En la cabeza de Marcelo Longobardi habita una pelota de golf que se puede disparar en el momento menos pensado. Un segundo antes de su comentario en radio Mitre o durante una entrevista con un presidente. Y ya nada será igual. Estará ahí para llevarlo otra vez a indagar el por qué de un tiro fallido o a recordarle el fantástico putt en el hoyo 18 de St. Andrews con el que le ganó un match play a su hijo Gastón, hace ya varios años, y que vuelve a electrizarlo de tanto en tanto. "Es adictivo, compulsivo, hay veces que en medio de una reunión con un ministro o un presidente me acuerdo de un tiro y no me lo puedo sacar de la cabeza, es involuntario" cuenta el periodista que lidera desde hace 18 años la primera mañana de la radio.
El golf ingresó en la vida de Longobardi hace 25 años y no pudo soltarlo más. Se volvió una adicción. Hoy todo lo planifica en torno de ese deporte: no sale sin sus palos y sus viajes y vacaciones se diagraman con un campo de golf cerca. Empezó a jugar por casualidad mientras acompañaba a su hijo Franco (entonces de 3 años) a tomar clases en una cancha par 3 de 9 hoyos, en el Village Golf en Tortuguitas.
Cuando habla de golf el tiempo se detiene y comienzan a desfilar los recuerdos y las imágenes de las canchas más bellas de Escocia, que adoptó como su lugar en el mundo cuando empezó a ir todos los veranos europeos a jugar a con sus tres hijos varones (Franco, 28 años, Ignacio, 25, y Gastón, 23), doce años atrás. Tanto que se incorporó como socio al Royal Dornoch, cuyo campo es considerado por la revista Golf Digest uno de los mejores del mundo detrás de las norteamericanas Pine Valley, Augusta National y Cypress Point.
Su escritorio es una muestra de su pasión: hay banderas de todas las canchas en las que jugó (St. Andrews, Carnoustie, Muirfield, Pebble Beach y TPC Sawgrass, entre otras) pero una está enmarcada y domina el ambiente: es la del club fundado por Ernie Els en Dubai, en el que ganó un ProAm con Branden Grace.
El golf ingresó en la vida de Longobardi hace 25 años y no pudo soltarlo más. Se volvió una adicción. Hoy todo lo planifica en torno de ese deporte: no sale sin sus palos y sus viajes y vacaciones se diagraman con un campo de golf cerca.
Longobardi es un amateur 15 de hándicap privilegiado. Jugó dos veces con Tiger Woods en el torneo que la estrella norteamericana convoca todos los años (Hero World Challenge), es amigo del inglés Ian Poulter (26 del ránking mundial) y ha jugado con Lee Westwood (ex número 1), Henrik Stenson (ganó el Abierto Británico en 2016), Danny Willett (ganó el Masters de Augusta en 2016) y con Brooks Koepka (último ganador del Abierto de EE.UU), "uno de los tipos más maleducados que he conocido en mi vida", dice.
El golf lo une profundamente con sus hijos. Es más, dice que en buena parte es responsable de la relación que tienen hoy. "Mis hijos fueron educados en el golf y eso es muy bueno porque tiene que ver con el respeto de las reglas, la disciplina, la concentración, el control del cuerpo, la coordinación, con aceptar la tragedia…", explica.
–Por qué jugás al golf?
- En primer lugar porque me gusta mucho, no sé si juego muy bien pero creo que lo entiendo muy bien y he aprendido a disfrutar mucho de una tarde de golf. Aprendí a disfrutar lo extraordinario que es el diseño de una buena cancha, he viajado por el mundo para jugar al golf y tengo una conexión con el golf muy importante. Me desconecta y dejé de ser un workaholic…
–¿Realmente te desconectas?
-Totalmente. No juego por relaciones públicas, ni comerciales, ni profesionales. Juego con mis amigos, con mis hijos y torneos.
–¿Y si alguien te dice: aprovechemos a caminar y hablemos de negocios o de política?
–Me parece un insulto. No lo aceptaría nunca. No juego laguneadas, con excepción de alguna, porque no me gusta mezclar el golf con trabajo. Una de las razones es que me conecto mucho con el golf en todos sus variantes: el juego, los palos, la cancha y me gusta competir. Y porque sigo jugando con mis hijos (28, 25 y 23 años). De hecho tenemos dos equipos entre los cuatro, el A y el B, que son incambiables, y un desafío de partidos oficiales por año.
–¿Un torneo Longobardi?
–Hay una serie de partidos, en su mayoría matches, que se juegan en las vacaciones de verano, durante las fiestas de fin de año y, desde hace 12 años, también en Escocia, donde es una batalla campal que incluye el hecho de que no dormimos siquiera en el mismo cuarto. Así funciona y no se va a cambiar nunca. Ignacio y yo somos el equipo A y Franco y Gastón el B. Tengo el privilegio de tener tres hijos Scratch (amateur que juega sin golpes de hándicap) del mismo matrimonio, cosa que no es normal. Para nosotros es religioso, sacrosanto. Son mis verdaderas vacaciones. Me tomo 15 días y voy a Escocia a jugar con ellos. Es el único lujo que me doy en mi vida.
–¿Cómo es ese viaje a Escocia?
–Jugamos en St. Andrews, somos socios del club Royal Dornoch, fundado en 1616 en un pueblito perdido en el norte de Escocia, en medio de los Highlands. La cancha es monumental y fue rehecha por Donald Ross a fines del siglo XVIII, antes de que se fuera a hacer Pinehurst (Carolina del Norte, EE.UU.). No se juega el British Open porque no hay lugar para alojar a 100.000 personas.
