Manuscrito. Una carpeta uruguaya llena de recuerdos
La superioridad estética de las hojas Tabaré, una caligrafía ejemplar y recortes de la música uruguaya. Eso rescató del fuego, en Montevideo, el fotógrafo Martín Bonetto
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Que sus amigos sonrían cuando lo vean llegar. Eso le deseaba Roberto Fontanarrosa a su hijo. Me fascina esa frase por la ternura y sabiduría que encierra. Y si la recuerdo ahora es porque eso es exactamente lo que me pasa cada vez que lo veo llegar a Martín Bonetto. Nos pasa, creo, a todos los que lo conocemos. Entre otras cosas, porque siempre ostenta una sonrisa contagiosa. No puedo precisar cuando fue la primera vez que lo vi, pero pasaron -al menos- 20 años. Lo que sí recuerdo son los viajes que compartimos a las primeras ediciones del Cosquín Rock. Especialmente la excursión a Carlos Paz con ese contingente de enviados especiales, que incluyó un concierto de Charly García, un encuentro en el VIP con Rubén Juárez, una foto grupal con las primeras luces del alba en el reloj cucú y un encuentro con el doble de Charly. Juventud, divino tesoro.
Martín es un fotógrafo talentosísimo y carismático. Trabaja en el diario Clarín, y en paralelo desarrolló una obra personal vinculado al rock, no sólo logrando retratos increíbles en lugares insólitos, sino construyendo un vínculo profundo con los músicos. Como prueba está Fotorragia, el libro de “sexo, droga, rock & roll, familia y amigos” que publicó en 2012. En el prólogo, Adrián Dárgelos, cantante de Babasónicos, escribió: ”Ver perlas en los charcos del under no es común y estar en tres lados a la vez tampoco. Desde hace mucho que Martín esta ahí, y nos observa”.
Martín nació en Olavarría, creció en La Plata, editó un disco en el que no solo cantó, sino que tocó todos los instrumentos (San Martan, 2007), y en conmemoración del Día Nacional por la Memoria por la Verdad y la Justicia, en 2021, se sacó una selfie (sin sonrisa) junto a su hermana y el esqueleto de su papá, Roberto, detenido-desaparecido durante la última dictadura militar. Fue en 1977, cuando Martín tenía un año y medio. Recién en 2010, gracias al Equipo Nacional de Antropología Forense, supo que los restos de su padre estaban en una fosa común del Cementerio de Avellaneda. De los de su madre, todavía no se sabe nada. Se me hace un nudo en la garganta mientras escribo estas líneas. Por eso, su sonrisa, esa de la que les hablaba al comienzo del texto, es más que significativa.
En la última edición de Lollapalooza, antes de que empiece el show de Bizarrap, sentí que me llamaban desde el mangrullo. Era Bonetto, y estaba con algunos colegas. Pensé que necesitaba algo, y me acerqué. Pero, lo único que quería era que lo mire, para poder sacarme una foto, que luego me envió por correo. La atesoro porque no todos los días uno se da el lujo de ser retratado por uno de los mejores fotógrafos del país. Pero, además, por la belleza del gesto.
Hace unos días, me escribió para contarme que había viajado con su amigo Diegote a Montevideo para cubrir el show de Babasónicos en el Teatro de Verano y terminaron comiendo un asado en el barrio de Lavalleja. Para hacer el fuego, usaban viejos cuadernos y carpetas escolares. De esa pila de papeles, rescató una carpeta de música de La Choli, la dueña de casa, de cuando estaba en tercer año, a mediados de los años 70. Y me la regaló. Es una pieza de arqueología, valiosa por varias razones. Para empezar, por la prolijidad y la caligrafía de esa muchachita. Luego, la temática: un abanico amplio de estilos, desde la ópera hasta la música afro-uruguaya y un apartado especial dedicado al compositor Eduardo Fabini (1883-1950). Además, claro, de varios recortes periodísticos, entre ellos “Montevideo y su música”, de la prestigiosa escritora Gladys Cancela, ilustrado con una pintura de Pedro Figari. Y finalmente, la superioridad estética de las hojas Tabaré, esas que me remiten a Anina Yatay Salas, la niña capicúa, que primero fue libro (de Sergio López Suarez) y luego un film de animación, dirigido por Alfredo Soderguit, entrañable como este cuaderno. Y como la sonrisa de mi amigo, Martín Bonetto.
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