Maradona en foco: el arte de sacarle una foto a Dios
Un momento especial en la vida de los fotógrafos de este siglo y del que pasó ha sido cuando tuvieron del otro lado del lente a Diego Armando Maradona. Retratarlo en la cancha o en la vida, rozar su ángel, capturar su esencia o inmortalizar hechos históricos o sobrenaturales ha sido para muchos un privilegio o una suerte. A veces, también, un martirio de guardias eternas y cercos insalvables. Ha valido la pena.
Ricardo Alfieri es quizá uno de esos pocos que pueden decir que fueron fotógrafos personales de Diego Maradona, y eso es una categoría aparte en el fotoperiodismo argentino. "Cuarenta años de fotos. Empecé a fotografiar para Gente y El Gráfico en 1970. Él empezó a destacarse en 1976, cuando debutó en primera en Argentinos Juniors a los 15 años. Yo era diez años mayor que él y tuvimos una gran relación. Hasta el año 90 era como el fotógrafo familiar: cumpleaños de las nenas, bautismo de los sobrinos, reuniones en su casa. Le hacíamos los álbumes familiares", recuerda. Llegó a tenerle tanta confianza que podía seguirlo hasta la ducha. "Iba a la casa y tomaba mate con Claudia. Cuando nació Dalma, por meses nadie la había visto ni en fotos. Yo le había hecho fotos hasta bañándola o cambiándole los pañales", recuerda. Le ofrecieron una fortuna por una de esas imágenes, el equivalente a uno o dos departamentos, pero Diego fue muy claro cuando le fue a pedir permiso: él no ganaba plata con la hija, sino jugado a la pelota. "Va a ser muy difícil igualarlo. Salía siempre bien, divertido, con chispa, humor. Baila bien, canta bien, juega al fútbol... Le ibas a hacer una nota y agarraba una naranja y se ponía a hacer jueguito. Agarraba una pelota de rugby y la tenía cinco minutos en la cabeza. Primero, tenías que ganarte su confianza", recuerda. Difícil para Alfieri elegir una sola imagen de Diego de su cosecha, pero una que salió en El Gráfico lo emociona. "Yo lo fotografié con la copa del mundo, pero la que más me gusta es una de un entrenamiento en Argentinos Juniors, a los tres o cuatro meses de haber empezado a jugar en primera, todo embarrado: es el fútbol, el atorrante, el deportista, el crack, la figura... el potrero. Comenzaba su historia en el fútbol. Cuando saqué esa foto no imaginaba lo que vendría después".
Por esa época, 1979, también lo retrató Aldo Sessa, y fue de carambola. "En un avión camino a Los Ángeles. Me hice un esguince justo antes de subir al avión cuando fui a ver si ya habían despachado las obras que iba a exponer. Subí último, en sillas de ruedas y estaba la Selección Juvenil, y uno de los técnicos me metió el pie en un balde con hielo y así viajé toda la noche. Casi al llegar, desperté y mi tobillo estaba perfecto, así que salí por el pasillo y saqué varias fotos a los jugadores. Entre ellos, a Maradona", cuenta. Diego todavía no era el ídolo, sino un chico que le pregunta algo al fotógrafo con su mirada, tierno y asustado. "En diciembre pasado me había dicho que sí, que podría hacerle un retrato, pero no se pudo concretar", lamenta Sessa.
Eduardo Longoni tardó en admitir la paternidad de una imagen tan icónica que es patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes (y de la memoria colectiva): el instante decisivo que será recordado como la mano de Dios. "Yo no soy un fotógrafo deportivo. Mi fotografía tenía que ver con lo político y lo social, y nací a la fotografía en plena Dictadura –cuenta Longoni, mientras camina hacia el velorio del astro en Plaza de Mayo–. Pero un día me di cuenta de que esa foto tenía que ver con la realidad política. Maradona es la argentinidad al palo, la genialidad, la picardía, la rebeldía, el que se enfrentó al poder y el mejor jugador del mundo. Esa escena sintetiza eso: su enorme optimismo, al ir a saltar ante un arquero que le llevaba una cabeza y media en una jugada imposible. En una escena de fútbol se sintetiza una construcción intelectual sobre un personaje y sobre un país. Eso pasó ese mediodía del 22 de junio de 1986: un tipo que entra a una cancha siendo el mejor jugador del mundo y sale convertido en mito". En ese gesto esforzado de su cara, esa mano en suspenso, las costillas que se pueden contar, en ese vuelo titánico, heroico, cabe un país. Y Longoni, hasta entonces se ocupaba de eso, de registrar la historia argentina. Como todas en la era analógica de la fotografía, el autor descubrió la imagen en el cuarto oscuro: "La vi cuando revelé el rollo en las entrañas del Estadio Azteca, pensando que tendría algo de esa escena y no sabía cómo había sido el gol. Estábamos muy cerca, a unos ocho metros, pero en el instante en que sacabas la foto te quedabas a ciegas, porque se levantaba el espejo. La colección completa de fotos de cualquier fotógrafo de entonces son los instantes en los que no vio".
