Mariana Arias: "Mi primer deseo era ser psicoanalista"
En LN+ integra el equipo de Noticia y Media como una de los periodistas del programa. En la misma señal conduce Como mujer, sobre mujeres inspiradoras y, en radio Millenium, tiene un ciclo de entrevistas. Hace rato que Mariana Arias dejó el mundo del modelaje para dedicarse a los medios. Aquí cuenta su historia y responde al Cuestionario Sehinkman .
–Hay una línea de tiempo que señala un A/C y D/C. ¿Antes y después de Cristo? No, antes y después de los 40. ¿Cómo transitaste el cruce de una era a la otra?
–Hubo un cambio. Antes de los 40, transité la vida con las oportunidades que se presentaban. En cambio, después, mis decisiones fueron más pensadas y guiadas según los deseos más profundos. Antes de los 40 fui mamá, cambiaron mis prioridades y salí del centro de la escena para poner el centro en mi hija Paloma. Pero, además, eso fue teniendo un correlato con el deseo de conectarme con otras cosas: otra gente, otras ideas. Y para poder cambiar, por ahí tuve que pelearme un poco con lo anterior.
–¿A qué te referís con "lo anterior"?
–Haber trabajado 20 años como modelo, como mannequin. Eso estuvo muy bueno porque me fue muy bien, fui exitosa y llegué a completar todos los deseos que había en ese espacio. Pero después pude decir "no lo hago más" de un día para el otro. Eso fue muy abrupto y a eso llamo "la pelea".
–¿Qué pasaba con ese mundo del modelaje que el corte fue tan abrupto?
–Ya me sentía incómoda en ese espacio. No representaba más como yo me sentía internamente, no me hacía tan feliz y me parecía que había cumplido una etapa.
–Recordemos que fuiste especialmente exitosa en ese campo...
–Había trabajado con todos los diseñadores argentinos de fines de los 80 y los 90, como Gino Bogani. Pero también había ido a Europa a trabajar a París, a Milán, con Óscar de la Renta a París y a Estados Unidos. Había hecho muchos comerciales de muchas marcas importantes. Y después la frutilla del postre fue saltar al cine directamente a un protagónico (N. de la R: en No te mueras sin decirme a dónde vas, de Eliseo Subiela, 1995) Ahí sentí que podía ir "por otro lado" y empecé a estudiar teatro con Julio Chávez y con Cristina Moreira, en el Cervantes, entre otros. Hice acrobacia, canto, toda una formación artística que tenía que ver con la actuación.
–Y en ese proceso de cambio hacia otros desafíos, ¿recordás alguna influencia específica de alguien, alguna charla que te haya resultado determinante para tomar la decisión?
–Lo fui madurando a través del análisis. Y también me acerqué un poco más a algunas personas de mi historia, de mi familia, que tenían más que ver con lo profesional. En un comienzo yo también había bifurcado esos dos caminos: a los 18 años, me tenía que anotar en la universidad o aprovechar las oportunidades para trabajar como modelo. Y elegí el modelaje para independizarme. El deseo de ser profesional lo retomé a los 40.
–¿Con qué personas de tu historia te reconectaste que tenían que ver con lo profesional?
–Con mi abuelo materno, que era francés, Adrián Riquebourg, que era médico y que fue director del hospital Vélez Sarsfield y del Ramos Mejía. Fue un tipo muy interesante para la familia, casi un líder familiar, que se fue muy pronto. Lo recuerdo sentado, leyendo en su biblioteca. La imagen de un intelectual. No digo que yo haya llegado a eso, pero mi deseo volvió un poco ahí. Siento que soy muy feliz con la decisión que tomé. Fue bastente duro, pero así llegamos hasta acá. A los 46, terminé mi carrera de licenciada en Comunicación en la UCA.
–¿Qué es lo que más disfrutás en tu rol periodístico?
–Me gusta mucho el análisis de las noticias. Y especialmente, la entrevista. La entrevista me permite despuntar mi primer deseo, que era ser psicoanalista, y también poner en práctica todos mis años de análisis, la experiencia de aprender a escuchar, de empatizar con el otro.
–En 2014, escribiste un libro, Una mujer en la mitad de su vida, donde usás una palabra: maduritud. ¿Qué significa?
–Significa que aún con contradicciones, dificultades y mucho aprendizaje, una puede seguir arriesgando y buscándose. La vida no se termina a los 50, todo lo contrario. Se puede volver a empezar.
–Cuando tu hija Paloma se fue de casa, ¿tuviste que volver a empezar?
–(Se ríe) Lloré durante dos años. Me costó mucho.
–Paloma es hija única. ¿Cómo se sienten ambas con el enorme parecido físico que tienen?
–A mí me gusta, está bueno que nos parezcamos. También se parece al papá, que es Marcelo Cepeda. Parece que está todo fundido ahí, en ese trío, porque somos todos parecidos, con rasgos de ojos alargados, medio chinos. Quizá, Paloma en algún momento lo sufrió más, pero hoy, con 27 años, sabe lo que quiere y es muy talentosa. Y además tiene mucho carácter.
–En tu casa hay un lugar muy especial para vos, que es donde trabajás. Y detrás de tu escritorio, donde te sentás a escribir, hay un cuadro que pintó tu papá, que falleció hace muchos años. ¿Qué representa tener ese cuadro de tu padre ahí, tan cerca tuyo?
–Siento que siempre está conmigo. Y además… me voy a poner a llorar (silencio largo). Siento que su corazón, su alma, siempre está muy conectada con la mía, a pesar de no estar hace muchos años. Murió en el 95, tenía 58 años. La sensibilidad que tenía mi papá es un norte para mí.
–Tu padre, además de su vínculo con la pintura, tuvo restaurantes. ¿Es cierto que vos planeás el día de mañana poner tu propio restaurante, casi a modo de homenaje o reencuentro con eso que tanto le gustaba a él?
–Sí, me encantaría terminar la vida en una linda playa y tener un restaurante donde recibir amigos y también dar. Y cocinar es una forma de hacerlo.