Marcar la diferencia
Desde 1978 hasta hoy, Punto de Vista logró generar un espacio propio de valentía y lucidez en la vida cultural argentina. A veinticinco años del primer número de la revista, Beatriz Sarlo, una de sus fundadoras y directora de la publicación, habla de los comienzos, de las distintas encrucijadas que planteó la vida política del país y del desafío cardinal de este momento: lograr el recambio generacional que permita tender puentes hacia el futuro
Es difícil imaginar hoy, firme y segura como se la ve, que el miedo haya podido hacerla temblar como una hoja. Es difícil imaginar que esta mujer, titular de cátedra en la Universidad de Buenos Aires y docente en prestigiosísimas universidades del exterior, autora de libros clave para entender nuestra época y faro intelectual para más de una generación de argentinos, se haya visto obligada alguna vez a vivir como una sombra, clandestina. Es difícil, delgada como es, rigurosa y medida, imaginar a Beatriz Sarlo veinticinco años atrás, cuando recorría las calles de Buenos Aires con un bolso cargado al hombro para dejar en los quioscos de diarios los primeros ejemplares de Punto de Vista, una aventura intelectual a la que nadie podía augurarle larga vida y que, sin embargo, logró consolidarse como una pieza imprescindible de la historia cultural de la Argentina. Veinticinco años después de ese comienzo, Sarlo revisa la historia de la revista que es también la historia de un país. Las coincidencias lo subrayan: 25 años de Punto de Vista, 20 años de democracia, 20 años de la edición del Nunca más.
"Fue una época de enorme confusión", recuerda, sentada a la mesa de su oficina en la calle Talcahuano y rodeada de colecciones de la revista. "Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y yo teníamos con la agrupación Vanguardia Comunista una relación de discusión política muy intensa y, como sucede siempre con partidos marxistas respecto de los intelectuales, nos propusieron tratar de reorganizar lo que llamaron el "frente intelectual", totalmente fragmentado y disperso en ese momento. Nosotros tres empezamos organizando una serie de encuentros para discutir simplemente sobre literatura argentina y eso, en 1978, ya era un triunfo. Empezamos en un instituto secundario que quedaba en la calle Uriburu, en donde Fernando Mateo, que participaba de las reuniones, consiguió un aula; después, cuando nos sacaron esa aula, yo le pedí un lugar a Boris Spiwacov, el creador del Centro Editor de América Latina, y él, que siempre apoyaba toda actividad que pudiera abrir algún horizonte dentro de lo que era la cerrazón de ese momento, nos lo dio. Al ver que habíamos logrado juntar a un grupo de personas que se reunían semanalmente para debatir ideas, la gente de Vanguardia nos propuso a nosotros tres hacer una revista. Nos alquilaron un local en un segundo piso de una galería medio muerta de Caballito, en Cachimayo y Rivadavia. La plata nos alcanzó para los primeros números y después fueron llegando suscripciones para el exterior, alguna gente de los EE.UU. nos mandó dinero, muchos exiliados a quienes les mandábamos ejemplares nos hacían llegar sus cheques. Teníamos miedo, pero nos habíamos puesto como norma no hablar de eso. Vivíamos en condiciones de clandestinidad desde hacía ya un tiempo, nadie tenía mi dirección. Cuando me fueron a buscar a casa de mi madre no me encontraron y ni ella sabía dónde estaba yo."
Las precauciones no eran exageradas. Elías Semán, Rubén Kristkausky y Abraham Hochman, los dirigentes de Vanguardia Comunista que habían puesto la plata inicial, fueron secuestrados y asesinados seis meses después de la aparición del primer número. Herencia y mandato, dice Sarlo, que recurre a la metáfora de la cárcel para dar cuenta del estado de ánimo del grupo. "Durante los diez primeros números, para quienes la hacíamos, Punto de Vista fue algo así como la gimnasia del preso que hace ejercicios físicos en su celda para no perder el control de su cuerpo. La revista, en cierto sentido, la hacíamos para nosotros mismos. Con una idea, con una memoria que teníamos que honrar, con un imaginario de un público; pero en realidad, era para nosotros."
