Murió María Kodama. Los secretos de una vida junto a Borges
Esta entrevista fue publicada en 2019; en ella la viuda del escritor evocaba una relación única y la intimidad junto al escritor
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La nena tenía 5 años y quería subir a un pino. El padre le presentó las distintas posibilidades. Si subía, podía caerse y terminar muerta, lo que no sería un problema para ella, sino para los padres, que no saldrían nunca del dolor. La segunda posibilidad era que cayera y terminara disminuida física o intelectualmente. La tercera y así… La nena tenía que decidir y decidió subir. Se despertó en el hospital. El padre le había llevado sus muñecos de peluche. No hubo reproches. Y la nena, y después mujer, no subió nunca más a un árbol.
María Kodama recuerda la anécdota con su padre japonés como una lección de carácter. Sin él, tal vez no habría podido defender la obra de Jorge Luis Borges como lo ha hecho. Por un lado, puso en circulación libros inhallables (pensemos solamente en los ensayos Inquisiciones, El idioma de los argentinos y El tamaño de mi esperanza); por el otro, clausuró malversaciones y adulteraciones de avivados que quisieron hacer su carrerita con el atajo del apellido "Borges". Kodama se ganó así un respeto por derecho propio y es saludada por desconocidos como si fuera la representante de Borges en la Tierra.
Hace calor en Buenos Aires, como siempre. Y de Borges, que optaba por el frío, María recuerda un viaje a Canadá. "Hacía un frío espantoso. Yo había comprado orejeras y gorros de piel. Borges me dice: «Vamos a caminar». Entonces yo digo: «Traigo las orejeras. Me pongo las orejeras y el gorro de piel». «¿Está lista?», me pregunta él. «¿Salimos?». Habrá caminado cinco pasos y me dice con desesperación: «Creo que se me van a caer las orejas«. «Cree no –le contesto–. Se le van a caer, pero si quiere seguimos». Contestó: «No, no. Mejor volvamos y me pongo las orejeras»".
El día anterior a la entrevista se incendió Notre-Dame. "Es un símbolo mágico más religioso, es como si uno sintiera la eternidad ante esos edificios", dice Kodama, que, en una continuidad previsible, evoca la "hermana menor" de la Catedral, la Sainte-Chapelle. "Es una maravilla. Es un lugar precioso. Con Borges nos quedamos como dos horas".
¿Cuál de todos los viajes que hizo con Borges fue para usted, María, el más difícil de olvidar. ¿Dónde pensó, o tal vez sintió: el lugar es éste?
En Egipto… Fue alucinante. Todo ese pasado que está a la vista. Y, además, todo lo que uno no sabe. Porque está todo el misterio. Como que eran de otro planeta. Vos te preguntás: ¿cómo hicieron las pirámides? ¿Cómo llevaron hasta allí todo ese material? ¿O es que todo quedó enterrado bajo la arena por algún cataclismo? Y esos primeros egipcios no tienen nada que ver con los de ahora. Tienen una belleza de facciones, una perfección. Es otra historia, algo que me fascinó siempre. Y fijate esto. A mí me gustan los animales. Pero yo me pregunto: ¿me gustan los animales o me gustan los animales que son de Egipto? Por ejemplo, el perro que amo y me gustaría tener, y no tengo porque me resultaría imposible, es el Dóberman. Porque el Dóberman es el Chacal Anubis. "Chacal" en árabe es perro; es decir "perro Anubis". ¿Y los gatos? El gato de Abisinia, que es el gato sagrado egipcio. Yo tuve una gata de raza Abisinia.
¿No tenían los gatos en Egipto sepultura divina?
Exactamente. Y todo eso yo no sé de dónde me viene. Borges me decía: a lo mejor existen las reencarnaciones, y en alguna reencarnación anterior he sido egipcia.
"A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas. La memoria de aquel momento es una de las más significativas de mi estadía en Egipto".
