Manuscrito: el barco de Teseo y Rebecca Solnit
Con ese efecto de retardo tan habitual en generaciones no curtidas en batirse a duelo constantemente, la polémica en Twitter sobre la paradoja de Teseo me vino a la mente leyendo un ensayo publicado esta semana por The New York Times en el que Rebecca Solnit (Bridgeport, 1961) argumentaba en particular por una revisión de la condena de Jarvis Masters –quien había abrazado el budismo y una nueva vida en sus cuatro décadas de prisión en San Quintín– pero en general en favor de que volvamos a creer en la capacidad de la gente de cambiar quién es. Quizá la relación entre ambos se establece porque la muerte de los seres queridos suele abrir un paréntesis lo suficientemente grande en nuestra rutina como para replantearnos muchas cosas, empezando por quiénes éramos antes y quiénes somos –o querríamos ser– a partir de ahora.
“¿Seguís siendo aquella persona que cometió ese error, sostuvo esa postura que ahora es considerada ignorante o cuestionable, la que lastimó a alguien años o décadas atrás? –se pregunta Solnit–. Quienes crecimos en el siglo pasado hemos cambiado radicalmente nuestra visión sobre el género, la sexualidad, el racismo y casi todos los grandes temas de actualidad. Pero seguimos hablándonos y tratándonos como si fuéramos apenas la suma de nuestros actos y creencias pasadas, sin que nada se haya agregado, suprimido o transformado por el camino”. El camino es un concepto fundamental en la obra de Solnit, quien es definida por The New York Times como ensayista política. La etiqueta funciona si entendemos la política en su sentido más filosófico, con el mismo ánimo esclarecedor de la autora en sus indagaciones, en las que el camino es una vía y un método y el caminar es tanto preguntar como encontrar.
“Algunas personas cambian tan dramáticamente a lo largo de su vida como larvas trocándose en mariposas; otros bien podrían estar tallados en granito, sus creencias y valores incólumes hasta el final de su existencia. En algunos casos, es el resultado de cambios sociales; en otros gracias a su propio esfuerzo”, explica Solnit, quien delimita para unos y otros un “río de cambio”, acaso siguiendo a Heráclito, por el que seremos arrastrados, lo querramos o no, en esta era de enormes transformaciones.
De allí la paradoja de Teseo, o en realidad de su barco (o la media de Locke). El ejercicio propone preguntarse si un objeto, luego de reemplazar una por una todas las partes que lo conforman, sigue siendo el mismo. Siguiendo la argumentación de Solnit, si trasladásemos la parábola de barcos a personas, ¿podríamos decir que somos las mismas personas que en la adolescencia o que éramos a los 30, 40 o 50 años? Probablemente no habrá polémica allí. Será que, a diferencia de los objetos –y aquí argumentaríamos con la permanente regeneración de las células, por ejemplo– ¿la naturaleza del ser humano es el cambio y no la permanencia? La respuesta, por supuesto, es lo de menos. Como toda gran pregunta, suele llevarnos por caminos impensados. Y estas reflexiones, de regreso a las andanzas reales y figuradas de Rebecca Solnit.
Célebre por la deconstrucción del mansplaining en Los hombres me explican cosas, Solnit es también autora de Una guía sobre el arte de perderse (ambas publicadas en castellano por Fiordo) y Wanderlust: una historia del caminar. A Solnit, a diferencia de la “otra” gran periodista de la Costa Oeste, Joan Didion, el rigor periodístico no le quita un ápice a su luminosidad esperanzada, que convive sin chirriar con un activismo político impensable en una generación previa como la de Didion, luminaria del Nuevo Periodismo.
“La esperanza es aceptación tanto de lo conocible como lo incognoscible, una alternativa ante las certezas de los optimistas y los pesimistas por igual”, dice Solnit en Esperanza en la oscuridad (Capitán Swing). Aceptar los cambios quizás es el primer paso.
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