María Teresa Andruetto: “No me interesa una escritura militante que pretenda enseñar cómo vivir y qué pensar. Nunca fue eso para mí la literatura”
En su nuevo libro, “Extraño oficio”, la autora recoge crónicas que parten de escenas de la vida real y se relacionan con sus lecturas
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Son sólo dos verbos. Conjugados y pasados por el cuerpo lo cambian todo. “Cada uno tiene su historia, y yo tengo vocación de mirar y de escuchar”, dice María Teresa Andruetto (Córdoba, 1954). Sobre esos pilares, dio forma a su nuevo título, Extraño oficio (Random House). No es ficción como sucede en La mujer en cuestión, Lengua madre o la poesía de Kodak o Beatriz ni su producción de literatura infantil por la que fue reconocida con el premio Hans Christian Andersen en 2012 -aquí, Konex de Platino y Fondo Nacional de las Artes-. Extraño oficio son crónicas “hibridadas”, que partieron de escenas de diferentes momentos de su vida y que las linkea con sus propias lecturas a otros autores.
Es una compilación de sus columnas del programa de radio Nada del otro mundo, de la Universidad Nacional de Córdoba. Andruetto toma una frase de Úrsula K. Le Guin: “Contar es escuchar”. Y subraya: “De ahí vienen estas crónicas sobre el extraño oficio de ver, de escuchar y de contar”. Tal vez por eso decidió llamar a esa columna Gente conmigo. “A veces nos reímos con mi marido. No sé qué hago yo, pero la gente me cuenta cosas. No es porque yo sea escritora”, dice, y agrega: “Yo creo que es una escucha intensa de persona a persona”. Así aparecen en el libro escenas como estas: una chica con “una voz apenas audible, una tonada norteña que pregunta: Tenés labial Lancôme?” Las vendedoras le responden si sabe lo que cuesta. “Es para mi patrona”, dice la chica y señala a la mujer que espera en la puerta. Aparece la mención a La fiesta ajena, el cuento de Liliana Heker sobre la conciencia de clase. En Lecciones de piano, entra la profesora de la Andruetto niña, entra Andersen con La vendedora de fósforos y el texto termina así: “Nada de lo que un escritor crea puede escapar de lo que es”.
-¿Qué representa este nuevo libro?
-A mí no me gustan los encasillamientos. Me gusta la escritura como una exploración en las formas. Tengo como una cierta apetencia de ir a distintos géneros. Nunca había publicado un libro de crónicas, estas serían un poco hibridadas con reflexiones y citas de lectura. Parten de situaciones reales que he escuchado; a veces al momento de verlas o recordándolas. No son cosas que yo haya salido a buscar, si no que de algún modo inesperado han llegado a mí. Tiene que ver con una gama de intereses míos que son las cosas que yo tiendo a mirar, ciertas formas de estar con los otros. Siempre hay un intenso deseo de comprender al otro, de no juzgar. De aprender de ese otro.
-¿Cómo te hiciste de ese oficio de escuchar, de mirar así?
-Creo que tiene que ver con el intenso deseo de comprender al otro y de que eso vuelve a mí, para comprender algo más de la vida. Siempre me interesaron las distintas maneras de estar en el mundo, de ser una persona entre las otras. Ese mirar es de cuando era chica, antes de la lectura, la escritura. Como la primera vez que vi a una persona sacando algo de un tacho de basura o una vez que vi a unos hombres borrachos limpiar una mesa con una bandera. Eso que yo veía en ese pequeño mundo de la infancia, en un barrio en las orillas de un pueblo. Como se puede ver en el libro, hay escenas que son de un pueblo de la Patagonia o de una librería en Buenos Aires. No importan los lugares, siempre está lo humano con sus miserias, su potencia, sus pequeñeces. Cómo en cada uno se puede ver casi todo lo que somos.
-Y el otro es lo distinto
-Sí. La primera vez que percibí eso, personas que yo quería, pensaban distinto acerca de algo, me produjo inquietud. Que para un niño es la no certeza: si hay más de una mirada, no hay nada seguro. Para la escritura esa incerteza es interesante. Aprendí de eso. Bueno, tengo 67, mucho vivido. Una vida con épocas diferentes, condiciones de vida muy distintas, más quizá que lo que cualquiera se puede imaginar. Esa experiencia, ese entrenamiento de la mirada y del oído, terminó siendo como una riqueza personal. En la ficción entra lo que necesito para lo que estoy contando. Acá, no: hay una entrega a lo que sucedió y una apertura a percibir eso con la mirada y el oído. Y un trabajo fuerte de escritura hasta condensar todo. Andrés Rivera decía que un escritor se mide por lo que sabe quitar. Siempre tengo presente una ética del oficio, ofrecerle al otro una escritura con el mayor grado de condensación y cuidado posible, una especie de amor al otro.
-En el libro te preguntás qué pensará Kenzaburo Oé sobre el accidente nuclear de Fukushima. ¿por qué sienta precedente lo que un escritor pueda pensar?
-Hay muchas maneras de ser escritor y de estar como escritor. Uno puede considerar que la escritura es sólo lo que escribe y puede también tener la persona del escritor; además de su obra, una presencia en lo social. A mí siempre me interesó la sociedad en la que vivía, me interesa como persona, y muchas cosas que hice y hago tienen que ver con eso. Para mí un escritor es todo. Es lo que escribe, fundamentalmente. Me interesa el mayor cuidado de lo que escribo. No me interesa una escritura militante, en el sentido ortodoxo del término: que en la misma escritura yo pretenda enseñarle a cada quién cómo vivir y qué debe pensar. Nunca fue eso para mí la literatura. Hablo de Kenzaburo Oé como un garante ético. Supongo que esa sociedad japonesa tratará de tragarse esa garantía ética que pondrá incómodos a muchos. Hay escritores de distintas calidades y características. Y hay además, como Oé, maestros de vida. Por eso me preguntaba qué estaría por decir un alguien como ese.
-En otro momento de Extraño oficio, unos niños hacen una selfie frente a una ojota. ¿Qué significa pensar en el reparto de la riqueza?
-Hay un nudo entre lo ambiental y la distribución de la riqueza que van juntos. Nos llenamos la boca sobre lo que al otro no le debiera faltar, pero pocas veces nos implicamos para que sea posible. No se puede pensar en un mundo un poco más humano si no estamos dispuestos a revisar lo que tenemos. Tiene que ver con la conciencia ante cada cosa que consumimos. Porque en el consumo también va la ideología. Si yo compro algo que se produjo explotando a alguien, a lo mejor de manera no siempre consciente, también estoy siendo responsable. Creo en distribuir mejor la riqueza y pensar en la idea de un mejor vivir, y no vivir lleno de cosas. Son centrales en una concepción ambiental de cuidado. Mi compañero de vida trabaja en la cuestión ambiental desde toda su vida. Suele citar a Sandra Díaz, científica que recibió el Premio Princesa de Asturias. Ella habla de “el tapiz de la vida” y de que todo lo que hay, desde los cuadros de Goya hasta los tomates, está hecho de átomos. Eso, que todos somos la misma cosa y nos vamos reciclando todo el tiempo
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