Manuscrito: Mudarse al Arconia
No es necesario insistir demasiado, entiendo: la idea de mudarse, al menos por media hora, a una versión idealizada de Nueva York (ya de por sí la versión idealizada de la Gran Metrópolis) es por lo menos apetecible, sobre todo en fines de semana como éste, en el que la actualidad política y económica, cual editor vitriólico, nos da de baja media docena de ideas de columnas, ya sea por riesgosas, contraproducentes o sordas ante la alarma general en la que nos encontramos. Lejos de hacer las cosas más díficiles, optamos entonces por ofrecer el bálsamo televisivo de una recomendación a prueba, incluso, de críticos: Only Murders in the Building. Si la serie de Star+ tiene un defecto es la extensión de su título, que sin embargo reproduciremos de forma completa en este espacio una y otra vez, a la espera de que se grabe en las mentes de los beneméritos lectores.
Es prácticamente imposible no caer rendido ante el encanto de la serie, pero algún contexto es necesario para poder entrar en sincronía con la historia de tres vecinos del consorcio de un ilustre edificio de Manhattan repleto de secretos y algo venido a menos, exactamente como ellos. El edificio ficticio, que ocupa una manzana completa en el Upper West Side, se llama Arconia, pero su personalidad no es una creación de Hollywood sino todo lo contrario: el Belnord estaba esperando la historia apropiada para brillar con todos sus excesos. El Arconia de la serie es un consorcio en el que puede esperarse que ocurra más de un homicidio, que algunos de los asesinatos arranquen exclamaciones de justicia poética de los testigos y que los sospechosos de haber cometido dichos crímenes sean vecinos de las víctimas. Un consorcio como cualquier otro, entonces.
La serie comienza con un asesinato que reunirá a los tres protagonistas, que tienen en común el domicilio y su fanatismo por los podcast policiales: Steve Martin –también creador de la ficción junto a John Hoffman– es Charles Haden Savage, una estrella televisiva jubilada a la fuerza de un policial mediocre, Brazzos; Martin Short es Oliver Putnam, veterano de mil fracasos como extravagante director teatral, y Selena Gomez es Mabel Mora, la seca artista millenial inmune al encanto algo gagá de los dos primeros.
Pero es el cómo investigan, aportando sus individualidades y sus rídiculas inferencias, y no tanto el qué pasó (ni hablar de ¿quién lo mató?) lo que provee el mayor disfrute. Fanáticos del humor romántico y absurdo de Martin en films como L. A. Story, Roxanne o Bowfinger no necesitan ser convencidos con estas líneas, pero para el resto, basta decir que es hora de que sucumban al encanto de mudarse al Arconia y suspendan todo tipo de lógica, más que la de los hermanos Marx.
Si aún no se han convencido, Only Murders in the Building tiene además a Tina Fey como némesis del trío, gags recurrentes como “Sting es nuestro sospechoso más claro” (sí, también vive en el Arconia y es “sujeto de interés” de la investigación; en la segunda temporada, le subalquila el penthouse a Amy Schumer, una clara devaluación), maravillosas imágenes de Nueva York en otoño y un célebre elenco rotativo de propietarios, proveedores, amantes y visitantes dedicados a perseguir sus placeres y ejercitar sus odios con igual brío entre sus cuatro paredes. Una verdadera comedia humana en los confines de esa manzana de la Gran Manzana.
Only Murders in the Building -para quienes requieran sustancia en sus divertimentos- tiene también cosas para decir acerca de las segundas oportunidades en la vida, sobre la inocencia y la madurez, sobre los pecados de los padres revisitados en los hijos, sobre el juego de espejos entre la fama y el arte, mientras nos hace reír diez veces por minuto. La mecánica del mundo real, puertas afuera del Arconia, es apenas un recuerdo. Sintonice la semana próxima.
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