María Gainza: “Escribo cuando quiero; sería muy mediocre como escritora profesional”
Este mes publicó “Un imperio por otro”, que reúne poemas surgidos hace diez años a la par de “El nervio óptico”; lo biográfico, la clase social, la pintura, la naturaleza, ahora en “textos encolumnados”
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Crítica de arte, editora, narradora que cruza las aguas de la ficción con las de las memorias propias y ajenas -fidedignas o trucadas-, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz 2019 por La luz negra, María Gainza (Buenos Aires, 1971) acaba de debutar como poeta con una colección de poemas o “textos encolumnados”, como ella los define. “Fueron escritos hace diez años, unos meses antes de que empezara El nervio óptico”, precisa la autora de Un imperio por otro (Mansalva). El libro está dedicado a Azucena, su hija.
Para la autora, los casi cuarenta poemas son una suerte de boceto de su ópera prima literaria e incluso uno de ellos comparte título con El nervio óptico que, cabe recordar, también fue lanzado por el sello Mansalva, en 2014, antes de migrar a Anagrama. En el prólogo, Gainza evoca los años y el método de escritura de sus textos encolumnados, que componen un álbum de familia habitado por abuelas, tías, fantasmas, animales e insectos, además de episodios resumidos de una historia universal del arte anómalo. Descripciones detalladas -”écfrasis”- que rematan con moralejas insólitas, pinturas de personajes, situaciones y lugares (de San Antonio de Areco a Angola), y monólogos interiores de una mujer “opinionada” conforman este trueque, acaso imperial, entre el dominio de un arte y el de otro.
El primer poemario de Gainza cuenta con un escrito de su amigo, el editor y escritor Luis Chitarroni. “En Un imperio por otro, la enunciación nunca es mansamente anecdótica -escribe Chitarroni-. Tiene sus filos y sus brillos, sus quebraduras, sus relámpagos de sombra. No nos hacen envidiar los dones de la escritura, que sobran, sino los de una experiencia asombrosa, saturada de conocimientos y sabores en apariencia ínfimos. Hacer las cosas imperfectas y bien. Ah, la envidia, tan luego, esa espesura”. La imperfección es un leitmotiv en la obra de Gainza y era esperable que se filtrara también entre los versos, atenuada por la luz de su linterna verbal, con el propósito de “hacer de eso/ un arte si es posible”.
-¿Los poemas fueron escritos mientras escribías las novelas?
-Fueron escritos hace diez años, unos meses antes de que empezara a escribir El nervio óptico. Un imperio por otro es como el boceto para un gobelino más grande. Y pienso en boceto como lo pensaba Diderot, que consideraba que muchas veces había en ellos más frescura que en el cuadro final. En estos poemas se imbrican todos mis temas -lo biográfico, la enfermedad, la clase social, la pintura, la naturaleza, la écfrasis a la que soy tan dada- con el misterio de lo que nos rodea. Pero si bien estos libros se prestan obsesiones, se roban entre ellos, la narradora varía. Como siempre la forma, el tema y la voz están íntimamente ligados. A veces la voz sale más crepuscular; otras, más histriónica. Encontrar el tono, mantenerme en ese tono, es de las cosas que más disfruto. Este es un libro, diría yo, de grandes silencios y lagunas oscuras. El nervio óptico es más ruidoso y rocambolesco.
-¿Se los diste a leer a alguien y si fue así qué te dijeron?
-Siempre someto mis textos al escrutinio de gente a la que respeto. En este caso se los di a leer a Emily Dickinson y me dijo: “Una coma mal puesta puede romper un corazón”; se los di de leer a W. H. Auden y me dijo: “Tus imperios, damisela, están en peligro”; se los di de leer a Marianne Moore, miró la tapa del libro y me dijo: “Una jungla imaginaria con tigres de peluche, ya lo escuché antes”. Hablando en serio, se los di de leer solamente a una persona que tiene la virtud de no ser condescendiente y me dijo: “Lo veo, lo veo”.
-¿Qué relación hay entre tus ensayos sobre arte y ficciones con los poemas? Algunos rozan cuestiones del arte, los artistas y la representación.
