Alta Fidelidad. Maradonismo: una vanguardia de la pared al ciberespacio
Más o menos a las doce, más o menos al mediodía, es que el sol desciende en picada contra la esquina de la Avenida Boyacá y Juan Agustín García para nimbar con un almíbar dorado la frente ancha, a la que los ladrillos se le distinguen como un sarpullido, del Checho Batista. Es justo la hora en la que el rostro que brilla en toda esta manzana que comprende la cancha de Argentinos Juniors queda a la sombra, como si en la ficción de la pintura mural se le permitiera ese descanso al menos por unas horas del día. Diego no brilla ahora doce del mediodía o casi, lo hace el Checho con esa barniz dorado pero de todos modos la imagen que toma la esquina es fantástica: héroes del 86 y de La Paternal toda están ahí replicando ese fotograma de “Cuesta abajo” (Louis J. Gasnier) en el que Gardel le cantaba “Mi Buenos Aires Querido” al capitán de un barco cuya mirada se perdía en un horizonte que acaso no podía entrever del todo. Es un gesto que se repite como ha pasado con tantos en el pasaje de la pintura a la fotografía y de esta al cine y de vuelta para atrás y ahora en loop. Lo que el iconógrafo alemán Aby Warburg había llamado pathosformel para identificar reiteraciones en la gestualidad grabadas a través de los siglos y que en 1976 Richard Dawkins revisitó bajo la idea de “meme” en el libro El Gen egoísta: una unidad de información cultural capaz de trasladarse de una generación a otra.
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Aquel meme de Dawkins mutó en la era digital a una nueva forma de arte popular bastante sofisticada (si se tienen en cuento todos los procedimientos tecnológicos del medio) que consiste en una mezcla de sátira y ready made cuya virtud mayor está en la circulación. No hay meme sin viralización entonces. Así como la manzana religiosa de Argentinos Juniors (hasta tiene un altar profano) se ha ido reconvirtiendo desde lo casi rupestre hasta el hiperrealismo de una serie de murales que empiezan con el Cebollita y culminan con un Maradona tardío junto a la puerta que dice “ambulancia”, las redes encuentran expresiones cada vez más inspiradas. Una es la cuenta @maradonoir que postea en Twitter e Instagram “un Diego por cada película”. Es una idea fantástica que superpone escenas de la vida real de Maradona (conservada, claro, en su infinita replicación fotográfica) con escenas de la historia del cine. Para citar solo las últimas: Pelota de trapo (Leopoldo Torres Ríos, 1948), Easy Rider (Dennis Hopper, 1969), Carlito’s Way (Brian De Palma, 1993), La Niña Santa (Lucrecia Martel, 2004). Aquí, en estos posteos efímeros mezclados entre los 656 millones de tweets que se mandan en un día, hay de todo: pathosformel, meme en el sentido antiguo y nuevo y también arte contemporáneo del mejor. Aunque no esté legitimado como tal y circule silvestre, su calidad conceptual es abrumadora: toma un ícono absoluto y lo re-hace en otros guiones para expandirlo a todo lo filmado.
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En esa manzana religiosa de Paternal hay de todo: estos murales hiperrealistas firmados por @marley_graffitis (el Giotto de Argentinos Juniors) están rodeados de tableaux subalternos que califican como el art brut que defendía Jean Dubbufet. Pinturas como de tren fantasma con jugadores deformados y una procesión de seres fantásticos: jugadores deformes, duendes, gnomos, hinchas monstruosos y la paternalización de íconos globales. El Bob Marley del disco Uprising y un fresco de Jagger y Richards que abisma el grotesco. Sería deseable que toda esta bad painting quede junto al repertorio virtuoso del muralista (la expresión de sus Diegos está en un limbo entre lo fotografiado y lo pintado: un espesor suspendido) porque lo que hay en todo el conjunto es una suerte de instalación. La manzana religiosa no lo dice pero lo sabe: cruzando la calle, sobre Gavilán, hay un Diego temprano hecho bajo las normas Mondongo del collage posmoderno. Acaso estas expresiones alejadas de los museos (siglo XIX) y entre lo urbano (siglo XX) y lo virtual (siglo XXI) nos estén presentando una nueva vanguardia: el Maradonismo. El manifiesto ya fue escrito: “La pelota no se mancha”. La pared y la red, sí, a full.