María Esther Vázquez: maestra del cuento y protagonista de una época
María Esther Vázquez -cuya muerte a causa de un ACV hemorrágico se conoció ayer- fue, sobre todas las cosas, una cuentista formidable. Creía que el cuento era, con la poesía, el primer género que apareció en el mundo, y el último que se perdería. Esto resultó claro ya desde su primer libro Los nombres de la muerte. Ese inicio, ese hilo, seguiría hasta Crónicas del olvido, de 2004.
Fue amiga de Jorge Luis Borges, al que conoció hacia fines de la década de 1950 cuando ella empezó a trabajar en el despacho de la dirección, y escribió en colaboración con él el estudio Literaturas germánicas medievales, de 1966. Solía decir que, para Borges, escribir un libro en colaboración con una mujer "era casi una estrategia de seducción, un anzuelo". "Yo le leía, pero la verdad es que lo único que hice en ese libro fue ser escriba", reconocía con humildad. También escribió con Borges Introducción a la literatura inglesa y, gracias a ese libro, Vázquez le reveló las virtudes de la prosa de D. H. Lawrence, a quien Borges juzgaba un "inmoral". Lo convenció al leerle un fragmento sin decirle de quién era. Además, con Borges, fanático del cine, vio, según ella misma contaba, Psicosis, de Hitchcock, nada menos que 28 veces.
Fue aparte una biógrafa consumada y publicó justamente Borges, esplendor y derrota, libro apasionante por el que en 1995 ganó además el Premio Comillas de la Editorial Tusquets, que combina con destreza las anécdotas personales con los datos más estrictos de la vida de su biografiado. En realidad, su gran mérito allí fue que ninguna información fuera gris o sin vida, sino que tuviera la temperatura del conocimiento de primera mano.
Fue por intermedio de Borges que Vázquez entró en contacto con el círculo literario de la revista Sur, donde colaboró intensamente, y no menos relevante sería después su biografía de Victoria Ocampo, publicada en 1993. Luego presidiría también la Fundación Victoria Ocampo. Tan importantes como sus colaboraciones en Sur fue su tarea como periodista cultural en LA NACION.
Estuvo casada desde 1964 con el poeta y traductor Horacio Armani, a quien admiraba especialmente. Era, ante todo, una mujer inteligente, de agudeza cortante. "Yo creo que la inteligencia es como un músculo -dijo en una entrevista-, cuanto más se la trabaja, más crece." Con Vázquez se va una protagonista y testigo privilegiado de una época irrepetible de la cultura argentina.
Se la despedirá hoy, a las 11, en el cementerio de la Recoleta.
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