La geometría del amor
En aquella pieza de antología que es el prólogo a Operación masacre, Rodolfo Walsh narra el momento en que es sorprendido por los disparos del levantamiento peronista del General Juan José Valle del 9 de junio de 1956. Walsh, por aquel tiempo traductor y escritor de cuentos policiales, está jugando al ajedrez en un bar de la ciudad de La Plata y los ruidos lo distraen (la agitación social y política lo distraen). Escribe: “Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela ‘seria’ que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo”.
"Péret escribe en 1955, después de dos guerras mundiales, a favor de lo que él llama un “amor sublime”, que implica un reencuentro entre los seres humanos en la devoción espiritual y en la pasión carnal, como vía para colmar el vacío que ha dejado tras de sí la idea de la muerte de Dios y la regresión de las religiones en las sociedades laicas"
Imposibilitados de escribir una sola línea de la obra de Walsh, nada nos impide formularnos preguntas parecidas, más no sea para aislarnos por un rato de una realidad agobiante. ¿Podemos volver a los libros, a la literatura? Podemos. Leo, últimamente, de forma desordenada pero con fortuna. De un encuentro con María Gainza, la autora de El nervio óptico y La luz negra, me traigo sus poemas titulados Un imperio por otro. Textos leves, de lazos familiares y contactos fugaces con la naturaleza y la enfermedad. Leo una breve novela, contundente y atípica: Sobre un campeón póstumo, de Leonardo Sabbatella. Releo, veinte años después de su primera edición, un relato distópico que tiene demasiados lazos con nuestra actualidad: Plop, de Rafael Pinedo. Leo Un verdor terrible, apasionante ficción científica de Benjamín Labatut, empujado por la curiosidad que despierta su último libro, Maniac, desde su aparición en España algunas semanas atrás (habrá que tener paciencia: su llegada a la Argentina está prevista para abril del año que viene).
Como todo parece estar secretamente vinculado, empiezo a leer la reedición de El núcleo del cometa, ensayo del poeta surrealista francés Benjamin Péret (1899-1959) que, como Walsh, en su juventud trabajó de corrector de pruebas de imprenta y redactor de noticias policiales. Péret tuvo una vida relativamente corta que no le impidió vivir en México y Brasil, luchar en la Guerra Civil española, comandar el movimiento surrealista junto a André Breton y escribir relatos, poemas y ensayos. Entre ellos está El núcleo del cometa, que comienza con esta frase tan asertiva como necesaria: “El amor, incluso considerado en su aspecto más elemental, fue en todos los tiempos el eje de la vida humana. Y aún lo es, ya sea como fuente de exaltación y de lirismo, o sublimado en su máxima expresión hasta perder todo contacto directo con el hombre para adquirir una significación cósmica o adoptar un valor místico”.
Lo que sigue es una suerte de genealogía del amor, de la antigüedad al siglo XX. Péret escribe en 1955, después de dos guerras mundiales, a favor de lo que él llama un “amor sublime”, que implica un reencuentro entre los seres humanos en la devoción espiritual y en la pasión carnal, como vía para colmar el vacío que ha dejado tras de sí la idea de la muerte de Dios y la regresión de las religiones en las sociedades laicas. El “amor sublime”, para Péret, “implica el punto límite en que se opera la conjunción de todas las sublimaciones, el lugar geométrico donde la mente, la carne y el corazón acuden a fundirse en un diamante inalterable”. “De todos los sentimientos, el único que veo plenamente sagrado es el amor”, concluye.
No parece sencillo, en un mundo signado por la violencia, apostar por el regreso del amor. Tal vez por eso mismo valga la pena intentarlo.
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