–¿Cuánto cuesta ser socio?
–Bastante menos de la mitad de lo que uno paga por un club en Buenos Aires: 320 libras al año (9150 pesos). Con tantos viajes me hice de muchos amigos y uno de ellos me propuso como miembro como consecuencia de esta historia de ir a Escocia con mis hijos.
–¿Y Por qué elegiste Escocia, cuando en la Argentina la mayoría de los golfistas trata de ir a jugar a Estados Unidos?
–Cuando estaba en Radio Diez, salvo (Oscar) González Oro que era la estrella, no teníamos vacaciones. Un día le dije al dueño que me estaba perdiendo a mis hijos, porque hacía diez años que no viajaba. Tenés razón, me dijo, y me regaló un viaje. ¿Adónde querés ir? me preguntaron y dije Escocia porque era lo suficientemente lejos como para descansar. Ese viaje duró cinco días y ahí conocimos cinco grandes canchas, entre ellas St. Andrews. Cuando pisas el tee del hoyo 1 de St. Andrews y no sentís la electricidad del piso no entendés nada. Y a nosotros nos pasó eso, que una mística semejante te atraviesa el cuerpo. Y a partir de ese viaje hicimos una especie de tradición: el último día planificamos el siguiente y no paramos más. Jugamos desde Pebble Beach hasta Valderrama, y en grandes canchas en Estados Unidos y de la Argentina, pero nada se compara con jugar en links. Nos gusta el viento, la llovizna, el piso duro, las dunas, el rough. Y tengo mi propio ránking de links, los conozco prácticamente a todos. El que me falta lo conoceré en julio, el Royal St. George’s, pero he jugado en las grandes canchas donde se juega el British Open.
–¿Y si tenés que elegir grandes canchas en la Argentina?
–Playa Grande me parece la mejor, aún considerando los problemas que ha tenido con la cercanía con la ciudad. Todas las grandes canchas que he conocido son simples, ninguna es demasiado complicada; son simples, de escala humana y nobles y esa condición la tiene Playa Grande. Después los dos clubes en los que soy socio, el Buenos Aires Golf y el Pilar Golf, y Olivos Golf y Martindale.
–¿Con caddie o con carrito?
–Con caddie. Juego con Luis Báez, que es el tipo más relevante de mi vida después de mi familia. Acá no juego sin él, viene a todos lados conmigo.
–¿Sos igual de obsesivo con el golf que con el trabajo, como te cargan tus compañeros de la radio?
–Soy igual. Tengo las bolsas muy ordenadas. Luis, el caddie, las mantiene como la llevo yo: tiene las pelotas Titleist Pro v1, de números rojos, en lo posible número 1; uso determinados tees de madera blancos o verdes, nunca amarillos; llevo una serie de cosas que para mi son relevantes: todo tipo de antiinflamatorios y analgésicos (¿qué pasa si en un torneo en el hoyo 9 te duele un hombro?); cinta por si tenés ampollas en los dedos y un líquido analgésico que hemos bautizado «San Chino», que me lo pasó el Chino Fernández y que se lo preparaban en Estados Unidos cuando jugaba.
– ¿Qué más hay en la bolsa?
–Un driver Callaway (estoy cambiando el Big Bertha por el nuevo Rogue), maderas 3 y 5 Callaway fusion; dos híbridos TaylorMade RBZ, que no los cambié nunca; hierros Taylor CGB max; tengo el mismo sand que Phil Michelson, el Mc Daddy, que es mágico; un 52° de Cleveland, no se puede no tener uno, y un putter Scotty Cameron Studio.
–¿Cuando caminás en la cancha, no pensás en otra cosa que no sea la pelota?
–Cuando involuntariamente pienso en otra cosa se nota mucho la diferencia. Si erro un tiro es porque estaba pensando en otra cosa. Si apago el teléfono y no lo pongo siquiera en vibrador juego mejor. Es asombroso, pero son tres golpes. Lo tengo cronometrado.
–¿Hay algo que te exaspere en una cancha?
–Lo único que me puede exasperar, pero lo evito, son las canchas sobrecargadas. En las grandes canchas del mundo hay un equilibrio entre el diseño, la belleza, las proporciones y la dificultad. Eso lo encontrás aun en Carnoustie, que es dramáticamente difícil: siempre hay un tiro más fácil o permisivo. Me preocupa que porque la gente está apurada haya muchos deportes cuyas reglas estén siendo revisadas. Es increíble que los golfistas estén promoviendo reglas que apuren el juego. ¡Se volvieron locos! No hay nada más extraordinario que hacer un deporte cuatro o cinco horas un sábado. ¿Qué otra cosa más relevante tienen para hacer que eso? Se tienen que mantener ciertos formatos.
–¿Por ejemplo?
–Que se juegue caminando, con caddies. Faltan torneos en los clubes amateurs, hay dos torneos por año, faltan ránkings, falta competencia. Están mirando como retener a los golfistas con un montón de procedimientos que excluyen competir más.
–¿Si te dieran a elegir con quien jugar a quién elegirías?
–A Tiger y a Phil Mickelson. He jugado con muchos del PGA tour. Gané un torneo en Dubai con Branden Grace; jugué con Stenson, Willett, Mahan; jugué dos veces el torneo de Tiger, una vez en Estados Unidos y otra en Bahamas. Caminar con Tiger al lado en un torneo del PGA tour es una experiencia alucinante
–¿Cómo convive tu mujer con el golf?
–Lo tengo más o menos resuelto. Ella y mis tres hijas nos acompañan a los viajes y hacen su propio programa. Por suerte no tengo ese conflicto.
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