Manuscrito: Nora Ephron, necesito tu ayuda
Harry Albright le pide a Sally Burns que le cuente la historia de su vida para amenizar las 18 horas de manejo que los llevarán de Chicago a Nueva York. Ella le dice que la historia de su vida terminaría de contarse antes de salir de la ciudad, que para eso se muda a Nueva York a estudiar periodismo. Él la mira, escupe por la ventana la semilla de una uva, y repregunta: “¿Para qué? ¿Para escribir sobre lo que le pasa a otros? ¿Y si nunca te pasa nada allá tampoco? ¿Si vivís en Nueva York toda tu vida, nunca conocés a nadie y no llegás a hacer nada importante y finalmente morís una de esas muertes típicamente neoyorquinas en la que nadie se da cuenta hasta que dos semanas después llega el olor hasta el pasillo del edificio?”
En la docena de veces que he visto Cuando Harry conoció a Sally jamás me había detenido en este oscurísimo monólogo de la secuencia inicial de este clásico de la comedia romántica. Ahora apareció en el catálogo de Amazon Prime Video gracias a su adquisición de Metro-Goldwyn-Mayer, justo a tiempo para que su autora, Nora Ephron, pueda volver a salvarme la vida. Ya he recurrido a ella para descubrir cómo formular ideas acerca de “la vida moderna” que suelen ser difíciles de plasmar sin caer en la autovictimización o, peor, la autoparodia. Por no mencionar el placer que garantizan sus películas -escasas por estos días en las plataformas, y siempre desparejas- incluso más allá del efectivo romance: un punto de vista en acción.
Ephron escribía sobre el desagrado que le provocaba su cuello (suerte de retrato de Dorian Gray de los sentimientos que las mujeres logramos camuflar), su obsesión con su departamento (el subibaja de la autoestima inmobiliaria compartido con otra habitual presencia en estas líneas, Fran Lebowitz) o de su doloroso divorcio de Carl Bernstein (en Se acabó el pastel, lastimosa traducción de Heartburn), con el desdén por la opinión y los sentimientos ajenos que muchos quisiéramos exhibir. Pero no somos Nora Ephron, quien nos dejó con nuestras limitaciones hace justo diez años.
Como consuelo, una lectura cercana de la obra de Nora Ephron -algo imposible en castellano- deja en claro que ni siquiera Nora Ephron era capaz de ser “Nora Ephron” todo el tiempo. De ahí la respuesta de Sally Albright a la parrafada nihilista acerca del propósito del periodismo y todo lo demás: “Me comentó Amanda que tenías un lado oscuro”. Ephron, que como Sally fue periodista en Nueva York, tenía un lado oscuro como Harry y también se preguntaba si algo, incluido el romance, tenía sentido (en definitiva me refiero, tras esas dos semanas en las que la noticia llega hasta el pasillo del edificio).
En el documental que su hijo Max Bernstein rodó poco tiempo después de su muerte, Everything is Copy (disponible en HBO Max), sus amigos y familiares tratan de explicarse por qué su madre decidió no contar que tenía leucemia. La vida de Ephron había sido hasta entonces una mina de oro. Ni había parpadeado a la hora de tomar los momentos más difíciles de su vida y sus emociones menos “perdonables” y transformarlas en literatura, ¿por qué no la muerte? Su silencio está en directa contraposición al lema de la madre de Nora que da título al documental, al que la hija mayor adhirió con convicción. Según aquel, todo era pasible de ser “reescrito” para la página o la pantalla, ordenando el dolor y el caos: cada fracaso o decepción, cada ataue de celos o mentira, cada romance comenzado y terminado, todo podía adquirir sentido, hasta el alcoholismo y la violencia de sus padres (en No nos dejes colgadas, escrito con su hermana Delia, Henry Ephron es un monstruo desdentado en el cuerpo de Walter Matthau).
Ese gesto, aunque se considere egoísmo, tiene todo el sentido dramático del mundo. Ephron -a diferencia de su Sally Albright- decidió un día dejar de contar lo que pasaba en las vidas de otros y comenzó a narrar la propia. Esa propuesta incluye donde escribir un punto final.
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