Manuscrito: Pete Maverick Mitchell, al rescate de las salas de cine
Hollywood sabe que está en problemas cuando sus mayores estrellas de cine no salen solo a promocionar su última película sino a plantearlas como un argumento para la supervivencia del medio que los ha depositado en el Olimpo: ir al cine. Por supuesto que, con el diario del lunes, la apuesta de Tom Cruise funcionó: al término de los casi tres años que esperó Top: Gun Maverick por el regreso del público a las salas tras la pandemia (su fecha de estreno original en los Estados Unidos era el 12 de julio de 2019), la película es la más vista hoy por hoy alrededor del globo, incluyendo la Argentina, y la espectacularidad de sus escenas de acción aérea es argumento suficiente para responder a quienes amagan sentarse a esperar su estreno en alguna de las novecientas plataformas de streaming a las que estamos suscriptos con un simple: pfffffftttttt. “La tenés que ver en el cine”, decimos, y por supuesto es así.
Sin importar qué tipo de películas nos gusten, hay una gramática de las imágenes que difícilmente pueda aprenderse sin una asistencia considerable frente al “pizarrón” de la pantalla grande. La formación de nuevas generaciones de espectadores -una cuestión de vida o muerte para la subsistencia del cine, en la forma que sea que adquiera en el futuro- es un asunto muy concreto: sin ir más lejos, la caída del número de copias subtituladas de películas en la Argentina es espejo de dificultades fuera de la oscuridad de la platea. Poder ver películas subtituladas solía ser todo un rito de pasaje: se abandonaban las constricciones y seguridades del idioma materno y se abría, literalmente, el mundo ante nuestros ojos.
Es tan preocupante la caída de la taquilla local -la confirmación de que los adultos no han vuelto al cine tras la pandemia en la misma proporción en la que han regresado al teatro o a los recitales, a la experiencia “en vivo”- como evidente que los títulos que podrían atraerlos a las salas se programan con alarmante irregularidad. Y cuando lo hacen, la venta de localidades parece confirmar el “síndrome Pete Maverick Mitchell”: no es el avión, es el piloto, como memorablemente se afirmaba en la película original. Quizá el operativo retorno a las salas deba analizar la variedad de puntos de vista que podemos descubrir en las pantallas locales. Sean habitantes de Smalltown, USA; Burdeos, Seúl o Las Flores, la identificación corre en ambas direcciones.
Los cines bien pueden terminar siendo una suerte de Circo Máximo, donde solo a partir de una cota de espectacularidad visual o gigantismo narrativo en las historias se justifique proyectarlas en una sala, relegando todo el resto a los hogares o a los celulares. Que los espectadores sientan que solo puedan mirarse en el espejo de la pantalla grande como víctimas sacrificiales o, en el mejor de los casos, héroes anónimos. Es un hecho que películas como Top Gun: Maverick o Doctor Strange en el multiverso de la locura siempre han existido y seguirán asombrándonos: Wings, de Wiliam Wellman -otra película centrada en intrépidos pilotos, en ese caso de la Primera Guerra Mundial- ganó el primer Oscar a la mejor película hace casi cien años, en 1928.
No hemos llegado aún a una situación apocalíptica, y por supuesto que no puede soslayarse el hecho de que a una gran cantidad de títulos valiosos (y no tanto, ¿por qué no? ) se les haría difícil reunirse con su público si no fuera por la voracidad del streaming por engrosar sus catálogos, que ofrecen además estrenos simultáneos con el resto del planeta. Hablar de películas es casi tan importante como ver películas, y las redes sociales permiten expandir esa conversación idealmente fructífera -y los inevitables spoilers- solo si sabemos de lo que estamos hablando.
En un imprescindible ensayo publicado esta semana en The New York Times, A. O. Scott se preguntaba si las películas de Hollywood son en realidad tan liberales como afirman serlo sus estrellas. Por el camino, deslizaba que, sean cuales sean sus realidades, son sus mitos los que aún necesitamos, especialmente aquellos que encuentran la forma de resolver conflictos y fabricar consensos a la altura de su desenlace, consensos que no existen en la sociedad norteamericana (y por extrapolación, el mundo) y que estas ficciones se encargan de presentar como posibles, “deslizándose suavemente sobre una tierra arrasada”, dice el crítico. “Siempre hemos sabido que las películas no son reales -nos gusta insistir que mirar cine es una forma de soñar despiertos-. Y esa es una de las razones por las que las amamos tanto”. Vale la pena recordarlo.