Marguerite Yourcenar: la primera mujer en la Academia Francesa revivió con gran estilo el mundo de las civilizaciones antiguas
Hace 120 años, nacía la autora de “Memorias de Adriano”: en 1980 ingresó como “inmortal” en la Academia de Letras Francesa; sus reflexiones sobre la soledad, la amistad, la política y los libros
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Hace ciento veinte años, el 8 de junio de 1903, nacía en Bruselas Marguerite Cleenewerck de Crayencour, más conocida como Marguerite Yourcenar (el apellido es un anagrama de Crayencour). Fue la primera mujer en ingresar como “inmortal”, en 1980, a la Academia Francesa. Hija de una familia de la alta burguesía franco-flamenca, quedó huérfana de madre a los pocos días y creció bajo el cuidado de su excéntrico padre, viajero y culto, en la ciudad de Lille y en el castillo familiar de Mont Noir (que fue destruido durante la Primera Guerra Mundial). Allí, la solitaria niña entre adultos forjó su gran amor por la naturaleza, los animales y la lectura.
Según contó, su primer descubrimiento literario fue Los pájaros, de Aristófanes; a los diez años se fascinó con Fedra de Racine (“Ahora, quién era Teseo, quién era Hipólito, quizá no tuviera mucha importancia”, bromeó décadas después), mientras su padre le leía pasajes de Marco Aurelio, Dante, Chateubriand, Ibsen y Maeterlinck.
Casi no recibió educación formal, pero en la adolescencia aprendió latín y griego, lenguas que proyectarían su imaginación a regiones y, en especial, a épocas distantes. “Cuando se ama la vida, se ama el pasado porque es el presente tal como ha sobrevivido en la memoria humana”, declaró.
Sus primeros libros fueron dos poemarios y, en 1929, inició su trayectoria de narradora con la novela o biografía novelada Alexis o el tratado del inútil combate, donde (bajo la influencia de Píndaro) trata por primera vez el tema del amor homosexual. Le siguió La nueva Eurídice, a la que juzgó como una “mala novela”, que cuenta la historia de un hombre que busca a una mujer a la que amó y que ya ha muerto; mientras tanto, distintos personajes le ofrecen imágenes contrapuestas de ella. “Era un libro sumamente literario, y utilizo la palabra como un reproche”, sostuvo Yourcenar.
A continuación, dio a conocer Cuentos orientales, con historias cortas que condensan mitos, ritos y viajes; Fuegos, textos breves de inspiración mitológica y religiosa, y en 1939, una nueva novela corta, El tiro de gracia, que fue llevada el cine por Volker Schlöndorff. Narrada por un oficial prusiano que rememora acontecimientos de la Guerra civil rusa, en 1919, tiene como verdadera protagonista a una joven aristócrata, Sophie, que se enamora de él (indiferente a sus encantos o cautivado por un compañero de armas). Al ser rechazada, la joven se hunde en la depresión, no sin antes colaborar con los bolcheviques.
En 1939, invitada por su gran (aunque no único) amor, la profesora de literatura Grace Frick, Yourcenar viajó por primera vez a Estados Unidos. La pareja se instaló en la isla Mount Desert, en Maine, en una casita llamada “Petite Plaissance” que actualmente es un museo dedicado a la memoria de la escritora y que abre al público durante el verano. Yourcenar adoptó la ciudadanía estadounidense en 1947. Dio clases de francés e italiano hasta 1953. Frick, que falleció en 1979 a los 76 años, pasaba a máquina todo lo que escribía su pareja: cartas, cuentos, novelas, ensayos, reflexiones. Ese material se conserva en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard, por voluntad de la escritora, que también dispuso que permanezca inaccesible al público hasta 2037.
Si bien la escritora no participó de las “grandes causas” del siglo XX -antiimperialismo, feminismo, luchas anticoloniales y de la comunidad LGBT- se anticipó a varias del siglo XXI. Alertó sobre “la explosión demográfica” (que interpretaba como un desencadenante de las guerras), la destrucción del planeta, la polución del aire y del agua, la extinción de especies animales y “las nuevas y profundas” orientaciones de la ciencia y la tecnología. Como le disgustaba “digerir agonías”, fue a lo largo de su vida adulta “casi en un 95 % vegetariana” (comía pescado de vez en cuando).
