de lo que le sucede a los personajes.
-¿Ves posible la adaptación al cine o serie de alguna de tus historias?
-Mi agente, la querida Sandra Pareja, estuvo en contacto hace poco con unas coagentes de cine. Tuvimos una reunión muy enriquecedora. Había interés en filmar las novelas. Ya veremos qué sucede.
-El tono, la búsqueda de cierta musicalidad, caracteriza tu escritura.
-Cada texto exige su propio ritmo, su música, su respiración. En general, la escritura se me da de un modo muy auditivo. Necesito escuchar una voz, una sintaxis que me interese explorar. De todos modos, somos esclavos de la lengua. Es algo curioso. No podemos ni pensar por fuera del lenguaje y, sin embargo, a la hora de escribir, el lenguaje resulta absolutamente insuficiente. Hay que trabajarlo con un mazo y un cincel, como decía Pascal Quignard, y ni aun así se logra algo. Lo que queremos decir es anterior: no está hecho de palabras. Las palabras son toscas, profundamente precarias para nombrar el mundo, lo que nos pasa, lo que nos rodea. Y, sin embargo, no nos queda más remedio que trabajar con ellas. Enrique Lihn tiene estos versos que lo dicen muy bien: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor, / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación. / Las palabras que usamos para designar estas cosas están viciadas. / No hay nombres en la zona muda”. O como decía Marguerite Duras: “Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe”. Pero no hacemos más que ir a la deriva. El lenguaje no es un puerto, no es una bahía, no nos ofrece ningún amparo. Escribir es un puro naufragio. Pero hay algo que se sobrepone, que se empecina, que lo intenta. Con mucha suerte, a ratos, logramos bordear, rozar, aproximarnos un poco al vacío. No más que eso. Por eso Roberto Bolaño decía que la literatura se parece bastante a la pelea de los samuráis, porque un samurái no pelea contra otro samurái, pelea contra un monstruo y sabe, de antemano, que será derrotado: saber que serás derrotado y tener el valor de salir a pelear: eso es la literatura.
-¿Por qué elegiste como protagonistas de los cuentos a mujeres que ya no son jóvenes, solitarias o acompañadas por otras mujeres?
-Para serte sincera, no las elegí. Se me fueron apareciendo. Nunca escribo con un plan. Nunca sé qué voy a escribir. Me gusta esa dimensión de descubrimiento, en el acto de escritura: dejarme llevar por las voces que aparecen sobre el papel, a ver si me conducen a alguna parte, a ver si logran decirme algo. Creo que lo que más me atrae del proceso de escritura es ese no saber: la sensación de estar entrando en un territorio de profunda libertad, en el que todo puede pasar, en el que todo puede ser de otra manera. Muchas veces tengo la sensación de enfrentarme a la escritura como indagación de alguna pregunta o de algún estado de conciencia. Otras veces parto de imágenes, como si esa imagen condensara algo que me convoca, que me interroga. Me pregunto si esa imagen puede sobrevivir al lenguaje: si esa imagen se puede descomponer en la diacronía del lenguaje y aun así conservar el sustrato que produjo la interpelación.
-¿Sentís que el contexto y la agenda actual influyen en tu escritura?
-Entiendo la escritura como un asunto de diálogo; fundamentalmente, un diálogo con lo que hemos leído. Estamos todo el tiempo reescribiéndonos. Escribir es reescribir, decía Roland Barthes. Y estoy totalmente de acuerdo. Desde ese punto de vista, la escritura como acto colectivo, profundamente dialógico.
-En tus encuentros con lectores, ¿qué cosas te dicen sobre tu literatura?
-Bueno, cada lector es un mundo y un texto es una mera proposición. El texto se completa con la mirada de cada lector, de cada lectora: con eso que cada quien encuentra allí. A veces me cuentan dónde lo leyeron, a veces me cuentan qué encontraron, dónde se detuvieron, qué subrayaron. Para alguien que escribe, como para alguien que edita, presentar un libro es como lanzar una botella al mar. Nunca sabés si llegará a alguna orilla, si alguna mano abrirá la botella, si alguien leerá elescrito. Cuando eso sucede, cuando unos ojos se posan sobre ese texto y se produce el diálogo, es como para descorchar un vino y quedarse celebrando toda la vida.
-¿Cómo es la relación con tus editores?
-De profundo respeto mutuo y de inmenso cariño. La vida ha sido generosa conmigo: me ha dado unos editores y editoras de lujo. En España, la experiencia con Las Afueras, que dirigen Llorca y Anglès, ha sido desde el primer minuto un privilegio. Editar un libro con ellos es, lisa y llanamente, una fiesta. Lo mismo puedo decir de Tusquets Argentina y de mi experiencia con Paola Lucantis. Hemos editado cuatro libros juntas, siempre con la misma alegría y con todo el cuidado del mundo. Lo mismo puedo decirte de la querida Baltasara Editora, de mi tierra natal. Desde que ha fallecido Liliana Ruiz, a quien tanto extrañamos, han quedado a cargo de la editorial su esposo y su hijo, Guillermo Corbacho padre y Guillermo Corbacho hijo, con quienes acabamos de editar el nuevo Cotidiano, una edición preciosa y bellamente ilustrada por el querido Pablo Santín. Este año tuve la dicha de conocer en persona a Sara Cano, mi editora italiana, una mujer de un entusiasmo contagioso. Ha sacado una edición hermosa de Como si existiese el perdón, con la traducción impecable de Giulia Zavagna: otro prodigio. También este año tuve la dicha de conocer en Colombia a mis editores de Rey Naranjo, John Naranjo y Carolina Rey: dos personas maravillosas, con real compromiso por la tarea editorial. Y a mi editora de la traducción al euskera, Uxue Razquin Olazaran, que se vino del País Vasco hasta Barcelona a darme un abrazo. Y tengo muchas ganas de conocer a mis editores franceses de Cambourakis: tuve la oportunidad de reunirme en Madrid con la traductora al francés, Christilla Vasserot, que me ha hablado maravillas de la editorial. Y el año pasado ya había podido conocer a Linnea Rutström, mi editora y traductora al sueco, que edita unos libros bellísimos. Y gran parte de todas estas experiencias se las debo a mi agente, Sandra Pareja, de Massie & McQuilkin, que trabaja incansablemente y con una convicción irrevocable. Si tuviera que resumirlo, te diría que siento un profundo orgullo por mis editores y mis editoras. Personas sumamente profesionales, que encaran su tarea no solo con un enorme compromiso, sino con absoluta pasión.
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