María Rosa Lojo vuelve al cementerio de la Recoleta para resucitar sus intrigas: “Nunca están en soledad”
En “Así los trata la muerte”, la escritora e investigadora reúne a distintos protagonistas de la historia nacional que yacen en la Recoleta y los deja hablar en encuentros inesperados e imposibles
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Desde la “posvida” y eternamente si quisieran, los muertos pueden seguir conversando entre ellos. Eso pasa con los protagonistas de los nueve relatos de Así los trata la muerte. Voces desde el cementerio de la Recoleta (Alfaguara), de la escritora y académica María Rosa Lojo (Buenos Aires, 1954). Allí están Victoria Ocampo y Fani (su ama de llaves de toda la vida, convertida en gobernadora de una ínsula), Camila O’Gorman, Lucio V. Mansilla (que no sabe si deplorar o festejar que Una excursión a los indios ranqueles sea un “clásico obligatorio” en las escuelas argentinas), Eduarda Mansilla, José María Calaza (el gran jefe de bomberos de Buenos Aires, de origen gallego), María Victoria Walsh y Dominguito Sarmiento, entre otros personajes ilustres y menos conocidos, pero con una historia trascendente por contar. “Nunca están en soledad”, advierte la autora en las páginas preliminares, donde invita a los lectores a traspasar los pórticos del cementerio porteño para resucitar intrigas por medio de la literatura.
Esta es la segunda incursión de Lojo en la primera necrópolis pública de la ciudad de Buenos Aires. La primera fue Historias ocultas en la Recoleta, que tuvo como coautor en el rubro de investigación histórica al académico Roberto L. Elissalde. En Así los trata la muerte, veinte años después, la escritora elige a otros personajes y propone, señala, “una nueva vuelta de tuerca con el ingreso a la dimensión trasmundana”.
“Sería imposible hacer un libro como este sin varias bibliotecas atrás, en diversos rubros: literario, histórico, antropológico, filosófico. Por eso, para satisfacer la curiosidad de lectores como yo, añadí al final una bibliografía selecta con las obras fundamentales implícitas en cada historia”, dice la autora en diálogo con LA NACION y anticipa que en 2022 dará a conocer un nuevo libro de poesía, otro de narrativa y una reedición de los relatos de Cuerpos resplandecientes. A lo largo de los años, Lojo ha sido premiada en varias ocasiones; los reconocimientos más recientes son el Gran Premio de Honor 2020 de la Fundación Argentina para la Poesía y, este año, la Medalla Europea de Poesía y Arte Homero.
-¿Escribió su nuevo libro durante la pandemia?
-Empecé a trabajar en este libro en 2017, pero lo terminé durante la pandemia. El último cuento escrito (no el último en el índice, que sigue otro orden) se relaciona especialmente con la situación que estábamos viviendo. “El canto del chamán” remite a los inicios del etnocidio de los selk’nam (u onas) en Tierra del Fuego, evocado desde la perspectiva de Polidoro Segers, médico de la primera expedición oficial que envía el Estado en 1886 para el reconocimiento de ese territorio. Los encuentros con los nativos desembocan en matanzas injustificables, que Polidoro presencia con indignación y horror y que asienta en su diario de viaje. Lamentablemente, estos pueblos jamás recuperarían un estado de equilibrio y de autonomía que pudo mantenerse durante diez mil años. Y no solo por culpa de los que estaban decididos a exterminarlos sin piedad (criadores de ovejas o buscadores de oro), sino también por aquellos que deseaban salvarlos, integrándolos a la civilización. Ese fue el caso de las misiones, católicas y anglicanas, cuyo régimen de vida arrasó con sus hábitos y prácticas culturales y también con su salud. Una de las mayores causas de la mortandad en los establecimientos misionales fueron las enfermedades contagiosas traídas por los blancos, contra las que no tenían defensas.
-¿Se vincula esta historia con la experiencia que nos tocó vivir en 2020 y 2021?
-Pensé muchas veces que algo similar nos estaba pasando a nosotros, presos en nuestras casas, abrumados por temores e incertidumbres, y aún sin vacunas aprobadas contra esa nueva peste que estaba atacando a todo el planeta, pese a que en nuestro imaginario civilizado y tecnológico algo así parecía posible solo en distopías, en películas de ciencia ficción. Lo relacioné enseguida con el título del libro, que remite a la “muerte igualadora” y a las consecuencias de nuestras acciones: la civilización global no nos había hecho inmunes ni, mucho menos, inmortales. La coincidencia me estremeció, porque tanto el título como la idea de incluir a Polidoro y su historia con los selk’nam existían mucho antes de que la pandemia apareciera en el horizonte.
-¿Por qué decidió dar voz a los muertos ilustres y anónimos, en vez de escribir sobre ellos?
