Manuscrito: Correo exprés al Polo Norte
Querido Papá Noel:
Espero que esta carta te encuentre bien. Tal vez te resulte un poco extemporánea, porque tengo 40 años y recién estamos en julio, pero esto no puede esperar. O sea, sí, puede esperar, pero no tengo ganas ni paciencia para hacerlo. En un país como la Argentina, Navidad se me hace tan lejana como el siglo 35 o la colonización de Júpiter.
Es cierto, hace mucho descubrí que no sos real, que no existís, que sos los padres. Pero, en el tiempo que siguió a esa revelación dolorosa, la adultez misma se volvió un poco extemporánea: ahora la gente grande mira dibujos animados (perdón, le dicen “animación para adultos”), comprá historietas (“novelas gráficas”) y colecciona muñequitos (“figuras de acción”).
Por eso pensé en exhumarte ahora, desempolvar tu momia vendada con guirnaldas y pedirte un último favor. No creo que te moleste demasiado. Para mí siempre fuiste la más copada de las figuras omniscientes. El que venía a domicilio una vez al año con un regalo espectacular, como uno de esos tíos ausentes que buscan compensar con obsequios el desinterés por sus sobrinos. Durante un sexenio te rendí culto a la sombra del pino de plástico con el fervor de un devoto pagano. Hasta aquella tarde que, con siete años, descubrí a mi hermana mayor comprando la cámara de fotos que te había encargado.
En comparación, tu competencia era más rara, o mucho más demandante. Los reyes magos, con ese extraño fetiche por el calzado ajeno. Dios, al que debíamos honrar en misa los domingos, con el cansancio a cuestas de la semana que termina y el hastío de la que está por comenzar. O la Virgen de Luján, a quien se agradece con una maratón de 60 kilómetros hasta su Basílica (y yo que apenas puedo levantar estos pies planos, planísimos).
Para mí, siempre corriste con ventaja. Lo tuyo era más simple: apenas pedías una cartita y que fuésemos buenos durante el año. ¿Cómo me porté hasta ahora? No hay una respuesta sencilla a esa pregunta. O sea, sí, un poco ghosteé a esa chica de Bumble, pero a mí también me ghostearon eh. Varias veces. Además, soy vegetariano y separo los residuos en casa. En conclusión, los seres humanos somos criaturas complejas y nadie es ciento por ciento bueno o malo. La frase la saqué de un horóscopo, pero igual me parece sensata.
Redondeemos para arriba, supongamos que fui bueno. ¿Qué quiero de regalo? Los juguetes con los que soñaba en mi infancia, el helicóptero de Rambo o el Cubil Felino de los Thundercats, ya no alcanzan para conjurar el tipo de felicidad que anhelo en mi adultez. ¿Qué tal un departamento propio en un barrio más o menos decente de Buenos Aires? Nada especial, cuatro paredes, un techo, una puerta. Ni siquiera te pido una ventana. ¿Es mucho? ¿Y una doble ciudadanía? Un pasaporte extranjero para escaparme con los perros si el país vuelve a estallar en mil pedazos. ¿Amor y dinero? Esas cosas son jurisdicción de brujas y pais umbanda, no de señores del Polo Norte.
¿Y si solo te pido una certeza? Un indicio, por más diminuto o microscópico que sea, de que los padecimientos de la vida adulta eventualmente servirán para algo. Que los viajes tortuosos en transporte público, las intrigas de oficina o las noches que pasamos en vela por amores extraviados y amigos muertos podrán ser redimidos más adelante por algún tipo de epifanía, como esos tickets rosados que canjeaba en los fichines por premios más o menos inservibles. Que todo sucede por algo y que la vida no es tan absurda como una carta suplicante a un personaje ficticio.
Qué pesado, perdón. Ahora entiendo por qué me ghostean tanto. Pensándolo mejor, te acepto el helicóptero de Rambo.
Sin otro particular, te saludo atentamente.
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