Una casualidad maravillosa, como ella misma la define, llevó a María Negroni a vivir en el departamento de la calle Viamonte al 300 que perteneció a Alberto Girri. A mediados de los años 90, la poeta buscaba un lugar para instalarse en Buenos Aires después de trabajar durante diez años como docente de literatura latinoamericana en el Sarah Lawrence College, de Nueva York.
Cuando Negroni visitó ese piso del Bajo porteño, quedó fascinada con la biblioteca. "Fue lo primero que vi. Aunque estaba vacía -no había ni una revista-, me encantó porque fue diseñada a medida y ocupaba una pared. Con estantes altos y puertas bajas, tenía mucho espacio para libros y papeles de trabajo. Ese hermosísimo mueble fue el principal motivo por el que decidí comprar el departamento", contó a LA NACION en una entrevista. Ya hace tres años que la autora de los ensayos Museo negro y Galería fantástica, entre otros títulos, se mudó. Pero recuerda con alegría las vueltas de la vida que la llevaron a vivir en el que había sido refugio de Girri y lugar de encuentro de escritores muy admirados.
Cuando fue por primera vez al edificio ubicado en Viamonte 349, Negroni vio la placa del frente, con la inscripción: "Alberto Girri (1919-1991). Aquí vivió. Homenaje de sus amigos al poeta (28-11-1992)". Pero recuerda que en ese momento no le prestó atención. "Al firmar la escritura me enteré de que la propiedad había pertenecido a él. Los vendedores (una pareja joven) nunca se habían referido al dueño anterior. Girri es un poeta que admiro. Varios colegas que lo conocieron, como Arturo Carrera, me contaron que aunque se le hicieron reformas, el departamento conservaba algunos espacios intactos, como la biblioteca. Desde que descubrí esa casualidad maravillosa siento que el espíritu de Girri anduvo por ahí."
En Al pie de la letra. Guía literaria de Buenos Aires (Grijalbo), Álvaro Abós describe el departamento como una "mezcla de cueva y taller de artesano". De estilo austero, como su dueño, en el piso había pocos muebles y objetos. Sólo algunos libros y una selección de discos de tango y música clásica. "Vivía más que modestamente en un departamento interno, de dos ambientes, en la calle Viamonte, y en sus últimos años había reducido su biblioteca a trescientos volúmenes, los que de verdad le importaban y que sabía que en algún momento podría volver a abrir. Todos los demás habían sido regalados, donados, desechados. En ese sentido era como un lama en su celda monacal, desprendiéndose día a día de todo aquello que le parecía superfluo", escribió Alicia Diaconú en noviembre de 2011, cuando se cumplieron veinte años de la muerte de Girri.
Poeta, traductor, corrector y colaborador del Suplemento Literario de La Nación en la época de Eduardo Mallea, el autor de Quien habla no está muerto y Lo propio, lo de todos se había instalado en ese departamento austero a mediados de los años cuarenta. Vivió solo desde que enviudó, en 1964. Cercano al viejo edificio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y a la redacción de la revista Sur, donde publicaba, en ese ámbito lo visitaron Borges y María Kodama. Más de dos décadas después, se instaló una escritora, profunda admiradora de la obra de quien había habitado ese espacio sin que ella lo supiera.