María Gainza: "Las ventajas de mi clase no me hicieron escritora; fue el agobio que sentía en un círculo al que nunca pertenecí"
Hacia fin del año pasado, no hubo lista de libros o balance literario que no incluyera La luz negra (Anagrama), el segundo título de ficción, o de autoficción, de María Gainza como uno de los mejores de 2018. La autora, que nació en Buenos Aires en 1975, afirma que el consenso sobre sus libros la pone nerviosa. "Me gusta ser leída pero no dejo de creer que es un malentendido que se va a terminar pronto. A mí me gusta la prosa simple y clara, y a veces atribuyo a eso su éxito. Sin embargo, trato de que sean algo más que prosa simple, que tengan algún secreto. Me gusta que mis libros se lean de noche así después el lector lo termina de descifrar en sueños". De día o de noche, el placer que despierta la lectura de una pesquisa que involucra a pintoras, falsificadores, coleccionistas y jueces no puede resultar más genuino.
Además de los recursos del thriller volcados a una trama que sigue las huellas de una banda de falsificadores de obras de arte y, en especial, las de la Negra, legendaria pareja de Oscar Masotta, artista secreta y musa sensual de la vanguardia porteña en la década de 1960, en la historia sobresale la voz de la narradora, una joven que encuentra su razón de ser no tanto cuando conoce a Enriqueta, tasadora de obras de arte en el Banco Ciudad, sino cuando su amiga y maestra muere de manera tan banal como inesperada.
"Cuando un ser querido muere, el acto reflejo es básico, e intuyo, universal, uno vuelve mentalmente a esa persona, repasa los temas de conversación, rescata el viejo léxico de guiños y chistes internos, revisita los lugares comunes", se lee en La luz negra, libro donde si algo no faltan son chistes y, en particular, un léxico (el de las artes visuales) aplicado a una materia novelesca que la autora moldea como si fuera barro. "Sin ella yo era una vaca sin pasto. Si estoy hablando como la heroína de una novela, téngame paciencia, ya encontraré mi voz", ruega a los lectores la heroína de La luz negra.
Mediante lecciones brindadas los domingos a la tarde en saunas y confiterías, la narradora, que es también la protagonista y, acaso, la misma Gainza años atrás, aprende de su mentora el arte de poner en circulación obras de arte falsas en el circuito local. Interrogada por el modo en que ese núcleo de la historia llegó a ella, la autora responde como uno de sus personajes: "Debo ser fiel a mis fuentes, no puedo develar al informante". Durante varios años, Gainza se dedicó a escribir sobre arte en diarios y revistas. Varios de sus artículos fueron recopilados en Textos elegidos 2003-2010, que publicó Capital Intelectual en 2011. "Nunca hice crítica de arte. Como casi todo lo que me pasa, es un malentendido. Yo hacía notas periodísticas sobre arte, que no es lo mismo. La crítica trabaja con ideas y teoría, yo no. Lo mío es más impresionista. Llegué a escribir sobre arte gracias al pálpito de Fabián Lebenglik y después tuve la suerte de tener a Juan Boido de editor", resume.
Entre protagonistas mujeres
La escritora vive en la ciudad de Buenos Aires con su hija Azucena. No tiene obras de arte en la casa, excepto unas pocas que están apiladas en el lavadero. "Me gustan las paredes blancas, como los espacios en blanco que uno puede rellenar con la imaginación. Ahora colgué una fotografía para tapar una humedad porque tenía el tamaño justo de la mancha. Lo que tengo en mi casa es un bosque de helechos en el que combato a los caracoles ahogándolos en cerveza". La historia de su segunda novela se desarrolla, se representa y se escribe en hoteles que conjugan decadencia y excentricidad.
Casi al final de La luz negra, los lectores advierten que es una novela protagonizada exclusivamente por mujeres, como sucede en la obra pictórica (la verdadera y la fraudulenta) de Mariette Lydis, vienesa que emigra a Buenos Aires durante la Segunda Guerra Mundial y que dio a luz de un singular estilo de retratos femeninos. Lydis no es la única presencia que la novela convoca, como si la literatura fuera una sesión espiritista, desde el más acá.
Pero Gainza nunca pensó en escribir una biografía sobre Lydis. "Siempre fue sobre la Negra. Escuché su leyenda en una reunión en la editorial Mansalva. Alguien la mencionó y en seguida pensé que me gustaría escribir sobre ella. Después terminé pensando que lo que mas me gustaba era la leyenda. Mi problema era cómo escribir sobre una leyenda sin quitarle misterio en el proceso, sin matar aquello que más me gustaba. Era una tarea destinada al fracaso", concluye.
Su primer libro de ficción, El nervio óptico, fue publicado por Mansalva en 2014, y el año pasado tuvo un retorno con gloria en el sello Anagrama, que lo distribuyó en países de Hispanoamérica. En España, los dos libros de Gainza causaron sensación. "Ser escritora, ser reconocida como tal cambió mis planes, en el sentido de que ahora una parte de mí puede fantasear con escribir un buen libro algún día", dice con modestia. Lo que hasta ahora publicó no la satisface por completo. "Eso no quiere decir que no les tenga cariño a mis libros, ellos me han devuelto mucho más de lo que esperaba", agrega.
Gainza, como saben los lectores de El nervio óptico, pertenece a una distinguida familia argentina. Consultada sobre si cree que la clase social condiciona a la hora de escribir, responde: "Las ventajas de mi clase no me hicieron escritora. Lo que puede haberme empujado en esa dirección fue el agobio que sentía dentro de un círculo al que nunca sentí que pertenecía. La educación no la saqué del colegio, la fui a buscar una vez que salí de ahí. Querer conocer el mundo me llevó a los libros".
–¿Le gustaron a tu familia los libros que publicaste?
–No tengo la menor idea si a mis parientes les gustaron o no, no hice un censo. Pero si preguntás por la cuota de ficción o realidad que tiene El nervio óptico, si eso puede haberlos ofendido, lo dudo. Son gente inteligente. Y hay mucha autoficción en estos días. Además yo no soy Karl Ove Knausgård. Cualquier lector se puede dar dar cuenta de que mis libros no son autobiografías. El nervio óptico, por ejemplo, es una guía de museos, ¿qué podría molestarles de algo tan simple?
–¿Dirías que la voz de la narradora da nervio a tus libros?
–Dicen que es la voz. Yo no me doy cuenta. Y cuando me hacen preguntas sobre cómo escribo, tiendo a mentir. En verdad no tengo la menor idea cómo escribo ni cuáles son mis fuertes. Lo único que reconozco como mi aliada es la intuición. No soy lo que escribo ni tampoco la que escribe. Es un juego de reflejos, como el laberinto de espejos del Italpark; a veces ni yo sé cómo salir. Reflexión difusa creo que se llama.
–¿Cómo viviste la ola de reclamos feministas? ¿Te interesó?
–Por supuesto que me interesó, surfeo esa ola desde chica, pero prefiero no pronunciarme en extenso sobre esto porque me molesta un poco la idea de que los escritores tienen que opinar sobre todo. Zapatero a tus zapatos.
–¿Y en qué trabajás actualmente?
–No sé qué voy a hacer esta tarde, ¿cómo saber hacia dónde voy a ir con mis libros? Ni siquiera sé si habrá otro libro, aunque espero que sí porque cuando agarro la huella me divierto mucho. Por ahora escribo varias historias a la vez, exploro los límites de mi celda que es muy chiquita.
–¿Tenés agente literario?
–Tengo una agente literaria que se llama María Lynch. Ella fue mi golpe de suerte. Sin ella, mi libro ya hubiera languidecido.
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