-Porque soy poeta y escritora de ficciones y este no es un libro de ensayo ni de investigación, aunque se base en ella. Es un texto literario, con un marcado sesgo teatral en sus constantes diálogos, donde los personajes se presentan a sí mismos. Desde siempre los escritores nos hacemos cargo de otras voces, somos un canal por donde fluye la memoria colectiva. Y el cementerio de la Recoleta es un espacio privilegiado donde la historia y la memoria nacional están expuestas pero no de manera abstracta. Están encarnadas, personalizadas, en los dramas, las tragedias, los relatos que configuran las vidas y las muertes de quienes yacen ahí. La literatura puede actualizarlas con particular fuerza representativa y simbólica.
-¿Se puede decir que el libro reúne varios de sus intereses como narradora e investigadora de la literatura?
-Sí, por supuesto. En realidad esos intereses siempre estuvieron unidos. Aunque se trata de registros diferentes, mi vida como narradora no está separada de mi vida como investigadora. Por el contrario, se nutren de las mismas fuentes, de los mismos materiales. Los escritores que fueron protagonistas de mis novelas (Una mujer de fin de siglo, La pasión de los nómades, Las libres del Sur) y que aparecen en esta obra, como Eduarda y Lucio V. Mansilla, o Victoria Ocampo, han sido mis objetos de investigación. Publiqué obras de los Mansilla como editora crítica y escribí sobre ellos y sobre Victoria Ocampo ensayos académicos; también sobre Sarmiento (personaje de cuentos míos) y sobre su hijo Dominguito. Los pueblos originarios, el rol de las mujeres en la historia, incluso la configuración de la inmigración gallega en el imaginario argentino: todos son temas de este libro que ya había trabajado desde ambos frentes.
-¿Por qué decidió cruzar a personajes de distintas épocas en los relatos?
-Me pareció un juego provocativo que encajaba muy bien en un experimento como este. Los protagonistas están fuera del tiempo, en el círculo de la eternidad, donde todos estos encuentros pueden suceder. La sorpresa de estos cruces genera chispazos, revelaciones. Nos muestra la relatividad (la historicidad) de muchos valores y criterios, pero también la afinidad de experiencias y relaciones humanas a lo largo del tiempo. Hay un caso donde la vinculación salta a la vista pronto, pese a los siglos que separan a Camila O’ Gorman de la monja medieval Eloísa. Las dos se involucraron en un amor prohibido, las dos apostaron todo por ese amor y la forma en que querían vivirlo. Las dos decidieron ejercer su libertad hasta las últimas consecuencias. Pero también sienten, como se ve en la correspondencia epistolar iniciada por Camila, que son ellas quienes han dado más en una relación asimétrica. Dominguito Sarmiento y Vicki Walsh no están de acuerdo, políticamente, en casi nada. Lo que para una son las fuerzas representativas del pueblo (la “montonera”) para el otro se trata de hordas acaudilladas por jefes bárbaros; si el uno cree que ha luchado en una guerra legítima (la de la Triple Alianza), la otra la considera un ataque imperialista contra un país hermano. Sin embargo, quién podría dudar de la sinceridad de sus decisiones y de sus actos. Los dos, tan jóvenes, se han inmolado por una causa que juzgan superior: la patria, aunque la piensan de manera diferente. También se parecen en su fuerte relación con padres escritores, periodistas, políticos, mujeriegos, devastados por sus muertes.
-¿De qué modo la muerte no clausura la historia de una persona, sino que incluso permite nuevos hallazgos y posibilidades? ¿Es un “poder” de la literatura?
-La literatura es un espacio abierto donde todo puede suceder, donde se puede imaginar ese trasmundo que se relaciona con el significado de nuestras vidas y lo que hicimos en ellas. Una de las ideas de fondo en esta obra es que vivir consiste ante todo en una oportunidad para aprender, y que quizá continuamos ese aprendizaje fallido o incompleto en otro plano. Es lo que le dice a Victoria Ocampo su entrañable ama de llaves Fani, que ahora gobierna una “ínsula” en el paisaje de su montañosa Asturias natal.
-¿Se definiría como escritora o como académica?