Esas palabras de Borges en el libro Atlas, de 1984, registro de sus viajes con Kodama, están acompañadas por una fotografía que parece velada, y que muestra a las pirámides con la inconsistencia del sueño y la mitología.
¿Fueron a Egipto porque decisión suya, María?
No, él quería ir. Lo fascinaba también esa cultura tan extraña. Vimos, por ejemplo, que hacían trepanaciones de cráneos en una época en la que no existía anestesia. ¡Pero sobrevivían! Y en París, yo visité una exposición extraordinaria, que hicieron precisamente sobre la medicina en el Antiguo Egipto. Compré un libro carísimo para regalárselo al médico que atendió a Borges en Ginebra.
¿Es verdad ese dato según el cual lo último que Borges pidió para leer antes de morir fue Heinrich von Ofterdingen, de Novalis?
No es así. A Borges le encantaban los idiomas. Entonces, lo último que estudiamos fue árabe. Yo le dibujaba a Borges el alfabeto en la palma de la mano. Habíamos encontrado un profesor de árabe leyendo avisos en el diario para una amiga que necesitaba algo. Yo le dije a Borges: "Hay un profesor de árabe". "Llamémoslo", me contestó. Entonces, lo llamamos y era como… no sé… las 10 de la noche, que en Suiza es como las cuatro de la mañana acá. Atiende un hombre y le digo: "Leí su aviso". Y él me contesta: "¿Pero usted por qué quiere estudiar árabe?" Le digo: "Bueno, mire, soy argentina, estudié filosofía, idiomas…". Y vuelve a preguntarme por qué quería estudiar. Yo no podía volver y decirle a Borges que había fracasado en conseguir el profesor. Entonces, le expliqué: "Mire, señor, todo lo que le he dicho es cierto, pero estoy desesperada: necesito que usted me enseñe el árabe. Usted puso un aviso y yo lo estoy llamando". Al final, cedió: "Está bien, señora?" Quedamos para un fin de semana. Le dije que el sábado estábamos en tal hotel. Era un hombre bajito y cuando llegó, me dice: "¿Vamos a tomar clase acá?" "No", le digo; "en el cuarto". ¡Yo creo que el hombre tenía miedo y pensaría que yo lo iba a atacar! Mientras subíamos, le aclaré: "No es a mí sola a quien le va a dar clase. Hay otra persona". Cuando abrimos la puerta, Borges estaba ya perfectamente vestido en el escritorio y esperaba su primera clase de árabe. El profesor se pone a llorar, y entonces yo cierro la puerta le digo: ¿¡Pero qué hace usted?!". "Ah, pero usted no me dijo que era él". Había leído toda la obra de Borges en francés y lo había traducido al árabe. "Sabe lo que pasa, si yo le decía a usted que la lengua con la que Borges iba a partir no había ker, destino. Si yo le decía eso, no era el destino. Usted tenía que aceptar que una señora un poco loca lo llamara y le dijera que quería tomar clases". "Está muy enfermo", siguió. "Sí, le dije, está muy enfermo, va a morir y lo sabe. Si él saca el tema, usted se lo sigue. Si no saca el tema, usted no diga nada. ¡Sobre todo, no llore, porque usted me arruina todo, señor!".
Diría usted que Borges murió entonces en árabe.
Sí, se fue en árabe. Un día dijo el profesor: "Menos de tres faltas, nos les cobro la clase". Y Borges le contestó: "Va a perder. Si ella dice que estudió, estudió. No haga esa apuesta".
Esto explica también la relación estrecha que usted y Borges mantuvieron con Juan Goytisolo, tan cercano a la cultura árabe en su vida y en sus novelas Makbara o Juan sin tierra. Usted le dedica un capítulo en su libro Homenaje a Borges.
Claro. Bueno y yo, con los parientes del secretario de Goytisolo, estuve 10 días sola, en una carpa en el desierto. Después, mis amigos me decían que estaba loca porque en ese momento los bereberes estaban en problemas. ¡Qué me importaban los bereberes!