Su primer gran éxito literario internacional fue Memorias de Adriano, de 1951, un soliloquio del emperador romano (Julio Cortázar la tradujo al español). “Me di cuenta de que el monólogo era la única forma posible, y no introduje conversaciones en el texto, porque ignoramos cómo hablaba esa gente entre sí -dijo la autora-. Tenemos comedias latinas, cierto, pero datan de por lo menos dos siglos y medio antes de Adriano”. Un clasicismo de aliento poético y contemporáneo distingue su obra.
La consagración como escritora le llegó en 1968 con Opus nigrum, considerada una obra maestra, ambientada ya no en la Antigüedad sino en el Renacimiento, y que narra la vida de Zenón, un médico y alquimista, entre 1510 y 1569 en Flandes. (Yourcenar reveló que entre sus proyectos estaba el de escribir una novela que transcurriera en la Edad Media.) Su “trilogía familiar” (Recordatorios, Archivos del Norte y el inacabado ¿Qué? La eternidad) está reunida en un solo volumen: El laberinto del mundo. Publicó libros autobiográficos, obras de teatro y ensayos sobre su obra y la de otros autores. También tradujo al francés a Cavafis, Virginia Woolf, Henry James y Yukio Mishima.
En 1986, poco antes de la muerte de Borges, conoció al escritor argentino y dictó una conferencia sobre su obra en la Universidad de Ginebra. Durante varios años, mantuvo correspondencia con la escritora argentina Silvia Baron Supervielle. Yourcenar falleció en 1987, en Maine, a los 84 años.
“Marguerite Yourcenar es una figura capital de la literatura francesa del siglo XX -dice a LA NACION Lucía Vogelfang, docente de la cátedra de Literatura Francesa de la Universidad de Buenos Aires y coordinadora del área de Letras de Amigos del Bellas Artes-. Edificó una obra muy sólida que atraviesa todos los géneros literarios, sin perder su coherencia y su unidad arquitectónica. Su espíritu viajero y su clara tendencia filohelénica la llevaron a investigar la historia y las culturas antiguas, en especial las civilizaciones y sus sistemas de pensamiento, muchos de ellos de tiempos remotos, como la antigua Grecia y Roma, el Renacimiento, la cultura afroamericana, la sabiduría oriental, y a adquirir un conocimiento detallado y erudito de diversas mitologías, religiones y filosofías, así como una sensibilidad frente al elemento histórico, al sincretismo filosófico y a la presencia de lo sagrado, que se integraron a sus relatos densos y bien documentados, que en su prosa adquieren nueva luz. En Fuegos, una serie de relatos cortos, de prosas líricas, casi poemas, inspirados por una crisis pasional y una sórdida concepción del amor, alternan notas sobre la pasión con las historias de Fedra, Aquiles, Patroclo, Antígona en relatos que logran modernizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente”.
Sobre Memorias de Adriano, Vogelfang recuerda que toma la forma de una larga carta de un viejo emperador a su nieto adoptivo de diecisiete años y eventual sucesor: Marco Aurelio, “en la que reflexiona y recuerda sus triunfos militares, su amor por la poesía y la música, su filosofía y su pasión por su joven amante en un estilo sobrio, elegante y armonioso; los devaneos eróticos de esta figura clásica pueden ser leídos como preocupaciones actuales”.
“Yourcenar recupera la tradición de la novela histórica, pero no solo para dar vida y revivir un mundo lejano e imaginario, sino también para situarlo en la continuidad de las formas civilizatorias y culturales, para recomponer y ampliar el paisaje intelectual, y para crear una complicidad entre el presente y la historia -destaca Vogelfang-. Porque estos relatos en su pluma reinventan las épocas pasadas y los individuos, que adquieren un significado nuevo, contemporáneo porque, como dijo la escritora alguna vez, atraviesan ‘el campo magnético de los personajes’, que actúan y fracasan, aman y sufren, susurran o gritan y cobran nueva vida frente a los ojos del lector. El gran talento de Yourcenar consiste en haber podido conciliar la historia, la novela y la poesía con su propio genio y haber convertido las diversas culturas y tradiciones, tanto occidentales como orientales, en modernas, revestirlas de humanismo para también convertirse ella misma en una escritora de vanguardia en la tradición”.