De hecho, en sus primeras épocas, con escasos 200 ejemplares en circulación, fue casi un medio de comunicación cara a cara, que quería dar la muestra de que se seguía pensando y existiendo, pero que no lo podía hacer, dentro del país, más allá del círculo inmediato. Fronteras afuera la distancia se achicaba y buena parte de los exiliados de España y México reconocieron en el grupo de la revista de Buenos Aires un lenguaje común. Por ejemplo, intelectuales como José Aricó y Juan Carlos Portantiero, que poco después empezaron a editar en México Controversia, se unieron a Punto de Vista cuando regresaron del exilio. En esa incorporación fue central el haber tenido la misma sintonía en la revisión crítica de la tradición de la izquierda y en la defensa de la democracia, dos puntos centrales del programa ideológico que los impulsaba y todo un punto de inflexión respecto del caliente panorama de la izquierda del cual venían. "En el espacio de la revista podía entrar todo aquel que estuviera francamente en contra de la dictadura y en defensa de la democracia. Al núcleo inicial, Piglia, Altamirano y yo, luego María Teresa Gramuglio y Hugo Vezzetti, se sumó mucha gente. Después de Malvinas, ingresaron también Hilda Sábato y Luis Alberto Romero, con quienes habíamos tenido fuertes coincidencias en un momento de locura bélica generalizada. Era una revista del frente antidictatorial en el campo del pensamiento."
Rupturas
Suena paradójico, pero Sarlo, directora de la revista desde 1981, insiste en que los primeros años, los que coincidieron con la dictadura militar, fueron años de gran aprendizaje. El movimiento de ruptura que iniciaron los llevó a discutir con sus propias convicciones anteriores. "Nos dedicamos a una relectura total de la obra de Borges; con María Teresa Gramuglio volvimos sobre la revista Sur y sobre la figura de Victoria Ocampo. También Sarmiento, José Hernández, la generación del 80, el nacionalismo cultural del Centenario. Nos pusimos a revisar a qué clisés habíamos obedecido cuando habíamos pensado sobre Victoria Ocampo y Sur, por ejemplo, un fenómeno central en la Argentina del siglo XX al que habíamos menospreciado por prejuicio ideológico y por ignorancia. El carácter autoformativo que tuvo para nostros hacer esta revista fue central. Revisamos todas nuestras convicciones, las que habíamos escrito y pensado, las que habíamos sostenido como sentido común. Todo eso fue parte de un proceso de autoconstitución. Aún hoy, si la revista no sirviera para que quienes escriben en ella se formulen preguntas para las cuales todavía no tienen respuestas no tendría sentido. Punto de Vista es un banco de pruebas de ideas, de hipótesis, también de escrituras."
Hoy la publicación se ocupa de crítica literaria, cultural, estética, de historia de las ideas y de los intelectuales, de análisis cultural y de los medios masivos. La vida política del país es analizada sin frases elusivas desde sus columnas. Pero cuando comenzaron --con el régimen militar en el poder y la represión ilegal en auge-- todos estos temas fueron sometidos a tratamientos específicos de camuflaje que sirvieron para poner entre líneas lo que no se podía expresar abiertamente. Roxana Patiño, en un artículo titulado "Punto de vista, la persistente mirada intelectual", caracteriza esas estrategias de supervivencia como un "estar hablando de otra cosa". El planteo disidente de Punto de vista no se agotaba en un mero discurso de resistencia, ni en la denuncia. Su operación consistía, dice Patiño, en poner en circulación teorías y reflexiones que implicaban en sí mismas una opción intelectual refractaria a los discursos autoritarios, no sólo políticos sino propiamente culturales.
"La estrategia era empujar el límite de lo que parecía posible --explica Sarlo--, pero empujarlo con prudencia política. Había una vieja tradición en el marxismo-leninismo que era el lenguaje esópico, el lenguaje de fábula. Cada una de las páginas era trabajada con lenguaje esópico y tenían un carácter simbólico en el campo ideológico de la Argentina. El silencio también era simbólico: ni una línea sobre el mundial de fútbol del 78. También recuerdo que hicimos la reseña del libro de Natalio Botana, La tradición republicana, porque nos daba la ocasión para hablar de la República en condiciones de dictadura. Pero también fue significativa la incorporación de ciertos nombres: Angel Rama, Jean Franco, la reconocida izquierdista norteamericana; también los dibujos de Folon que mostraban en el número uno un muñequito saliendo de un túnel oscurísimo; el nombre mismo de la revista, que reivindicaba el derecho a la opinión propia."
