Marc Augé: "Si no fuera de mi tiempo e intentara entenderlo, estaría muerto"
Estrella de La Noche de la Filosofía, que se realiza pasado mañana en el CCK, el antropólogo francés, de 80 años, sigue pensando el tiempo y los lugares; "necesitamos de nuevo los rituales", dice
El pensamiento tiene su propio sistema de signos físicos. Quien piensa lo hace con el cuerpo, no porque el cuerpo piense realmente solo, sino porque aquello que se nos quiere explicar tiene un correlato en los ademanes, en las inflexiones del habla. Es cierto que Marc Augé, llegado a Buenos Aires de París hace apenas cuatro o cinco horas, está cansado y que, entonces, no costaría demasiado atribuir a esa causa cierta morosidad en la sintaxis. Pero enseguida se descubre que, como cualquiera que está pensando, Augé no habla en esos momentos con otro sino consigo mismo. Quien le formula las preguntas no es más que el tercero excluido de una conversación (que pese a ser solitaria no es un monólogo) enteramente privada. No puede saberse cuándo concluye una respuesta: el silencio no es garantía de nada, porque bien podría ser que siguiera pensando. El interlocutor interviene, por lo tanto, sólo cuando ese silencio orilla lo intolerable, y lo hace con la culpa de haber interrumpido un engranaje intelectual que acaso no había concluido su recorrido.
Augé es sobre todo el gran pensador de la sobremodernidad, que debe distinguirse de la posmodernidad. "Me parece -dice sereno- que estamos en el apogeo de la modernidad. Hay una potenciación de los factores de la modernidad: el individualismo, la aceleración de la historia y la retracción del espacio. Sobremodernidad es sobredeterminación. No es un grado más sino que hay más factores en juego."
Augé, que vino invitado por el Sistema Federal de Medios de la Nación y el Centro Franco Argentino, gozó de la suerte y de la desgracia de cualquier intelectual exitoso: acuñar una categoría maleable, persuasiva, inolvidable, que en su caso es la de "no lugar", un sitio sin carácter ni identidad, como los aeropuertos, que son todos iguales. Es imposible no preguntarle por esto y es muy probable que el sábado, cuando a la una y media de la mañana participe de La Noche de la Filosofía en el CCK, tenga que volver a expedirse sobre la cuestión, ahora que los no lugares se generalizaron. "Algunas precisiones -se apura Augé-. Los no lugares no existen en sentido empírico. Los lugares tampoco. Lo que es un lugar para algunos puede ser un no lugar para otros. Actualmente, esta noción es compleja porque no hay no lugares absolutos: los espacios de consumo, de circulación y de comunicación se multiplican. Y no todas las comunicaciones establecen verdaderas relaciones sociales. Les falta la dimensión simbólica del espacio y del tiempo. El contexto es planetario. Hoy definiría el no lugar como el contexto de todo lugar posible."
Pero Augé (antropólogo, etnólogo, aunque hace años que le pisa los talones a la filosofía) no es un pensador de consignas sino de vacilaciones. Después de todo, a los 80 años ya no se tienen demasiadas certezas, salvo la de la edad. Pensar en la edad propia es pensar en sí mismo.
-La etnología de sí mismo, tal como la formula en El tiempo sin edad, se presenta como una tarea propia de la madurez. ¿En qué punto de esa investigación sobre sí mismo y sobre su relación con la edad se encuentra ahora?
-Tengo la impresión de que al envejecer uno entra en una edad de la que había oído hablar pero que no conocía. Es una ocasión de desarrollar nuevas relaciones sociales. Por ejemplo, cuando subo al colectivo la gente me cede el asiento. La etnología de sí mismo es una cosa tan nueva como esas nuevas relaciones que se descubren. Una nueva relación con el otro. Eso sería posible a cualquier edad, pero lo cierto es que ocurre a esta edad. Particularmente, la edad es una noción social, que determina cosas que se pueden hacer y cosas prohibidas. Y cuanto más avanzada es la edad, más se nota esta singularidad. Creo que hoy entiendo mucho mejor a mi abuelo.
-Esa etnología de sí mismo, como disciplina, ¿es propia de esta época o habría sido concebible, aun sin ese nombre, hace siglos? Pienso en la cuarta edad.
