María Teresa Andruetto: "Mi escritura está muy ligada con el deseo"
Nominada al Premio Astrid Lindgren de literatura infantil, la autora cordobesa presenta su última novela para adultos
Es la única escritora argentina que ganó el Premio Hans Christian Andersen, conocido como "el pequeño Nobel", el más prestigioso de la literatura infantil y juvenil. Hace pocos días se anunciaron los candidatos nacionales al Astrid Lindgren, la otra distinción más importante del género, y entre los cinco nominados del país está María Teresa Andruetto. Este año, además, la autora cordobesa fue galardonada con el Pregonero de Honor, que otorga la Fundación El Libro. De visita en Buenos Aires para dictar charlas en escuelas sobre su obra para chicos y jóvenes y para presentar su última novela para adultos, Los manchados (Penguin Random House), Andruetto habló con LA NACION sobre un trabajo que lleva adelante en simultáneo con la escritura: la promoción del hábito de la lectura en todas las edades.
-¿Qué significan los premios a esta altura de su carrera? ¿Son un impulso hacia el mercado externo?
-Son diferentes: algunos tienen que ver con la escritura misma y con la proyección internacional; otros, con una trayectoria de construcción de lectores, un trabajo en el campo de la literatura infantil, como es el caso del Pregonero, que siento un premio a tantos años de trabajo en el ámbito de promoción de la LIJ. Los premios son como mojones en el camino; son mimos, uno siente que los otros han visto el trabajo, lo que uno hace y es. Son gestos de reconocimiento y también de amor. Los vivo con mucha alegría y mucho agradecimiento.
-Usted dice que no piensa en el lector en el momento de la escritura, pero en sus libros para grandes y para chicos se advierten diferentes tonos. ¿Cómo trabaja la voz narrativa en cada caso?
-Cuando digo que no pienso en el lector, me refiero a un lector de carne y hueso de una edad determinada. Pero pienso mucho en un lector interno, potencial, de la obra que, en un principio, soy yo misma. Pienso mucho en las estrategias de lectura que puede tener ese lector: si lo sorprendo, hasta qué punto le doy información, cómo dosificarla, el tono, el punto de vista narrativo. Todo eso me interesa muchísimo. En cuanto al destinario externo, si puede ser niño, joven o adulto, encuentro en lo que yo hago y en mis procesos de escritura una diferencia importante cuando se trata de un libro para un lector muy pequeño. O sea, un primer lector. Ahí sí mi proceso de escritura se pone en diálogo con un lector interno que es niño.
-No escribe pensando en los chicos, pero trabaja para difundir la literatura infantil.
-Yo creo en el campo de la literatura infantil, no tanto en la división tajante de libros por edades. Creo que esa categoría está creada por los editores y los maestros como estrategias para llegar al lector. Sin que esto sea una regla absoluta, creo que cada vez más lo bueno en calidad literaria, de ilustración, de edición, tiende a borrar esas fronteras. Creo en un campo de reflexión, y yo participo de ese campo. Creo que entre un lector joven y uno adulto hay solamente una diferencia de grados de lectura. Es importante seleccionar los libros para ver qué de todo lo que se publica puede ser ideal para un grupo determinado. Eso me parece central.
-Escritores de público amplio, como Jorge Luján, aseguran que es más difícil escribir para los más chicos que para los adultos. ¿Cree lo mismo?
-La zona donde menos escribo es la de los primeros lectores. No sé si porque es más complejo. Escribir una novela siempre me ha llevado mucho tiempo, mucho esfuerzo, tengo más posibilidades de fracaso. Los manchados, por ejemplo, me llevó cuatro años. En el medio llegó el Andersen, estaba por la mitad del libro y lo dejé durante un año. Lengua madre también me llevó unos cuatro años. No escribo de una manera sistemática de una cantidad fija de horas por día.
-¿Cómo es la trastienda de su proceso de trabajo?
-Mi escritura está muy ligada con el deseo. Entonces, eso a veces está; a veces, no. Necesito algunas cosas para escribir, para sumergirme en ese universo, para vencer esa resistencia interna. Tiene que ver con atreverse a entrar en uno mismo más hondo. Eso es lo que no resuelve el oficio. Después, uno puede avanzar, pero hay una parte muy importante, el caracú del asunto, que no se resuelve con oficio sino con deseo y con algo interno, que uno no sabe qué es. Pero es, en definitiva, lo que va a buscar cuando escribe. Mis preocupaciones casi siempre son formales: de estructura, de lenguaje, pero especialmente de punto de vista narrativo. Si no tengo el narrador, desde dónde contar, es muy raro que comience a escribir, aunque me haya impactado algún asunto. Porque no son los asuntos los que me llevan a escribir. No son los argumentos. Cuando comienzo una novela no tengo un argumento trazado. Hay una imagen que persigo y me persigue. Una voz. Una frase. Entonces, me pregunto por qué apareció. En ese ir y venir desde una interrogación hacia mí misma voy avanzado.
-En el caso de Los manchados hubo una decisión de situar la novela en un pasado reciente y de abordar el tema de la memoria y de la identidad.
-Sí, voy siempre a los mismos temas, desde distintos lugares. Por eso lo que me preocupa es la forma. Pensando en la forma, los temas aparecen. Casi siempre tienen que ver con lo mismo: la identidad, la confluencia entre lo privado y lo público, lo individual y lo social, el lugar de las mujeres. Siempre voy por ciertos márgenes sociales. Pero no es un programa deliberado que aparece antes de la escritura. Son muy misteriosos los caminos creativos: a veces sé desde un comienzo hacia dónde voy, otras recién aparece cuando está muy avanzado el libro. El camino está hecho de aciertos y de fracasos.
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