Sarlo sabe que tensa una cuerda cuando lo dice, pero aun así lo sostiene: los años de la dictadura fueron para ella años de una intensidad difícil de igualar. "Cuando convencías a alguien de que leyera, de que se abriera de lo privado y empezara a pensar la escena pública de nuevo, cuando lograbas despertar el interés de una persona, ya era una batalla gigantesca. Sí, un destello de felicidad en medio del horror. Recuerdo que yo esto lo dije en la película de Di Tella y cayó mal, pero la verdad es que ésa es mi experiencia. Todo se te negaba en ese momento y, cuando algo se daba, era realmente valioso."
Por todo eso, pese a la acrobacia editorial a que los obligaba la circunstancia y pese a la amenaza real que los rodeaba, Sarlo no siente que esa primera etapa, la de los años de plomo, haya sido la más difícil para la revista. Lo fue sin duda para el país, pero al proyecto de Punto de vista no lo hizo tambalear el miedo sino la abrupta llegada de la democracia. "Para 1982 nosotros ya habíamos aprendido a hacer una revista en condiciones de dictadura. Eramos el margen del margen, lo invisible de lo invisible, lo minoritario de lo minoritario, pero lo sabíamos hacer. Lo que tuvimos que aprender a partir de 1982 --y creo que la revista corrió allí el riesgo de desaparecer--, fue cómo hacer una revista de izquierda en condiciones de democracia. Del 83 al 84 hubo que aprender de nuevo y era un aprendizaje que acompañaba el aprendizaje que estaba haciendo la sociedad argentina."
La defensa de la democracia en forma incondicional dejaba atrás un planteo central en la izquierda de los años 70: la dicotomía entre democracia formal y democracia real, que había abierto el camino a muchas equivocaciones. "Quizás la revista --reflexiona Sarlo-- ya estaba adelantada en la lectura del escenario político. Al mismo tiempo, era necesario y muy difícil en ese momento redefinir el espíritu de la revista que ya no podía seguir siendo aquel frente antidictadura de los inicios. Por ese entonces empiezan a aparecer líneas de ruptura, se va Piglia. No hemos hecho nuestro balance colectivo todavía pero yo creo que se va básicamente por cuestiones políticas, porque él cree que la revista ha quedado demasiado cerca de quienes encabezan la transición democrática. En realidad, ni Altamirano ni yo conocíamos a Alfonsín, pero sí habíamos recibido el juicio a las juntas como un hecho decisivo para la Argentina y creíamos que no podíamos hacer una oposición salvaje."
Otra transformación, que se daba en forma paralela a ésta, afectó al grupo tal vez de una manera más personal. Temas intelectuales que la revista había empezado a incorporar en los últimos años de la dictadura, como el análisis cultural, la historia de las ideas, la historia de los intelectuales; autores como Raymond Williams, Richard Hoggart y Pierre Bourdieu se convertían de pronto en temas visibles y centrales. "Recuerdo el impacto que me produjo abrir un suplemento cultural de un diario y ver escritas las palabras campo intelectual, concepto de Bourdieu que hasta entonces no se había usado nunca en la Argentina salvo en Punto de vista."
El ingreso de muchos miembros del grupo a la universidad tuvo mucho que ver con la expansión de esos saberes y la circulación de los nuevos discursos. Punto de vista, además, empezó a ser propuesta como material bibliográfico en algunas materias y algunos escritores que habían sido defendidos muy fuertemente durante la dictadura, como Juan José Saer, empezaban a ser progresivamente más visibles. ¿Cuál era el problema en que lo que había sido margen ocupara el centro? Responde Sarlo: "Problema, ninguno. Pero uno no cambia tan rápidamente y esos años de transición nos obligaron a una recolocación muy fuerte. Desplazarse, empezar a ocupar el centro del campo intelectual, estaba de algún modo en contra de nuestra propia idea sobre nosotros mismos, que siempre nos habíamos pensado en el margen de ese campo."
Ese desplazamiento obligaba también a reevaluar la resonancia que tienen las propias palabras, que no es la misma cuando se dicen desde los bordes que cuando son planteadas desde el centro. "Salíamos de las sombras y empezábamos a tener una gran participación en los medios de comunicación. Nadie que fue tan marginal como yo fui puede sentirse cómodo en ese lugar. Cuando tenés una experiencia de extrema marginalidad hasta los 40 años nunca te sentís parte legítima de ningún centro."
