Manuscrito. Sobre los diarios (digamos) íntimos
“Ningún escritor en el planeta Tierra, ni el más cándido, ni el más bobo, ni el más puro, escribe un diario sin pensar que tal vez algún día se publique. Ninguno. Ni un diario ni la lista de la compra”, anota Milena Busquets el 16 de abril de 2021 en Las palabras justas (Anagrama). No es que la catalana esté iluminando con esto un asunto velado; pacto de ingenuidad mediante, la sospecha de que esas bitácoras son hechas para ser leídas es frecuente (más si se trata de un autor vivo), sin embargo, la declaración sin vacilaciones podría tomarse como un honesto sincericidio: ella misma blanquea el asunto en su propio diario (digamos) íntimo.
Como gran excepción a esta regla viene a la mente de inmediato el caso de Katherine Mansfield (1888-1923), seguramente porque la a esta altura indispensable editorial Chai publicó recientemente Diarios y porque otra sabrosa “novedad” de la consagrada autora del modernismo inglés trajo Eterna Cadencia el mes pasado: Sopa de ciruela. Sin embargo, es a mi viejo ejemplar de hojas amarillentas al que vuelvo para recuperar del prólogo lo que varias veces se investigó después.
Tras la muerte de Mansfield de tuberculosis, a los 34 años, en Francia, su esposo, John Middleton Murry, publicó una colección de relatos inconclusos, cuadernos de todos los tamaños, manuscritos, cartas, apuntes. Lo hizo aun cuando su mujer había expresado en su testamento la voluntad de que “publicara lo menos posible y que rompiera y quemara todo lo posible: deseo dejar la menor cantidad de rastros de mi campamento”. Al revés de aquel anhelo, aquí estamos desde hace décadas leyendo y hablando de sus diarios, factura de un marido que con una discutida ética compiló y editó a piacere, tal vez tomando como atenuante para su patchwork la nota en la que días antes de morir Mansfield le decía: “Te dejo todos mis manuscritos para que hagas lo que quieras. Revísalos, mi amor querido, y destruye todo lo que no uses”.
Así que en 1927 salió el Diario y aquel “campamento” quedó a la vista sin reparos. Pero yendo al grano, en la prehistoria de esta cuestión una línea ya adhería al pensamiento de Busquets un siglo más tarde. El 15 de septiembre de 1920, escribe la neozelandesa: “He empezado el libro de mi diario. Quiero ofrecérselo a Methuen para que esté terminado esta Navidad. Tiene que ser muy especial, sincero a morir”. Y tres semanas más tarde: “El Diario… lo he abandonado por completo. No me atrevo a llevar un diario. Tendría que estar tratando todo el tiempo de decir la verdad”.
Como lectora preferí siempre los diarios de los no escritores: el de Nijinsky que escapó a la mano censora de Rómola (leer la primera versión, en la que la esposa limpió cuanto no le interesaba que se conociera, eso no es leer el diario del genio loco), el de Kurt Cobain, el de Marilyn Monroe. Mis favoritos son los que incluyen la reproducción facsimilar del manuscrito para, además de leer ideas y sentimientos, poder ver el trazo, los borrones y cuentas nuevas. Manuscritos: de eso hablamos aquí, a veces metafóricamente y otras, de manera tan literal.
"Busquets habla de enamorarse; de la elegancia, de escribir; de sus hijos, de la madre y de los muertos, claro"
Adrede o sin querer, poco importa ya, el libro de Busquets es testigo del año que salimos de la pandemia. Con el barbijo puesto, hay días en los que va como una dama veneciana en Carnaval. Habla de enamorarse (de hombres, de ciudades). De la elegancia, de escribir. El psiquiatra, los lectores, la florista, Carmen (la mujer que trabaja en su casa). Sobre consumir o ahorrar, y por ende de tarjetas de crédito (aunque no solo compra con fervor lo concreto, sino lo abstracto: los viernes, caprichos). De sus hijos, Noé y Héctor; de la madre y de los muertos, claro. Entran y salen Proust, Chejov, Gala y Dalí. Houellebecq. A veces hace más de una entrada por jornada. Otras, una oración o dos son suficientes. Demuestra que en este ejemplar el orden de las acciones es “pensar, hablar, escribir” aunque diga que prefiere otro. Y se vuelve a confesar: “En un escritor la modestia es siempre siempre siempre falsa modestia”.