-La cuarta edad, claro. Es una noción que tiene que relativizarse porque depende de los países y de las clases sociales. Pero es cierto que es algo general. Sí, históricamente se trata de una experiencia nueva, pero podría haber sucedido en cualquier época.
-Muchos de sus últimos escritos son muy personales, y esto no solamente porque aparezca la primera persona. La escritura misma, como ensayo, se inscribe en la tradición confesional de Montaigne, pero también de Michel Leiris.
-Siempre fui sensible a la expresión literaria y ésa fue mi primera formación. Montaigne, Leiris... Yo hablaría de no ficción. Paradójicamente, en mi caso yo me apoyaba en la ficción para hacer etnología. Le doy un ejemplo: en mi libro sobre los no lugares describo la trayectoria de un hombre que toma un avión y se describe cada acción: sacar el pasaje, viajar por la autopista al aeropuerto, el check in...
-Una estrategia narrativa.
-Eso mismo. Quería que el lector prestara primero atención a los hechos, para después poder analizarlos. Me parece que el origen de todo esto está en el siglo XVIII, con el Cándido de Voltaire y con Montesquieu.
-La modernidad nos enseñó que el arte había progresado hasta conquistar su autonomía del ritual. Pero ahora, en su libro El antropólogo y el mundo global, usted nos propone que el arte contemporáneo restaura el ritual, aunque de un modo subversivo. ¿Cómo llegó a esa conclusión?
-El ritual es extremadamente importante. Por lo general hablamos de los ritos para referirnos a su dimensión histórica o de fidelidad al pasado. Pero si es sólo eso, es repetición, rutina. Hay otra dimensión del ritual, que es la apertura al futuro. Un rito que tiene éxito es un rito que abre el futuro. Por eso es crucial que los que participan en el ritual tengan la sensación de que algo pasó. Es un sentimiento de unidad. Necesitamos eso hoy en día. Es una dimensión que, además de en el arte, está incluso en el deporte. El deporte es un rito concentrado. La apertura al futuro es el resultado del partido.
-Usted, que pensó tanto sobre el tiempo, ¿se siente parte de este tiempo, se siente contemporáneo o inactual?
-Depende. Intento ser de mi tiempo y entender lo que sucede. Si no lo hiciera, estaría muerto... Por eso, como le decía antes, estoy atento a que la vejez pueda dar lugar a nuevas relaciones. Por supuesto, todo esto es relativo. En el fondo, saber si uno es de veras contemporáneo de su tiempo es una pregunta que uno se puede hacer a cualquier edad. Es cierto que las actitudes de rechazo, de encerrarse en sí mismo son también signos de los tiempos. Pero mejor mirar de frente.
-Hay dos preguntas que aparecen en más de un ensayo suyo: quién soy y qué soy. Incluso, podría decirse que ambas están íntimamente conectadas.
-La pregunta por la identidad, "quién soy", es una forma clásica; el "qué soy", en cambio, introduce una perspectiva más metafísica. Pero cada vez estoy más convencido de que la segunda es una profundización de la primera. Rousseau, al final de su vida, estaba más sereno. Era porque había renunciado ya a toda inquietud sobre la pregunta "quién soy". Su sentimiento estaba más allá de la identidad personal.
Una fiesta nocturna del pensamiento
- Augé, que presentará la ponencia "El ser humano y su cuerpo", se suma a un amplio contingente de franceses y alemanes invitados a La Noche de la Filosofía. Estarán, entre otros, Anne Dufourmantelle, Julien Berjeault, Magali Bessone, Pierre Cassou-Noguès, Claudia Hammerschmidt, Johannes Völz y Katja Crone. La actividades empezarán pasado mañana a las 19.30 y se extenderán hasta las 3. Habrá también teatro, música, cine, talleres, una zona infantil y una oferta gastronómica de los tres países que participan. La programación completa puede consultarse en www.cck.gob.ar/lanochedelafilosofia/la-noche-de-la-filosofia.
PARA AGENDAR
Mañana, a las 18.15, en la Alianza Francesa (Av. Córdoba 936), Augé tendrá una charla pública con Mariana Canavese