Cuando vuelve ahora a alguno de los lugares en los que estuvo con Borges, ¿hay nostalgia o ya no?
No, no. Bueno, te va a parecer una cosa loca, pero como yo soy sintoísta… Yo sé que partió, naturalmente, no estoy loca. Pero está conmigo. Lo siento conmigo. No sabría cómo explicarte. Por ejemplo, después de que partió, mis amigos me querían presentar a tal o cual hombre. Les dije: "Miren, paremos un poco: si ustedes me traen a mí a Peter O’Toole con la personalidad de Lawrence de Arabia, no necesitan decirme: aquí te traemos a alguien. ¡Pum! ¡Lo agarro! Así que no me fastidien más, cuando lo tengan, me lo traen". Porque si no, me volvía loca…
¿No habría también algo del destino? Por ahí no es que usted decidió no reconstruir su vida sentimental, sino que eso no fue propuesto. Si hubiera aparecido Peter O’Toole, no se habría negado…
La película la vimos como quinientas veces. Un día, Borges me dice: "Usted debe estar harta…". "¡No!", le dije, "me encanta, Peter O’Toole es buenmocísimo en el papel de Lawrence". Pasaron como seis meses y Borges me dice: "Estaba pensando una cosa. Descubrí que usted nunca podría enamorarse de Peter O’Toole, porque él es irlandés y los irlandeses beben y usted no probó el alcohol en toda su vida. Eso por un lado. Por el otro, mire ahí en el tercer estante, en el cuarto volumen, ahí está la foto de Lawrence de Arabia: era un enano y a usted le gustan los hombres altos". ¡Ahí, seis meses después, descubrí que Borges era celoso!
¿Se puede estar enamorado sin sentir celos?
Ah, yo creo que sí. Yo, por ejemplo, nunca sentí celos. Tal vez porque tengo otra forma de pensar y de sentir, ¿me entendés? Pienso, primero, qué sentiría yo si la persona está o no está, ¿sí? Si siento que no está, la corto. Pero se siente, físicamente, con la mente, no te puedo explicar con qué… Y fijate una cosa. Cuando yo era chica y decía cosas así, mi abuela se enfurecía. Mi abuela era "Dios, patria y hogar". Yo le hacía preguntas que eran terribles, pero no era por maldad, sino porque yo era chica y tenía curiosidad.
¿Con qué preguntas se enojaba su abuela?
Y… por ejemplo. Yo le decía: "Vos me explicás que Dios es todopoderoso, eso significa que tiene todo el poder, el Bien y el Mal. ¡Y por qué entonces puso el mal en el pobre Luzbel, el más hermoso de sus ángeles!" ¡Estás endemoniada, vas a ir al Infierno!, me gritaba. Y yo, chiquita así, le contestaba: me gusta el calor. "Hay infiernos de hielo, ahí te va a mandar Dios", me respondía ella. Y mi padre me decía: "Ya le he dicho que no moleste a su abuela, que no le haga preguntas. Lo que quiera saber, pregúntemelo a mí". Entonces, le pregunté si había infiernos de hielo. Me explicó todas las normas éticas, que en el fondo son también las religiosas y me dijo: "Hay ocho millones de dioses; si usted observa estas reglas, uno siempre la va a proteger. No se preocupe". Entonces, entre infierno de hielo y ocho millones de dioses, ocho millones de dioses. Después de eso, no pregunté nada más.
En prólogo a Relatos, su primer libro de cuentos, dice que no había querido publicarlos antes porque Borges y Alberto Girri querían escribir el prólogo. ¿Fue el pudor la causa de que dejara pasar tanto tiempo para publicarlos?
