Manuela Martínez: “Al lado del príncipe azul, todas las figuras masculinas se quedan cortas”
La autora, hija de Mercedes Morán y Oscar Martínez, publicó su primera novela, protagonizada por una adolescente que, con la ayuda del arte, intenta comprender el mundo de los adultos
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En su primera novela, Manuela Martínez (Buenos Aires, 1995) narra una historia de amor, duelo y aprendizaje protagonizada por una adolescente, Maite, hija de un deportista famoso y una psicóloga que se siente fascinada por Luis, la nueva pareja de su madre. “Esta es la historia de una muerte que me inventé. Empieza un día de sol y champagne al aire libre. Empieza cuando se destruye la idea de que existen los padres perfectos y las personas perfectas. Desaparecen los ídolos y los maestros”, se lee al inicio de esta “novela sobre padres” contada por Maite. Publicada por Ediciones B en la colección Cerca de la Verdad, El último hombre perfecto guarda afinidades con la historia de la autora.
Martínez, actriz además de escritora, cuenta que les dio a leer la novela a sus padres: la actriz Mercedes Morán y el actor y académico Oscar Martínez. “Siempre me aconsejaron en mi camino artístico y los dos me alentaron mucho a escribir”. Los “padres” de la novela (y también los novios) son caracterizados con ironía y ternura.
Estudiante de Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), se formó en los talleres literarios de Santiago Llach, Silvina Giaganti, Iosi Havilio y Gabriela Bejerman. Creó y dirigió la Revista Palta, ganó el concurso Historias Breves del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales con el cortometraje Instrucciones para Adela y colaboró en diferentes medios. Desde 2019, coordina talleres de escritura creativa. Como actriz, trabajó en la comedia Sueño Florianópolis, de Ana Katz (donde le tocó hacer de hija adolescente del personaje interpretado por su madre), y la emotiva Familia sumergida, de María Alché. Actualmente actúa en la obra de teatro Paraguay. “Tuvimos que hacer algunas pausas durante la pandemia, pero los viernes de agosto volvemos y espero que sea para quedarnos”.
-¿Cuánto tiempo te llevó escribir la novela?
-Tardé entre dos y tres años. Primero acumulé textos sueltos, sin pensar en una novela, y los fui llevando al taller de Santiago Llach. Después me di cuenta de que los temas que daban vueltas eran siempre los mismos: la paternidad, el arte, el amor, la adultez. Había algo fundamental alrededor de los vínculos familiares: ¿dónde empieza y dónde termina una familia? ¿Cuánto hay de amor y cuánto de voluntad? ¿Cuál es la fuerza que sostiene los vínculos? A partir de ahí, cuando ya tenía bastante material, me senté a ordenarlo en función de ese tema. En ese proceso sentí que ya no me servía tanto trabajarlo en taller, porque quería ver cómo funcionaba como unidad, y entonces le escribí a Magalí Etchebarne para trabajarlo con ella de manera individual. La conocía del universo de los talleres de Santiago, y la admiraba mucho como escritora. Ordené todo y le mandé la primera versión del manuscrito. Ella me hizo una devolución y cuando le escribí para mandarle la segunda, directamente me ofreció publicarla en Random. Por supuesto le dije que sí, y ahí ya empezamos a trabajarla juntas. Maga es una lectora súper atenta e inteligente, así que fue un placer tenerla de editora.
-¿Por qué elegiste a Maite, la hija adolescente, como narradora de la novela y por qué “debutaste” con una historia de parejas y familias?
-No diría tanto que lo elegí, sino que apareció. La novela es sobre todo una historia de aprendizaje, que tiene que ver con una adolescente llena de preguntas, desilusionada el mundo adulto, enfrentándose a las contradicciones que aparecen cuando crecemos y nos damos cuenta de que no podemos encasillar a las personas en malas y buenas, de que el mundo es mucho más complejo, y está lleno de matices. Ese era un proceso que estaba atravesando yo, y en ese sentido la escritura me acompañó muchísimo. Después, los detalles más circunstanciales fueron apareciendo y los fui tomando y ordenando en función de esta historia. En cuanto a la narradora, me parecía interesante que estuviese todo contado desde su punto de vista, para que el lector la acompañase en esa maraña de preguntas sin respuesta.
