Margaret Atwood: "El siglo XX acabó con las utopías; perdimos la fe en ellas"
Con una nueva novela bajo el brazo, la escritora canadiense entiende que la realidad se empeña en convertir su "ficción especulativa" en costumbrismo; los tiempos de Trump
LONDRES.- El capitalismo financiero ha reventado en pedazos y el nordeste de Estados Unidos es un infierno en el que una pareja trata de sobrevivir. Desesperados, se enrolan en Positron, un experimento socioeconómico relacionado con una prisión privada. Por último, el corazón, escrito originalmente como un relato seriado en Internet y que Salamandra publicó en español (llegará a la Argentina en mayo), es una clásica distopía de Margaret Atwood (Ottawa, 1939) que evoluciona hacia una aventura alucinante. Autora de más de 50 títulos y metida en todo tipo de proyectos, que incluyen adaptaciones de sus obras a series de televisión, la escritora canadiense, premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2008, es un auténtico torrente de imaginación y actividad a los 77 años. Algo que contrasta con el sosiego que transmiten los leves movimientos de su cuerpo enjuto, su suavecísimo hilillo de voz y esos pálidos ojos azules que miran con inteligencia serena. En un hotel londinense, después de que Trump ganara las elecciones, Atwood habla sobre cómo la realidad parece empeñada en convertir su "ficción especulativa" en costumbrismo.
-Un multimillonario xenófobo, misógino, estrella de telerrealidad, negador del cambio climático, se convierte en líder del mundo libre. ¿Una buena distopía para una novela?
-Es interesante, [Trump] dijo muchas cosas en campaña y ya está rectificando. Si hiciera todo lo que dijo, empezaría una guerra civil. Veamos lo que hace. Estados Unidos tiene una larga historia de timadores. Algunos de sus seguidores creyeron todas esas cosas que dijo. ¿Qué va a pasar cuando no las haga? A mí lo que más me asusta es el cambio climático. Eso es realmente lo que nos va a sacar de aquí, a no ser que se haga algo.
-¿Son estos tiempos más de distopías que de utopías?
-El siglo XX acabó con las utopías. Perdimos la fe en ellas. Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Mussolini... Todos llegaron diciendo que iban a hacer las cosas mucho mejor, pero primero tenían que... Siempre hay un "primero tenemos que", y suele implicar matar a mucha gente. Nunca llegas a la parte buena. Creo que ahora vamos a ver el auge de utopías nuevas, las ecoutopías, que proponen una vida más verde. Mantenga un ojo en Elon Musk [joven empresario e inventor de moda en Estados Unidos].
-Musk parece estar enfocado en escapar a Marte...
- [Risas] Desearía que pensara menos en Marte y más en el Powerwall [un nuevo sistema de baterías recargables de uso doméstico].
-Hablando de escapar, ¿están preparados en Canadá para recibir a la diáspora de intelectuales que prometieron emigrar si ganaba Trump?
-No sólo intelectuales. Tras la elección, la web del servicio de inmigración canadiense colapsó. Canadá siempre ha sido el refugio cuando las cosas iban mal en Estados Unidos.
-La literatura y la propia identidad canadiense, ha dicho, están caracterizadas por la supervivencia.
-Está en nuestra naturaleza. Los canadienses siempre han estado muy interesados en los sistemas de comunicación por razones obvias. ¿Cómo hablas con alguien que esta a 5000 millas [8000 kilómetros]? Somos grandes usuarios de Internet.
-Títulos como El cuento de la criada y Oryx y Crake la convirtieron en un icono de la ciencia ficción. Usted rechazó la etiqueta y enfureció a ciertos puristas de un género que, dijo, consiste en "hablar de calamares en el espacio exterior".
-Es sólo terminología. Cuando la gente piensa en ciencia ficción, piensa en naves espaciales, y eso no es lo que yo hago. Por eso me gusta que haya subcategorías. Puedes llamar a todo el conjunto cuentos maravillosos e incluir ahí historias de vampiros, de hombres lobo, de zombis, de robots, de naves espaciales... y también lo que yo llamo ficción especulativa, categoría a la que pertenecen 1984, Un mundo feliz o Fahrenheit 451.
-Empezó a escribir siendo una niña. ¿Cómo recuerda sus comienzos?
-En los sesenta no había infraestructura literaria en Canadá. Pensé que tendría que marcharme a Europa. Iría a París, trabajaría de camarera, fumaría cigarrillos, bebería absenta y café y escribiría obras maestras. Tenía 17 años, qué quiere que le diga. En lugar de eso, acabé en la Universidad de Harvard. Lo único de todo eso que hice fue beber café.
-Es usted una observadora de los pájaros.
-Diría más: soy una persona de pájaros. Te dan una gran visión de conjunto de las condiciones en el planeta. ¿Conoce la expresión del canario en la mina de carbón? Cuando el canario muere, más te vale huir. Son indicadores de la naturaleza.
-El jurado del Premio Príncipe de Asturias elogió su "compromiso con la defensa de la dignidad de las mujeres". ¿Se puede hacer desde la literatura?
-Lo que me gustaría es defender la dignidad de las personas, y tengo esa idea radical de que las mujeres son personas [risas]. No sé cómo de poderosa es la literatura, pero creo que puede cambiar la manera en que la gente mira las cosas.
-¿Qué opina del Nobel a Dylan?
-Ésta es mi interpretación: primero, a los suecos les gusta mucho cantar. En cualquier cena con suecos se pondrán a cantar después de unas rondas. Tienen una figura nacional llamada Bellman, que fue literato y cantante en el siglo XVIII, así que no tienen problema en conectar literatura y canciones. Segundo, creo que fue también una carta de amor a América por el momento político actual, una forma de decir: "Recuerden que pueden hacer algo mejor que esto". Ahora que se lo expliqué, estoy segura de que está todo más claro, ¿verdad?