Entre las más cercanas en el tiempo es la imagen epifánica que registró Santiago Filipuzzi, fotorreportero de LA NACION. Propiamente, una crucifixión que bien podría haber pintado Caravaggio y a la vez un instante suprasensible en el último Mundial de Fútbol en Rusia. "Era un partido con mucha tensión, porque si Argentina perdía ante Nigeria quedaba eliminada en la primera ronda", dice Filipuzzi en audios emocionados mientras cubre el adiós al ídolo. "Estábamos con Aníbal Greco cada uno en un corner, y yo de casualidad tenía un lente muy largo, un 600. Estaba de espaldas al ataque argentino –continúa–, haciendo fotos del público, con esos rayos de luz que se filtraban. Dos minutos antes de que salieran los equipos, a los fotógrafos nos llevaban a un corralito cuando de pronto el estadio se vino abajo: Maradoooo, Maradooo. Los fotógrafos lo empezamos a buscar y lo vimos en el extremo opuesto... y lo iluminó Dios. El rayo atravesó toda la cancha y se depositó en él: por eso él mira al cielo y en los videos se ve que agradece a Dios. Pienso que tuvo un contacto. Extendió los brazos y nos volvimos locos. Muy conmovedor. Esa energía se transmitió al estadio y a los jugadores: ganamos. Fue lo más emocionante de todo lo que ocurrió en ese Mundial. Mi primer Mundial y semejante foto. Tal vez sea una de las mejores que haya hecho y que haga alguna vez".
También es algo mística la imagen que logró María Eugenia Cerutti en su trabajo como fotógrafa de Presidencia cuando Maradona estuvo de visita en diciembre pasado. Pareciera que sostiene entre sus manos una pelota invisible. "Está en el balcón de Perón y se mira las manos en un gesto muy significativo. No es la imagen planificada, ni la que quería dar de sí mismo, sino un instante, una búsqueda", dice Cerutti.
"Como reportero gráfico apasionado, cuando nos tocaba cubrir a Maradona éramos tantos y hacíamos tantas fotos que la pregunta era ¿me tocará hacer una buena? ¿haré algo distinto? Porque de golpe daba un salto y podía quedarte de espaldas", recuerda Fredy Heer, histórico fotógrafo que trajinó todas las redacciones, autor de una postal maradoniana hermosa. "Un día de 1995 me quedo conversando con un colega de Clarín cuando se fueron todos del predio de la AFA, y el aguatero le tira la botella de agua y Diego salta, la lengua afuera y patea... todo era fútbol para él. Tenía un halo especial. Él jugaba con la pelota y la pelota lo seguía a él cuando hacía jueguitos con los hombros y la cabeza".
"Era difícil hacerle fotos. Se movía lejos del resto, entrenaba aparte, lo seguía un séquito. No era fácil llegar a él, siempre tenía un entorno que lo rodeaba", dice Jorge Quiroga, que elige de todas las que le hizo a lo largo de las décadas un momento de distensión en un entrenamiento en Ezeiza, en 1989. Daniel Merle rescata de su archivo una foto hecha para una entrevista de LNRevista en 1979, donde Maradona luce su mejor semblante altanero. "La nota había sido adentro de un bar. Rafael Calviño había dicho antes que cuando no sabía qué hacer con un personaje lo ponía contra una pared y le sacaba una foto. Propuse eso y Diego accedió de mala gana", recuerda.
David Sisso tuvo teléfono móvil por primera vez en 1999, cuando estaba de guardia esperando que lo llamaran para ir a hacer una nota de tapa con Maradona para la revista Rolling Stone. "Sabíamos que la íbamos a hacer en algún momento, pero no sabíamos cuándo. Sonó el teléfono y nos dijeron es hoy, en tal lugar. Fuimos con Enrico Fantoni y Claudio Larrea, que llevaba una bata que le dieron prestada de Versace. "Sufrí toda la entrevista porque Maradona quería quedársela", recuerda Larrea. "Hicimos una foto cenital con Diego de ojos cerrados, y siempre bromeamos con que no queríamos usarla nunca. Era un personaje magnético. Todos teníamos esa sensación de cuánto va a resistir... vivía en riesgo. Pasaron veinte años".
Alejandra López vivió algo parecido: dos días encerrada en una habitación de hotel en La Habana esperando el llamado que anunciara que Maradona estaba listo para ser fotografiado. Cuando por fin llegó el momento... era de noche. "No podía volver de Cuba con una foto en interiores", recuerda López, que entonces, en septiembre de 2000, trabajaba para Clarín. Finalmente, el retrato se hizo al día siguiente, un día lluvioso en el que la corte que lo rodeaba lo distraía mucho. López es una de las mejores retratistas locales: "Me resultaba muy difícil lograr esa conexión, sacarle el cassette, las dos caras que ponía siempre en todas las fotos. Pero hubo un momento en que sí, sentí esa intimidad. Amoroso, caballero, galante, cálido, divertido", recuerda.
Dani Yako es el autor de una de esas fotos tan famosas que podrían volverse estampita: Maradona triunfal segundos después del gol más lindo de la historia del fútbol, el puño en alto, la sonrisa llena, el rival derrotado de espaldas, sentado en el pasto, agarrándose la cabeza. "Después del mundial le regalé un juego de fotos a la familia. Muchos años después, ellos hicieron copias ampliadas, las enmarcaron y las firmó Maradona para vender, sin decir quién era el autor. Hubo una mediación y acordamos un monto. Le dije: la obra de arte es tuya, pero la foto es mía. Ahora circula tanto que es imposible de controlar", cuenta.
Gabriel Rocca hizo el retrato preferido de Maradona, ese que usó para la apertura de su programa, La noche del Diez, y que mandó a estampar en sillones, corbatas y cuadernos. "La hicimos en su casa, en Devoto, para la revista D-Mode. Posaron los cuatro. En ese momento lo estaban besando las dos hijas, pero en el laboratorio las oscurecimos y dejamos sólo a él", cuenta. Es una imagen posada, de una profunda intimidad. "Este retrato dio la vuelta al mundo. Yo lo tengo colgado en mi casa. Tiene el estímulo del beso de sus hijas, en su casa, sin gente que lo acosaba, en un momento relajado. Me gusta generar esa conexión y por eso esa mirada la sigo mirando hasta hoy. Pienso todo lo que ha visto, lo que le ha tocado vivir: entrar en su mirada fue muy especial. Mira la vida".