"Todos los personajes tienen rasgos de personas que conozco, así que sí, claro, por supuesto que hay rasgos de mis papás en varios de ellos."
-¿Cuánto hay de biográfico en la historia? La novela fue publicada en una colección de autoficción llamada Cerca de la Verdad.
-Hay una temática central en la novela que me atraviesa en lo personal. Yo también soy una chica que creció, que se desilusionó y que tuvo que aprender a vivir con eso. A perdonar, a entender que es posible vivir sin certezas, sin ideas conclusivas. En ese sentido, me parece que toda obra artística, literaria o no, tiene que ser verdadera. No en cuanto a los detalles, a lo anecdótico, pero sí en relación con el sentimiento. Porque si bien hay muchas cosas que pesco de la realidad, después las reordeno para que tengan cierta función y entonces los elementos empiezan a combinarse y a distorsionarse hasta que se despegan de su origen. Al final, el argumento es lo de menos. Por eso me gusta el nombre de la colección: está cerca de la verdad, como cualquier ficción, pero no llega a tocarla.
-El arte (libros, películas, pinturas que apasionan a Maite) es una suerte de aliado o maestro de la protagonista. ¿En tu caso es así?
-Sí, totalmente. Me fascina cómo una obra de arte puede hacerte descubrir o entender algo sobre tu propia vida. Hay una llave ahí, y trato de estar todo el tiempo en contacto con eso. Tiene que ver con abrir la mirada, con aprender a mirar de otro modo, y eso vale para todo. Por eso me interesaba que la protagonista también transitase su paso a la adultez a través de un camino lleno de obras de arte que la ayudasen a ver el mundo de otra manera, más compleja, más abstracta, más ambigua quizás, desde distintos puntos de vista.
-¿Tus padres leyeron el manuscrito? ¿Los personajes tienen rasgos de ellos?
-Sí, claro, ambos leyeron la novela antes de que saliera publicada. Mi mamá leyó una versión anterior; mi papá, solo la versión final. Siempre me aconsejaron mucho en mi camino artístico, los dos, y me alentaron mucho a escribir. Estoy muy agradecida con ambos. Después, en cuanto a los comentarios más específicamente literarios, lo que más tomé de ellos fueron las conversaciones sobre arte en general o sobre otros libros que nos gustaban. Porque cuando leen mis textos, como cualquier padre o madre, se ponen babosos y me dicen que todo está divino. No son críticos. Así que eso es algo que busco en el taller, con mis maestros. Todos los personajes tienen rasgos de personas que conozco, así que sí, claro, por supuesto que hay rasgos de mis papás en varios de ellos; de la misma manera que todos los personajes tienen rasgos míos, de mis amigos o del resto de mi familia.
-¿Cuáles son tus lecturas favoritas? ¿Pensás seguir una carrera literaria o la combinarás con tu trabajo teatral?
-Me gusta mucho leer sobre arte, ahora estoy con un libro de David Hockney que me fascina. También soy muy fan de Alejandro Zambra. Y me gusta mucho leer a mis contemporáneos, a mis amigos, a mis compañeros de taller. Me parece clave para el trabajo esto de leernos entre nosotros. No tengo idea qué va a pasar en un futuro. Por el momento me gusta mucho hacer las dos cosas y trato de sostenerlo. Actúo cuando puedo, porque eso es algo que depende de muchas cosas. Es más difícil de llevar a cabo sola, pero cada vez que se presenta una oportunidad, estoy. Escribir escribo siempre, me resulta inevitable. Eso es algo que llevo conmigo a donde vaya.
-¿Qué aporta tu experiencia teatral a la narradora y viceversa?