La obsesión urbana
Superado el primer descolocamiento que produjo la primavera democrática, Punto de Vista logró reorganizarse y los años menemistas la encontraron en una oposición categórica, sin fisuras, que no se agotaba en una crítica al modelo político y económico. Sistemáticamente, número tras número, la batalla se libraba contra el populismo de mercado, contra quienes sostenían que no se debía hacer una crítica ideológica de los medios de comunicación. Después se fueron incorporando nuevas temáticas como cine, psicoanálisis, medios masivos y, especialmente, el debate sobre cultura urbana que tuvo un sello muy fuerte en la revista. "A mediados de los 80 varios de nosotros estábamos muy interesados en la lectura de Walter Benjamin, que trae de alguna manera esa discusión. Pero además, ése fue un momento de gran transformación de Buenos Aires, una transformación que hoy ya terminó pero que entonces fue tumultuosa. Nosotros teníamos sobre eso una perspectiva crítica muy fuerte que mantenmos hasta hoy. De finales de los 80 y hasta mediados de los 90 tuvimos "la obsesión urbana". Nos preocupaba la fractura de la ciudad entre norte y sur, que hoy se ve clarísima y se perfilaba entonces; la intervención en Puerto Madero, el tipo de sociedad de consumo que se construye en torno al shopping y que destruye y dispersa la trama de la ciudad. A través de gente como Adrián Gorelik y Graciela Silvestri fuimos incluyendo estos temas.
No era tarea sencilla, de todos modos, lograr sostener un discurso nítido, que se percibiera claramente en la ruidosa escena mediática de los noventa. "La pregunta para nosotros es cuál es la diferencia que la revista puede hacer en el campo intelectual con una intervención. Yo creo que cada número se justifica si hay al menos algunos artículos que digan lo que no se dijo allí donde circulan las ideas y se caracterizan los fenómenos intelectuales. En el último número, la intervención que nosotros hacemos respecto del acontecimiento Kuitca marca una verdadera diferencia: nada de lo que se dice allí había aparecido en los medios. Yo creo que una revista de esta naturaleza se justifica si tiene algo para decir que sus miembros no puedan escribir en otros lados, con esa extensión, con esa profundidad, con ese carácter polémico. Si yo necesito 20.000 espacios para dar cuenta del último libro de Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, no puedo hacerlo en un medio masivo y sí en una revista de estas características. Y además, como decía Tinianov, la forma larga también define, una revista se define también por la extensión de sus notas."
Pero los desafíos no sólo los plantea el afuera. Para Punto de vista, hoy el gran desafío es el relevo generacional. Los 25 años que se celebran son también una encrucijada. "Nuestra principal preocupación de hoy es luchar todo el tiempo para incorporar el relevo, ver en cada número si se está siendo suficientemente sensible a lo que está sucediendo en el presente. En términos de esta revista, yo no cumplo 25 años más acá: la revista genera su propio recambio o desaparece. El riesgo es que suceda lo de Sur. Victoria Ocampo se dio cuenta demasiado tarde de que ella no podía dirigirla más. Yo traje a Gorelik, de quien me separa exactamente una generación, pero él también tendrá que seguir incorporando gente más jóven aún."
BazarAmericano.com, el sitio de Internet que Punto de vista abrió hace dos años, marca una nueva etapa. La primera muestra de su vitalidad --además de que potenció a la revista trayéndole nuevos compradores-- vino del lado de la poesía. "Ahora se incorpora al consejo ampliado de la revista Ana Porrúa, crítica literaria de Mar del Plata con quien la relación se fraguó básicamente con el sitio web. Ella inició en la página una sección de reseñas para la que incorporó a muchísima gente joven que no se hubiera acercado directamente a la revista. Para mí eso fue una muestra de la productividad intelectual del sitio."
Pero la web no sólo le abrió las puertas a un nuevo lector sino que parece haber estimulado otras formas de convivencia, una relación novedosa. "La temperatura de ese contacto nos la dan los mensajes que nos llegan a la casilla de correo --dice Sarlo--; yo percibo que aparece un nexo generacional que no estaba en la revista. Pero además, las personas se entusiasman con Bazar Americano tienen una participación más entusiasta cuando con Punto de Vista la relación era más distante."
El éxito de Bazar Americano está atado justamente a esa capacidad de tender puentes e imaginar nuevos caminos por donde podrá seguir circulando la poderosa máquina de pensar que es Punto de vista.