¿Sabés lo que pasa? Para mí, escribir es como bailar: son las puertas de escape de todo el horror cotidiano. Bailar ahora no puedo porque me duele el pie… Además, yo estudié danza clásica, y la profesora quería que yo entrara como ratita en el Colón. Entonces, en una comida, mi padre anuncia apocalípticamente lo siguiente: "En mi familia no ha habido bailarinas". Punto. "Pero si usted quiere, puede hacerlo". Con todo, pseudomocráticamente, me dijo algo y yo decidí… en realidad decidió él… "Pero el baile tiene un tiempo; la inteligencia, no. Usted es muy chica y puede ya leer y escribir y entender todo. En cambio, si baila, tiene un tiempo limitado". No me dijo que podía ser coreógrafa, por ejemplo. "Haga lo que quiera", insistió. "Pero sería mejor que estudiara". Él eligió por mí.
¿Y qué música baila ahora?
Suelto. Tango no sé, porque ya había terminado cuando yo empecé a bailar. Ya era la época de los Beatles y del rock.
¿Le quedó algo de los sixties? ¿Sigue escuchando esa música?
La adoro. Fui ahora a ver a Paul McCartney cuando vino. Desgraciadamente, no pude ir a saludarlo. Si hubiera avisado, podría haberse arreglado un encuentro.
Pero con Mick Jagger sí se reunió….
¡Sí! Estuve con él la última vez que vino. Y, además, él se había encontrado con Borges en el hotel Westin Palace. Resulta que estábamos con Borges y había muchísima gente, pero viste que en el hotel Palace hay siempre alguna personalidad. Yo soy miope, y aun así veo de pronto a Mick Jagger que se arrodilla, le agarra las manos y le dice: "Maestro, yo lo admiro. Leí toda su obra". Borges, que estaba ciego, le dice: "Yo no veo. ¿Usted quién es, señor?". "Soy Mick Jagger". "Ah", le dijo Borges. "Uno de los Rolling Stones." Jagger le contestó: "¡Usted no puede saber de mí!". El otro casi se desmaya.
¿Y cómo conocía Borges a Jagger?
¡Por mí! Y él se lo dijo. No te olvides que en la película Performance, Jagger lee a Borges y hay detrás un gran retrato de él.
¿Había diferencias entre el Borges público y el Borges íntimo?
No. Bueno, era muy divertido, entonces en la intimidad eso se potenciaba. Yo les decía a mis amigos que vinieran a casa. Y me decían: "No, el viejo, los laberintos…". Y se lo perdieron, porque era divertidísimo.
Otros atlas
Que Borges era un lector "salteado", aunque de un tipo diferente del que pretendía Macedonio Fernández para sus novelas, queda claro en el orden (en el desorden) y ya lo sabíamos: buscaba guiado por ese instinto de todo lector hábil, que permite encontrar siempre aquello que necesita para lo que escribe. Además de un lector hedónico, como solía definirse, Borges era un lector interesado. Leía para escribir, y se diría que el acto de escribir era excusa para leer. El mayor tesoro acaso sean los tres tomos de bolsillo (edición inglés-italiano) de la Divina Comedia que Borges leyó en sus viajes en tranvía a la Biblioteca Miguel Cané. Leemos, por ejemplo: "Cada individuo constituye un espacio".
Hacia fines del año pasado, y por intermedio de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges que ella preside, María Kodama sacó felizmente a la luz, y restaurados, los libros de su casa. Hay incluso un precioso volumen de circulación limitada, casi un catálogo, La biblioteca de Borges, que apareció con el sello Paripé Books. Contra lo que podría suponerse, Borges no tenía la avidez por la posesión de libros. Amaba los libros como lector, no como bibliófilo. "La mayor parte de sus libros eran los que él había heredado de su padre y que su padre había heredado de su abuela –explica Kodama–. Entonces con casi todos libros en inglés, y algo en francés y también en español. La historia fue así. Fernando Flores, un amigo mío que tiene el Foro Ecuménico, fue a sacar fotos de ejemplares que tenían anotaciones de Borges. Al abrir el libro, sale un bicho. Menos mal… Y menos mal que las vitrinas están barnizadas porque si no habría sido peor".