-Me definiría como escritora y académica. Nunca viví de manera dicotómica o desgarrada esa doble pertenencia. Respondí a las dos vocaciones con alegría y naturalidad. Ya desde los catorce o quince años escribía textos poéticos y llenaba cuadernos de notas con apuntes y críticas sobre los grandes libros que iba descubriendo. Entre ambas facetas hubo siempre vasos comunicantes, se enriquecieron mutuamente. No es algo tan raro. Muchos de los escritores que más admiro fueron también filólogos, críticos y profesores universitarios. Novelistas como Antonia S. Byatt, J.R.R. Tolkien, J.M. Coetzee, Umberto Eco, poetas como Pedro Salinas y Dámaso Alonso. Lo único que mengua con los años son las energías para cubrir ambos frentes. Por eso en 2018 me jubilé como investigadora principal del Conicet para centrarme en la literatura. Aunque no abandoné la práctica del ensayo, ni mi actividad como directora del Centro de Ediciones y Estudios Críticos de Literatura Argentina (Cecla) en la Universidad del Salvador. Ahí puedo gestionar con excelencia cosas muy interesantes, como colecciones académicas, pero es un ámbito más pequeño y manejable institucionalmente.
-¿En qué medida las académicas en el área de las humanidades están reconocidas en el país? ¿Y las escritoras?
-Cada vez el reconocimiento es más amplio. Solía haber una mayoría femenina en las “bases”, que disminuía en la punta de la pirámide, en los cargos directivos, preferentemente ocupados por varones prestigiosos. Falta aún para una paridad plena, pero eso está empezando a cambiar. No solo hay muchas profesoras titulares en las cátedras, sino también directoras de institutos de investigación. Y en lo que hace a las escritoras, está a la vista el relieve que han adquirido en los últimos años, tanto en ventas como en premios.
-¿Qué zonas de la historia literaria argentina permanecen “bajo tierra” y merecerían ser descubiertas?
-Por un lado, se cuentan los textos literarios excluidos del mapa canónico y que fueron largamente olvidados o ignorados. En esa categoría quedó arrumbada la obra de muchas escritoras decimonónicas e incluso de la primera mitad del siglo XX. Por otro lado, hay textos que no nacieron como “literarios” o que no se consideraron tales en su momento, pero que bien podrían ampliar el corpus de nuestra literatura nacional. Memorias, testimonios, crónicas de viaje, epistolarios integran esta categoría. Estas zonas sumergidas aparecen claramente en dos colecciones que dirijo: Ediciones Académicas de Literatura Argentina (siglos XIX y XX), de Corregidor, así como en la de Ediciones y Estudios Críticos del siglo XIX y XX, en el Cecla, de la Universidad del Salvador. En la primera se publicó buena parte de la obra de Eduarda Mansilla (sus Cuentos, sus Creaciones, sus Escritos periodísticos completos), el Diario de viaje a Oriente1850-1851 y otras crónicas del viaje oriental de Lucio V. Mansilla, que recupera incluso un manuscrito inédito de su juventud. En el Cecla se están publicando, en varios tomos, las impresionantes Memorias de Santiago Avendaño, cautivo de los ranqueles entre sus siete y catorce años, cuya imagen profundamente humana de este pueblo desarma muchos estereotipos negativos. Y pronto se lanzará una antología de escritoras de narrativa breve del siglo XIX y principios del XX.
-¿Cómo ve el ámbito cultural local y qué acciones del Estado (nacional, provincial, municipal) son necesarias? ¿Le piden opinión los funcionarios?
-La primera parte de la pregunta daría para un reportaje entero. A la segunda puedo contestar sintéticamente que sí: a veces los funcionarios me han consultado y me siguen consultando como especialista. Por ejemplo, a pedido de la entonces directora de Asuntos Culturales de la Cancillería, Magdalena Faillace, fui asesora en la organización de nuestro stand y actividades en la Feria de Frankfurt en 2010. Justamente porque ella notó la falta casi total de escritoras en el pabellón de clásicos argentinos que se estaba armando y pensó en pedir otra opinión.
-¿En qué trabaja actualmente?
-Durante 2020 y 2021 estuve trabajando en el campo de la poesía. Si bien mi obra narrativa suma cuantitativamente más títulos, la mirada poética es el núcleo y también el motor de todo lo que escribo. La búsqueda de conexiones ocultas en lo que parece dispar, la música y la apuesta por el poder transformador y desautomatizador del lenguaje, todo viene de ahí. Eso está en el corazón de la prosa, y también en libros específicos, como el que acabo de terminar, Los brotes de esta tierra, que será publicado en 2022 por Ediciones en Danza. Hay otro libro de narrativa concluido, Lo que hicieron ahí, que lanzará Corregidor. Y tengo entre manos, además, una reedición, ampliada y actualizada, de mi libro Cuerpos resplandecientes. En otro rubro, preparo un curso virtual sobre ficción histórica que se centrará especialmente en sus desafíos compositivos. Es una modalidad narrativa muy compleja y laboriosa, que no solo exige una gran batería de conocimientos, sino además una multiplicidad de recursos literarios. Se nos plantea, entre otras cosas, cómo volver sobre personajes y épocas que muchos autores trataron y marcar una diferencia, aportando el sello personal y único de la creación.
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