Mientras se desempeñaba como directora editorial de Alfagura, Julia Saltzmann estuvo al cuidado de la publicación de la vasta obra yourcenariana en la Argentina. “Leí por primera vez a Yourcenar a finales de los años 70 y principios de los 80, y desde entonces está entre mis autores más queridos, los más míos, los más leídos y releídos, mis guías, mis compañeros en la vida -dice Saltzmann a LA NACION-. Empecé por Cuentos orientales y a partir de allí busqué y leí todos sus libros: sus cuentos y novelas y sus libros autobiográficos, pero también sus cartas y sus libros de entrevistas”. Marguerite Yourcenar. Con los ojos abiertos reúne una serie de charlas de la escritora con el periodista Matthieu Galey.
“Si hubiera que definir su obra con una sola palabra, elegiría ‘grandeza’, por su universalidad, su hondura, su imaginación y su rigor -sostiene-. La belleza de su prosa está tanto en esa exactitud como en su inconfundible cadencia de períodos largos. Abrevó en Oriente y Occidente, en la filosofía, la religión y la música, y tuvo una comprensión profunda, una compasión llena de humanidad por los personajes que inventó o recreó. Toda esa sabiduría, esa meditación, esa fuga a los territorios mitológicos o de la Antigüedad, o de episodios europeos ya lejanos no la vuelven nunca abstracta o distante, porque luego está su amor a la vida, a la vida concreta, placentera y dulce de los árboles y las plantas, de pájaros y perros, de la cocina y el hogar, de la sociabilidad de las ceremonias y la buena vecindad”.
Así reflexionaba Marguerite Yourcenar
Soledad
“El hábito precoz de la soledad es un bien infinito. Enseña, hasta cierto punto, a prescindir de las personas. Enseña también a querer más a las personas”.
“La soledad del escritor es muy profunda. Cada uno es único, tiene sus problemas, sus técnicas, que ha adquirido con mucho esmero; está también su propia vida. No gana mucho hablando con conocidos (o desconocidos) sobre temas de literatura”.
Murasaki Shikibu
“Es en verdad la gran escritora, la gran novelista japonesa del siglo XI, es decir, una época en la cual la civilización japonesa estaba en su apogeo. En suma, es el Marcel Proust de la Edad Media nipona; tiene el instinto, el sentido de las variaciones sociales, del amor, del drama humano, de la forma en que los seres se estrellan contra lo imposible. No se ha escrito nada mejor en ninguna literatura”.
Escritores útiles y nocivos
“Todo escritor es útil, o es nocivo. Es nocivo si es farragoso, si deforma o falsifica (aun inconscientemente) para obtener un efecto o un escándalo; si se acomoda sin convicción a opiniones en las que no cree. Es útil si ayuda a la lucidez del lector, lo desembaraza de timideces y de prejuicios, le hace ver y sentir lo que ese lector no hubiera visto ni sentido sin él. Si mis libros son leídos, y si llegan a una persona, a una sola, y le aportan una ayuda cualquiera, así fuera por un momento, me considero útil”.
La amistad
“Toda amistad auténtica es una adquisición duradera; aun después de veinticinco años de ausencia, uno se abraza sin sentir ningún cambio. La amistad, como el amor, del cual participa, exige tanto arte como una figura de baile bien hecha. Se necesita mucho impulso y mucha moderación, muchos intercambios de palabras y muchos silencios, y, sobre todo, mucho respeto”.
Democracia
“Los fanatismos más o menos disimulados, más o menos larvados, sol oesperan su momento para reaparecer bien estructurados; los intereses particulares se hacen pasar por intereses públicos. El costo de las elecciones y de las reelecciones es tal que toda democracia de ese tipo es, de hecho, una plutocracia. La corrupción es casi una condición sine qua non de la política”.
Los libros
“Cada libro nace con su forma absolutamente particular, es un poco como un árbol. Una experiencia trasplantada a un libro, arrastra con ella el musgo, las flores salvajes que la rodean, en esa especie de terrón al que están adheridas las raíces. Cada pensamiento que hace nacer un libro arrastra consigo toda una serie de circunstancias, todo un cúmulo de emociones y de ideas que nunca será igual en otro libro, y cada vez el método es diferente”.
De Marguerite Yourcenar. Con los ojos abiertos (traducción de Elena Berni)
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