Maria Simon, la artista cartonera argentina que brilló en París al crear “fuera de la caja”
La galería Vasari rescata con una muestra y un libro el legado de una mujer tan seductora como sus obras, un símbolo “de todo lo que el hombre abandona después de haber usado”
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“¡Encontré el material! ¡El más fácil, el más pobre!” Eso habrá pensado la argentina Maria Simon mientras caminaba por París, a mediados de la década de 1960. Al menos lo sugiere María Gainza en el libro de 276 páginas que le dedica la galería Vasari, para acompañar una muestra que rescata su legado. No todos los días se descubre un tesoro semejante: aquella mujer que ya había pasado los cuarenta años hallaba en las cajas de cartón una estructura que marcaría un hito en su carrera, y este espacio de Retiro va más allá al exhibirlas apiladas en su vidriera, sobre una transitada calle porteña.
Esa idea fue de Hugo Petruschansky, curador de la muestra titulada Juego de cajas. Uno de los integrantes del dream team convocado por las galeristas Marina Pellegrini y Lauren Bate para producir esta exposición que les demandó más de dos años de trabajo. Se nota el esfuerzo, que incluyó restaurar varias piezas. El libro que rescata del olvido su legado -con tapa dura, texturada como el cartón corrugado y color bronce-, suma al texto de Gainza otros de Marcelo Pacheco, Marta Traba y Pierre Restany, además de algunos de la artista que se consideraba “la primera cartonera del arte”.
“Londres fue como el alba, el alba es nuestro miedo de hacer cosas distintas”, escribía Simon en 1964, junto a un collage realizado en su cuaderno de bocetos. Fue el año en que todo cambió. Gracias a una beca, la artista nacida en un pueblito de Tucumán había dejado atrás su vida en Buenos Aires y una hija adolescente. No habrá sido fácil tener esa madre, que ejerció en todo sentido su libertad –hasta para sacarse los acentos de su nombre y apellido- y solía decirle: “Dianita, que suerte que es linda, porque si no, no la hubiera querido”.
“Tuve la triste fortuna de casarme siendo todavía muy joven –le contó a Gainza dos años antes de morir, en 2009 -. Sentí que había sido traicionada. ¿Cómo me repuse? El médico del pueblo sorprendió mi mirada y se puso a mirarme. Las aventuras empezaron a ejercer sobre mí una fascinación”.
Ya separada de José Julio Poli, trece años mayor que ella, a mediados de la década de 1960 partió hacia Europa. El dinero no era un problema, ya que provenía de una familia que era dueña de dos ingenios azucareros. Formada con los escultores Juan Carlos Labourdette y Líbero Badíi, había comenzado a explorar con cajas de plomo y realizado su primera muestra en una galería. Hoy está representada en las colecciones del museo Moderno y el de Bellas Artes, donde se exhibe hasta fin de julio una de sus esculturas con otras de Noemí Gerstein y Juana Heras Velasco.
Cuando volvió por un tiempo a la Argentina, todo auspiciaba una carrera exitosa: en 1966 participó del Premio Nacional Instituto Di Tella, con un jurado internacional, y ganó el Primer Premio de Escultura del Premio Braque. El reconocimiento consistía en un viaje a París, donde descubrió las posibilidades del cartón para “pensar fuera de la caja” hasta deconstruirla, mucho antes de que la palabra se pusiera de moda.
“El exitoso Groupe de Recherche d’Art Visuel, con Vasarely y Le Parc –recuerda Petruschansky en el catálogo-, inauguraba por esos días en la Galería Denise René, referente de la tendencia artística del nuevo arte cinético en los 60; largas charlas y discusiones sobre el devenir del arte armaron la nueva bohemia parisina que se adueñó de los jóvenes beatniks y sus confrontaciones con el existencialismo de Albert Camus. Los argentinos tuvieron presencia e ideas fundacionales, formando un frente ruidoso de innovaciones”.
En 1970 se casó con Jacques Lassaigne, nombrado ese mismo año director del Museo de Arte Moderno de París. Una de las fotos incluidas en el libro la muestran tres años después en un bar, abrazada por Julio Le Parc frente a dos copas de vino. Tenían motivos para brindar: esa noche, Maria había inaugurado dos exposiciones en simultáneo. Una en la Galerie de Varenne, donde presentó grabados, dibujos, tapices y esculturas en bronce y aluminio, y otra con sus esculturas en chapa negra en la citada Denise René.
“Era amiga de todos los artistas del momento”, asegura Pellegrini. Así parecen confirmarlo otras fotos que la muestran con Luis Tomasello, Francis Bacon, Alicia Penalba –con quien se dice que mantuvo cierta rivalidad-, Marc Chagall, Sonia Delaunay y el escultor César Baldaccini. Apenas un esbozo de su intensa vida social, que habría incluido a numerosos amantes.
“Tenía su performance. Siempre después de comer, se subía a la mesa, se acostaba de espaldas y, en medias red, shorts negros y antifaz, hacía su bailecito de piernas. Era su marca registrada –le dijo a Gainza Teresa Anchorena, impulsora de una retrospectiva de María Simon en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 2005-. Pero fuera de esos gestos excéntricos, Maria tenía un gusto estricto, era refinada sin ser pretenciosa”.
Eso se refleja en sus obras, tan seductoras como ella misma. Esas simples cajas de cartón, como las que se usan en la vida cotidiana para contener tortas o empanadas, le sirvieron de inspiración para sus esculturas realizadas en bronce, aluminio y resina, así como para sus grabados y tapices con plumas. Uno blanco y uno negro, enfrentados, llaman la atención en Vasari. Pero hay más, registrados en el libro: entre ellos Máscara (1975), una atractiva figura abstracta color azul petróleo, Pájaro (1975), que recrea un ave en vuelo y evoca un clima siniestro como el de la película El cisne negro, protagonizada por Natalie Portman.
Incluso su pieza titulada Los piqueteros (2005), realizada con alambre, cartón e hilos ya de regreso en la Argentina, está integrada por elegantes figuras que recuerdan al Hombre que camina (1960), de Alberto Giacometti. “¡Esto es un sueño!”, exclamó el galerista Alberto Sendrós horas antes de la inauguración, cuando ya se habían vendido tres obras de las más de treinta exhibidas.
Se refería a las Coronas (1978): un grupo de esculturas realizadas en bronce -una de las cuales está cubierta por pátina negra-, presentado en 1979 en el Centro de Arte Moderno Gulbenkian, en Portugal. ¿En qué se inspiran las coronas? En cajas como las que suelen usar las panaderías para vender masas finas. “Empleo la caja más simple como símbolo de todo lo que el hombre abandona después de haber usado –explica Simon en uno de sus escritos de 1970-, y trato de salvar lo esencial, el espíritu humano”.
Para agendar:
Juego de cajas en Vasari (Esmeralda 1357) hasta el 30 de agosto, de lunes a viernes de 11 a 19. Entrada gratis.
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