Manuscrito. Strassera entre Wagner y Videla
En la memoria, la imagen del exfiscal sentado en un palco del Teatro Colón, trae el recuerdo de una versión de “El anillo del Nibelungo”, en 2012, que dio que hablar toda la temporada
- 4 minutos de lectura'
Al comienzo de la película Argentina 1985, se ve en dos oportunidades al fiscal Julio César Strassera, encarnado por Ricardo Darín, en su casa, escuchando música de Wagner. En mi memoria, hay una tercera escena donde veo al exfiscal, en silencio, sentado en un palco del Teatro Colón, acompañado por Maximiliano Gregorio-Cernadas, Cecilia Scalisi, y Eugenio Zanetti. Música de fondo: la tetralogía wagneriana. Fui testigo de ese hecho: estaba ubicado al lado del hombre que pronunció el alegato más importante de la historia argentina.
La tarde del 27 de noviembre de 2012, el Teatro Colón ofreció el estreno mundial de El anillo del Nibelungo, de Richard Wagner, en una versión condensada de siete horas cuyo título era Colón Ring: una profanación para los wagnerianos. Pero la propuesta y la justificación de los cortes provenían de Katharina Wagner (K. W.), bisnieta del compositor y directora del Festival de Bayreuth: nadie con más derechos sobre la obra de su antepasado. Además, K. W. iba a ser la directora de la puesta, de la que se habría de grabar un documental en video. Hubo desacuerdos y K. W. se retiró del proyecto un mes antes del estreno. En cuatro semanas, la directora de escena argentina Valentina Carrasco, miembro de la Furia del Baus, montó la tetralogía condensada en una “traducción escénica” vinculada con la última dictadura militar.
Voy a emplear una crónica mía, “Ovaciones y abucheos” del 30 de noviembre de 2012 como ayuda memoria, así como utilizaré el excelente artículo de Maximiliano Gregorio-Cernadas, “La valentía de acusar a Wotan”, del 4 de marzo de 2015.
Strassera, aquel martes de 2012, contó que se había iniciado en el género lírico con Wagner. Entre sus amigos de adolescencia, estaba Roberto Oswald, el futuro régisseur argentino, que organizaba reuniones donde se escuchaban grabaciones, por ejemplo, de Tristán e Isolda. El mismo Oswald oficiaba de traductor de la letra. Strassera se entusiasmó con el idioma alemán, lo aprendió y llegó a leer libretos wagnerianos. Eso le permitió señalarnos en los intervalos de Colón Ring los fragmentos de la obra completa que el arreglador Cord Garben había levantado. La opinión del jurista fue: “La síntesis está bien hecha. Faltan muchas partes, pero las eliminaron con buen criterio”. La dirección musical y las voces le habían parecido espléndidas.
La puesta era un asunto muy distinto. Aparecían mujeres con pañuelos atados a la cabeza como los de las Madres de Plaza de Mayo. En los funerales de Sigfrido, se proyectaban imágenes de líderes como “Che” Guevara. Los nibelungos eran torturadores, etcétera.
Gregorio-Cernadas señala en la nota ya mencionada que el exfiscal había hecho “una interpretación muy original” de la puesta. [A Strassera] “… le había disgustado que la ‘versión argentina’ hubiese representado a Wotan como Videla, a las valquirias como comandos carapintadas y al oro del Rin como la vida de los niños robados. […]; le parecía que la truculenta historia concebida por Wagner no bastaba para ser asimilada al horror que él había llegado a ver cara a cara y que había llevado con éxito ante la justicia”.
Mi única discrepancia con Gregorio-Cernadas es que la interpretación de Strassera no fue “muy original”. La compartieron centenares de espectadores que la expresaron abucheando; y quedó registrada en el video de Colón Ring (se puede ver en YouTube). Una ovación de pie premió con justicia a los cantantes, a la orquesta y al director; la ovación devino abucheo atronador apenas apareció Valentina Carrasco para el saludo final. Strassera no abucheó y habló sobre la mise en scène con mesura y filoso sentido crítico. El “Loco”, así lo llamaban, sólo lo era cuando había que serlo.