-Hay algo en mi estilo de escritura que definitivamente viene de la actuación. Pienso en términos de escenas, me gusta ponerme en la piel de todos los personajes, jugar con las contraposiciones entre lo que dicen y lo que piensan, ir conociéndolos a través de sus acciones. Eso es algo muy del teatro o de la dramaturgia. Ahí no existe el previously, no hay introducción: a las cosas las vas descubriendo, como en la vida, a medida que el personaje se mueve por el espacio. Al revés, creo que para actuar hay algo de la escritura que me ayuda a entender el todo, a tener una visión más general y correrme de mi personaje para entender qué necesita la escena, qué está pasando con los otros, a inventarme un mundo propio que, aunque no se revele, me sirva a mí y sea funcional a lo que tiene que pasar en el escenario.
"Nos enseñaron que nuestro objetivo máximo en la vida era casarnos y formar una familia. Crecí con el cuento del príncipe azul y el juego de la cocinita. Dibujé corazones en mis diarios íntimos, esperando encontrar al chico perfecto. Y después de eso, al lado del príncipe azul, todas las figuras masculinas se quedan cortas."
-Los personajes masculinos de la novela están lejos de ser perfectos.
-La novela narra el vínculo de una chica con los hombres, con diferentes figuras paternas y sexoafectivas. Y creo que a las mujeres, por lo menos a las de mi generación, nos enseñaron que nuestro objetivo máximo en la vida era casarnos y formar una familia. Crecí con el cuento del príncipe azul y el juego de la cocinita. Dibujé corazones en mis diarios íntimos, esperando encontrar el amor perfecto, el chico perfecto. Y después de eso, al lado del príncipe azul, todas las figuras masculinas se quedan cortas. El mundo entero se queda corto, obvio, pero descubrir que el príncipe azul no existe puede ser una desilusión muy fuerte, porque a veces hay mucha expectativa ahí. La novela parte de ese momento y aborda no solo la desilusión, sino también la aceptación.
-¿El feminismo es un eje importante para vos?
-El feminismo siempre es un eje, y si bien no quiero hablar por mi generación, creo que marca una agenda importante. Hay cosas que ya no se toleran y que es necesario cambiarlas de manera urgente. Pero no me parece que tenga que ver con que los varones sean más malos que las mujeres, sino con tener la capacidad de corrernos de ciertos roles, de encasillar menos, de darnos la posibilidad de ser más libres.
-¿Cómo pasás la experiencia de la pandemia? ¿La vida en la Argentina te genera desánimo o esperanza?
-Al principio me pegó bien. Por supuesto, soy consciente de que soy una privilegiada. Tengo una casa, comida, un trabajo que puedo hacer desde acá. Y como tengo un lado un poco antisocial, la obligación de estar en mi casa me liberó. Disfruté de tener tiempo para escribir, para leer, me puse a full a cerrar la novela. Tener un proyecto por delante me salvó. Después, aparecieron el miedo, las pérdidas, la necesidad de ver gente, amigos, familia, de sentirlos cerca. De encontrar una nueva normalidad más amable dentro este caos. La vida en la Argentina me da esperanza. Si no lo hiciera, me iría a vivir a otro lado. Hay mucho por mejorar, y trato de marcarlo y hacer lo que esté a mi alcance para modificarlo cada vez que puedo, pero creo en mi país y confío en la gestión de este gobierno.
-¿En qué trabajás actualmente?
-Principalmente, con Santiago Llach en su Escuela de Escritura y a veces participo en la organización del Mundial de Escritura. Además freelanceo bastante, y cada tanto colaboro en algunos medios. Como actriz, ahora se está por estrenar Terapia alternativa en Star+, donde tengo un personaje chiquito, pero muy divertido, y estoy haciendo Paraguay, un proyecto que amo. Es una obra de teatro que dirigen Lucía Maciel y Paula Grinszpan. Estamos hace tres años en el Cultural Morán. Está mal que lo diga yo, pero de verdad creo que está muy buena.
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