Marcel Proust responde preguntas todavía no formuladas
“En busca del tiempo perdido” puede explicar innumerables cosas del mundo: las artes, los celos, la política, casi todo
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En su Filosofía del arte (1802-1803), Friedrich Schelling determinó, con un énfasis casi prescriptivo, que “la mitología es la condición necesaria y la materia de todo arte”. Para evitar cualquier malentendido sobre el alcance cronológico de la frase, añadió varias páginas más adelante: “La universalidad, la exigencia necesaria a toda poesía, le es posible en la época moderna sólo al que, a partir de su propia limitación, se puede crear una mitología, un círculo cerrado de la poesía”. Ése que alcanzó semejante círculo cerrado de la poesía fue Marcel Proust en À la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido), nadie más que él creó una mitología moderna.
Ahora bien, Schelling agregó otra definición según la cual “los dioses de toda mitología no son más que ideas de la filosofía consideradas objetiva y realmente”. Podría correrse el peligro de atribuir a la Recherche un dualismo -en el que el filósofo alemán no cayó- y que consistiría en concluir que el mito es desdeñable una vez que fuimos llevados a otra parte (la idea) que ya no es el mito mismo.
La cosmogonía proustiana parte de la bifurcación de los caminos de Combray, el de Swann y el de Guermantes. Pero todo lector de la Recherche sabe que esta oposición simétrica es más o menos ilusoria, que lo separado en Combray es reunido en Tansonville, y que la duplicidad tenía por fin un rostro único, el del libro entero.
Es cierto que la Recherche contiene innumerables sistemas que pueden explicar innumerables cosas del mundo (un sistema de las artes y del arte, de los celos, de la política, de casi todo), y que el lector se convence (es convencido por el autor) de que puede comprender cualquier cosa porque comprende el libro, que es símil del mundo. Se convence de que el mundo que no es el arte puede comprenderse por el arte.
Pero las metáforas de Proust no son rectilíneas (esto lo había advertido ya Roland Barthes), no van de un lugar a otro, sino que vuelven sobre sí mismas. Del mismo modo que los mitos antiguos tienen una inestabilidad temporal de la que podemos servirnos para ilustrar y explicar la ética, la estética, la política, también las figuras proustianas y sus destinos, además de explicarse a sí mismas como pasa con todo círculo cerrado, explican el mundo que no son ellas: lo real inventa lo imaginario para explicar lo real.
Pero lo real adopta, tras ese tránsito, el color vivo de la invención. El caso más notable es el del trimorfismo estético de Vinteuil, Elstir y Bergotte: el idealismo proustiano (efecto de la lectura atentísima de Schopenhauer) convierte a estos artistas en esencias que, merced al principium individuationis, encontramos después diseminados en Saint-Säens, Cesar Franck, Monet y en quien se quiera encontrar sus reflejos. Proust adelanta entes increados y responde preguntas todavía no formuladas.
Proust pide del lector la misma reciprocidad con la que configuró la Recherche. Una explicación transparente se lee en “La muerte de las catedrales”, un artículo que Proust escribió para protestar contra un proyecto de separación de la Iglesia y el Estado. Ese artículo, recogido en Pastiches et mélanges (1919), conjetura qué sería de los templos de Chartres, de Amiens, de Reims una vez desprovistas del culto y visitadas por esnobs que quieren “gustar de la obra de arte” en su lugar propio:
“Desgraciadamente, no puede ser más que curiosos, diletantes. Hagan lo que hagan ya no habita allí el alma de antes. Los artistas que vinieron a ejecutar los cantos, los artistas que hacen el papel de sacerdotes pueden instruirse, bañarse en el espíritu de los textos […] Pero a pesar de todo no podemos sino decir ‘¡qué pena!’, cuánto más hermosas habrán de haber sido esas fiestas en las épocas en las que eran sacerdotes quienes celebraran los oficios, no para darle a los letrados sino porque tenían en su virtud la misma fe que los artistas que esculpieron el Juicio Final en el tímpano del atrio o pintaron la vida de los santos en los vitrales del ábside […] Cuánto más alto debía de hablar la obra cuando el pueblo respondía la voz del sacerdote y se ponía de rodillas…”
La Recherche no es una catedral, aunque lo parezca, pero tampoco admite privaciones. La metáfora cumplida se niega a sí misma porque es ya la cosa. No hay sustituciones ni fingimientos. Están los proustianos mundanos y los proustianos metafísicos; ambos son simétricamente falsos. La filosofía del arte es la ciencia de todo en la forma del arte; la Recherche es una filosofía del arte que es obra arte. No es también una obra de arte, ni es además una filosofía. Separar la obra de la filosofía, o la filosofía de la obra, es la muerte segura de una y de la otra.