-Son las cosas que me importan y a las que vuelvo porque no termino de entender. Veo además algunas áreas sin cartografiar en mi mapa mental, pequeños islotes a punto de desaparecer bajo el guano; al escribir sobre ellos intento salvarlos. Pero por regla autoimpuesta, no disecciono lo que hago, porque de hacerlo me paralizo. No se puede ser cirujano y operarse a uno mismo y un escritor es un poco un cirujano, ¿o será que yo lo veo así por mi gusto por los escritores-médicos: Chejov, Schnitzler, Keats, Bulgákov? A grandes rasgos, mis temas son siempre los mismos y probablemente lo sean hasta mi amargo final, un poco como en la novela El conde de Montecristo donde un monje excava durante años la roca de su prisión y finalmente llega a otro lugar y, ese otro lugar, es otra prisión.
-En algunos poemas hay varias referencias que arman una especie de álbum familiar y otros parecen poemas de fantasmas. ¿Las dos cosas están vinculadas?
-¿Qué es un álbum familiar sino un altillo repleto de fantasmas? Mis poemas, o textos encolumnados como prefiero llamarlos, son mi forma de espantar la oscuridad. Como cuando un chico pasa cerca de un cementerio y se pone a cantar, canta porque está asustado. Quizás por eso te dan esa sensación fantasmal. Por suerte no está en mi voluntad, ni en mi ambición, ni en el alcance de mi talento, hacer un gran libro, una enorme antorcha resplandeciente; me conformo con este pequeño puñado de fósforos que prendo en medio de la noche aun sabiendo que el viento los va a apagar.
"La idea de que la pandemia venía a traernos una enseñanza, de que con ella volverían los delfines a los canales de Venecia y los cervatillos a las calles de Londres, a mi siempre me pareció un absurdo, una escena salida de una obra de Ionesco”"
-¿Cómo vivís la pandemia?
-La idea que comenzó a circular en abril 2020 de que la pandemia venía a traernos una enseñanza, de que con ella volverían los delfines a los canales de Venecia y los cervatillos a las calles de Londres, a mi siempre me pareció un absurdo, una escena salida de una obra de Ionesco. Me mordía la lengua para no decirlo en voz alta, eran épocas donde la gente posteaba esas noticias como un canto a la vida y yo siempre he pecado de pinchaglobos, actitud que, aunque no me resulta simpática, no puedo evitar: padezco de realismo crónico agudo. Son días aciagos, pero haciendo un esfuerzo por rescatar la mitad llena del vaso, te diría que lo mejor de la pandemia son los stickers que circulan por WhatsApp: hay creatividad, acidez y delirio en esas imágenes y es el último reducto del humor políticamente incorrecto. Yo armo mi galería de stickers en el teléfono cual curadora con museo cerrado.
-¿Cómo recibís la repercusión nacional e internacional de tu obra?
-No sé sentarme a escribir, no tengo la voluntad pero tampoco el deseo, solo escribo cuando quiero y eso me evita volverme una autora seria, lo que en cierto sentido me salva: sería muy mediocre como escritora profesional. No es que ahora no lo sea, pero por lo menos no lo sistematizo y eso me evita la fosilización o, al menos, la ralenta. De todas formas, la repercusión de mi obra no es tal, he tenido suerte con mis libros pero no pasa de ahí, es más la fantasía que la realidad. Alguien alguna vez me auguró: “Que a tu primer libro no le vaya ni muy mal ni muy bien”. A mí me fue inesperadamente bien, pero no exageradamente bien. Y cada vez que me siento a contestar una entrevista me siento el señor Ripley de Patricia Highsmith: la impostora de turno, simpática, narcisa y peligrosa. Yo creo que lo más lindo que tengo para decir lo digo en mis libros, el resto, lo que puedo aportar en una entrevista sobre el calentamiento global o sobre el murciélago de Wuhan, es pura charlatanería. Debo recordarme a mí misma no caminar seguido por esa zona porque es más peligrosa que un campo minado en Yugoslavia.
-¿En qué trabajás actualmente?
-Mi trabajo no es escribir, el trabajo es para mí lo que me paga las cuentas a fin de mes y para eso doy talleres, escribo prólogos, participo de jurados, hago trabajos de edición, lo que hacen casi todos los escritores que conozco, por lo menos en Buenos Aires. Escribo poco y cuando lo hago voy lentamente porque por fin siento que nada me corre. Estos días, cuando logro liberarme de las enormes minucias cotidianas, mi primer impulso es mirar por la ventana en estado de estupor.
Un poema de María Gainza
Mi vieja red
Voy a atrapar un pez
con mi vieja red de nudos
un pez escurridizo y astuto
que nade a favor de la corriente.
Lo imagino plateado
-un espejito oval lanzando
destellos bajo el sol-,
con sus aletas de voile moviéndose
al compás de una polka.
Ese sería un buen pez, un gran pez,
si solo pudiera atraparlo.
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