Maria Callas, el pelo y el alma
El 2 de diciembre pasado se cumplió el centenario del nacimiento de la soprano Maria Callas. Este año, se va a estrenar la película sobre su vida, Maria, protagonizada por Angelina Jolie y dirigida por el chileno Pablo Larraín (que estuvo al frente de las biopics Spencer, sobre Lady Di, y Jackie acerca de la viuda del presidente John F. Kennedy), con el actor turco Haluk Bilginer como el multimillonario griego Aristóteles Onassis. En Maria, Larraín, sólo se ocupó de relatar los últimos días de Callas en su departamento del 36 de la Avenue Georges Mandel de París.
El azar determinó hace pocas semanas que me llegara de Francia, enviado por un amigo, el libro Un cheveu près. Itinéraire d’ un coiffeur, de Frédéric Somigli, las memorias de uno de los peluqueros más destacados de París desde el último tercio del siglo XX, discípulo y heredero del prestigio del gran Alexander. Sobre ese volumen, escribí un “Manuscrito” el 6 de febrero.
Somigli es hoy un hombre de 86 años y uno de los pocos testigos del velatorio íntimo de Callas, que se realizó el 16 de septiembre de 1977. Se habían conocido en 1965, cuando Maria había dejado de convivir con Onassis en la avenida Foch y se había mudado a su propio departamento en la avenida Mandel con sus servidores de confianza Ferruccio y Bruna. Callas estaba enamorada del poder mundano de Onassis; pero también dominada por el poder sexual que éste tenía sobre ella. Le había revelado el placer y la pasión. No el lujo. Callas le contó a Frédéric que sus joyas, contra lo que se suponía, las compraba ella. Él amaba la celebridad de ella. Los dos, según Somigli, estaban recíprocamente cautivados por los fantasmas que se habían creado. Más tarde, Aristóteles sucumbiría, a su vez, al carácter de trofeo que tuvo Jacqueline Bouvier para él. Sabía que ella lo menospreciaba; de él, sólo quería el dinero con que había creído comprarla; él la amaba porque le resultaba inasible.
Fréderic le había sido recomendado a Callas por su amiga la baronesa van Zuylen en un momento difícil en la carrera de la diva. La voz de Callas no era la misma. Luchino Visconti, tras escucharla en la puesta en escena londinense de El caballero de la rosa, había dicho que aquella voz ya no era tan hermosa. ¿Cuál sería su rumbo? En su libro, Somigli repite una frase hecha: “Cuando una mujer cambia de vida, cambia de peluquero”. Maria abandonó a Alexandre y comenzó a atenderse con Frédéric. Ese fue el nacimiento de lo que sería una amistad estrecha entre ambos.
Frédéric sabe descifrar los mecanismos de una personalidad. Se lo enseñaron sus ilustres clientas. De Callas, dice que había en ella algo más común entre las institutrices que entre las divas: mantenía un orden meticuloso para prevenir sus arranques violentos por detalles. El coiffeur describe el pelo de la cantante como si describiera el alma de María: “Hundía mis manos en la masa rebelde de su cabello espeso y pesado, ligeramente ondulado […] Tenía la sensación de que un manojo de algas se deslizaba entre mis dedos. Libraba un verdadero combate para domar su peinado”.
Pier Paolo Pasolini fue el otro hombre y el otro encuentro importante de Callas en aquellos años finales. Según Frédéric, el escritor y cineasta estaba hechizado por la artista y por el carácter de la mujer; ella malentendió los signos de afecto e idolatría de Pier Paolo. Se forjó la ilusión de que vivían una pasión amorosa cuando filmaron Medea. Él la desengañó. Callas no podía soportar ningún tipo de rechazo; en especial, si estaba ofreciendo su cuerpo y su alma. Pasó del amor al desprecio.
El capítulo sobre Callas termina con un recuerdo de Somigli: la palabra gritada que ella lanzaba a quien la molestaba. Un aullido de guerra, rebelión y rabia: “Fuori!”.
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