¿Usted anota en los libros del mismo modo que Borges, en las guardas o en las últimas páginas?
No siempre… Hago cruces o marquitas chiquitas.
¿Lee mucho en este tiempo?
No, ahora no puedo leer. Leo los trabajos que me mandan, algunos son demenciales. Son tesis, por lo general. Releo partes de libros que me gustaron, nada más.
¿En algún momento se cansó de la maledicencia y las murmuraciones sobre su administración del legado de Borges?
No. Hay algo que es bien japonés, y por eso nos entendíamos con Borges, que fue criado por personas del siglo XIX: para mí, la obra de él no es "hago lo que quiero". Es una enorme responsabilidad, ¿te das cuenta? Además, nada me pesa porque lo amo. Yo no puedo permitir que esa obra sea transformada, cantada, cambiada. No puedo, por mi forma de ser, por mi ética. No te digo que sea la mejor, pero es la que recibí y en la que creo. Si no, yo también podría hacer lo que quisiera, y con más razón todavía. Pero no lo me permito. Y entonces tampoco puedo permitir que hagan cualquier disparate. Ahora, cuando las cosas son correctas, digo que sí.
¿Le da miedo lo que pueda pasar con la obra de Borges cuando usted no esté?
No. Porque la persona que quedará va a ser peor que yo… Ya decidí hace tiempo quién será y es más estricta todavía.
Me decía que tiene poco tiempo para leer; sin embargo, logró hacerse el tiempo para escribir. Tengo entendido que está escribiendo un libro sobre Rosas. Me sorprendió, si se toma en cuenta lo que dijo Borges de él.
No te olvides de una cosa. Cuando él me fastidiaba mucho con ese tema, yo le decía: "El general Quiroga va en coche al muere, Borges". Entonces me contestaba: "Cambiemos de tema". Yo creo que toda América Latina comete el error de "conmigo o contra mí". Eso no es democracia. Es continuar los proyectos del otro, sean de derecha o de izquierda. Pero Yo el Supremo: destruyo todo lo que hiciste para construir. Eso no. El mío es un libro de investigación, no político. Estamos viendo lo que es positivo y lo que es negativo. Si querés seguir odiándolo, seguí odiándolo.
Me permito leerle a Kodama un pasaje de Rozas. Ensayo histórico-psicológico, el estudio que Lucio V. Mansilla publicó en París en 1898. "Hemos afirmado que Rozas no estaba solo, que tenía pueblo a la espalda. ¿Pero por ventura ese pueblo quería la tiranía? Todo el problema social y político está ahí. Y nuestro veredicto final es que Rozas burló la expectativa nacional, que su gobierno fue la impostura en la tiranía. De ahí que muchos hombres de talento y de saber, mansos y honrados, que le sobreviven, se estén preguntando ahora: ¿Cómo pudimos servirlo sinceramente?".
¿No empezó con Rosas la división de la Argentina y siguió con distintas máscaras?
Claro. Pero fijate que cuando él sube, lo hace con el apoyo de la inmensa mayoría. No hay objetividad. Hay solamente odio. Hubo odio de los dos lados. Mirá lo que hizo Sarmiento con el Chacho… Era salvaje también él. No era tan santo.
¿Pero hay santos en la historia política?
No. Es todo positivo o negativo. Salvo Chile o Uruguay, toda América Latina es así. Yo creo que cuando entiendan que "creen" que viven en una democracia, pero que nunca la han tenido realmente, por lo menos como yo la entiendo, la historia va a cambiar. Porque cuando ves el error y sos inteligente, no volvés a cometer el mismo error.
- Estilismo: Lucía Uriburu. Maquilló Vero Mendoza para Natura, con productos Una. Asistente de fotografía: Ezequiel Yrurtia. Agradecimiento: Palacio Duhau Park Hyatt Buenos Aires
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