Manuel Vilas: "La pérdida de la confianza en el mundo y de la alegría va a traer sus consecuencias"
SEGOVIA.– Hace algunas primaveras Manuel Vilas (1962) estaba en la Feria del Libro de Madrid firmando ejemplares de sus libros de poesía y de Ordesa (Alfaguara), aquella novela, una pieza de delicada literatura que se convirtió en un suceso editorial. Un hombre esperaba su turno y cuando tuvo frente al escritor rompió en llanto. Intentó hablar, pero no hubo caso. La emoción lo dejó mudo. Una asistente condujo a aquel lector a un banco aledaño y le pidió que garabateara en un papel aquello que Vilas debía escribir en la dedicatoria de su ajado libro. "Consuelo: llama a mamá". Y así lo hizo el narrador. Unos días después, Vilas recibió un mensaje en Twitter de la tal Consuelo: "Ya lo he hecho".
El Hay Festival Segovia, dirigido por la argentina Sheila Cremaschi, se realizó este fin de semana en una edición atípica, donde las ideas y la cultura volvieron a ser las estrellas, en un ámbito de extremo cuidado en un contexto de pandemia, con rigurosas medidas de seguridad (distancia entre los asistentes, toma de temperatura antes del ingreso a cada recinto, transmisión vía streaming de muchos eventos, etc.). En este contexto Vilas habló con LA NACION de la segunda parte del díptico que inicia con Ordesa y se completa con Alegría, novela que lo convirtió en finalista del premio Planeta. Si la primera novela es una carta de amor de un hijo huérfano hacia el más allá, dedicada a sus padres, la segunda es una reflexión sobre la paternidad. Alegría narra la historia de un escritor que ha publicado una novela muy exitosa, su vínculo con sus dos hijos y el recuerdo de sus padres. "Todo ser humano lleva encima el misterio de por qué ha venido a este mundo. El misterio de la maternidad y la paternidad dura pese a que nuestros padres no estén en el mundo, porque ese amor sigue en ti. Ese es un misterio más grande que el de los agujeros negros", explica. A Vilas no le interesa hablar de géneros literarios ni de los grises entre una y otra categoría que definen los corsets estilísticos. Su propósito es conmover a través de una prosa construida con versos tan invisibles como audibles y emotivos.
–Hay un juego cervantino entre Ordesa y Alegría, casi como la Primera y la Segunda parte del Quijote. ¿Lo planeaste así o surgió de modo natural?
–Surgió de manera natural, no porque yo tuviera la ambición de hacer un juego complicado. Me di cuenta a posteriori. Alegría la escribí cuando hacía la promoción de Ordesa, que me llevó por todas partes de España. Me fui encontrando con gente que había conocido a mis padres. Mi literatura es autobiográfica, o con una aspiración autobiográfica, no me invento nada.
–Bueno, hay unos fantasmas en Alegría…
–Quienes han perdido a sus padres saben que hay una charla continua desde el amor, desde lo profundo con ellos, que continúa. En Alegría el personaje soy yo y cuando hay algo que le parece complicado o lo inquieta, invoca a su madre y a su padre para que le ayuden. Don Quijote invocaba a sus grandes héroes de las caballerías. Acá el narrador invoca a su padre y a sus madre, sus héroes.
–La alegría no es lo mismo que la felicidad. Esa es una distinción clara de tu obra.
–La felicidad es un sentimiento convencional y circunstancial. Es una construcción social vinculada al éxito profesional, económico, etc. La alegría es biología pura. Es asocial, es decir, fuera de lo social. Es alguien que se levanta por la mañana y ve que sale el sol, que hay pájaros…
–Hay escritores que a partir de un libro obtienen más fama o prestigio. Creo que lo que has logrado con tus novelas es que los lectores te quieran. ¿Lo sentís?
–Sí. Cuando era crío vi que Gabriel García Márquez había dicho: "Yo escribo para que me quieran". Me quedé pensativo. Cuando crecí me di cuenta de que es verdad que uno escribe para que lo quieran, casi a nivel de amistad.
–En las entrevistas, en las conferencias, hablar de tu literatura es también hablar de tus padres, de tu pasado. ¿Te genera melancolía?
–Me genera pesadumbre, pero lo hago porque es mi obligación. Es mi mundo interior. Ya lo has contado en las novelas y volverlo a contar, genera eso. Por eso sé que este díptico está cerrado. Quería contar mi historia, pero ya está.
–Decís que aquello que llamamos depresión, antes se llamaba melancolía. ¿Cómo vivís este momento de pandemia?
–Me parece el momento más triste de la humanidad, una tristeza planetaria y universal. Estamos viviendo la crisis del cuerpo, de la enfermedad que ataca al cuerpo, pero una enfermedad estaba antes atacando al alma. La pérdida de confianza en el mundo, la pérdida de la alegría, de la vida como algo festivo, va a traer sus consecuencias. El miedo es terrible. En España los datos son sobrecogedores, hay una pérdida del erotismo, las relaciones interpersonales están tocadas. Hay además una oscuridad, no se sabe bien qué es este virus. Los científicos necesitan más tiempo. Hay una urgencia política, pero los tiempos de la ciencia no son los tiempos de la política. Todo esto genera una sensación de distopía muy triste.
–¿Y como escritor en particular? ¿Cómo afecta a tu escritura?
–He visto que los escritores tienen distinto grado de vivencia de la pandemia. Yo soy escritor porque amo la vida y la vida está ahora hecha una mierda. Mi "negocio", mi dedicación profesional, es la exaltación de la vida y la vida está destrozada. La literatura sigue siendo un recordatorio de que la vida no puede ser lo aquello que tenemos por delante. Hay una idea que tengo y que ojalá que no sea así, que el virus no laya venido para quedarse, y de que quizá seamos nosotros los últimos que vivamos la Edad de Oro. Imagínate que esto se queda así: "¿Usted fue joven antes de marzo de 2020? ¿Usted vivió la época en la que le gente estaba en los bares?
–Elvira Lindo decía en una conversación en el Hay Festival decía que "estar alegre hoy es casi una obligación". ¿Estás de acuerdo?
–Sí. Kafka dijo en sus Diarios que "La alegría es un derecho". Es un derecho y una obligación. Todo el mundo tiene la obligación de contribuir para que intentemos vencer esto.
–La música recorre toda tu obra, no solo en las menciones a los compositores, sino que tu prosa tiene una musicalidad, un ritmo, un estilo muy particular, que bebe mucho de la poesía.
–En toda mi literatura hay una intención de que el lenguaje esté al servicio de una especie de sonoridad que tiene que ver con mi idea de la música. Me gusta todo tipo de música: el pop, la música clásica, etc. Soy melómano. Sin música, como decía Nietzsche, la vida sería un error. Hay mucho sentimiento poético en lo que escribo. En mis novelas pareciera como si se hubiese democratizado la poesía, porque la poesía es un género que no llega a todo mundo. Lo he hecho hábilmente, porque se entra en un territorio donde la poesía es muy importante. Mis novelas son una especie de trampa donde reina aquello que se llama poesía. La gente no quiere hoy saber nada con poemas.
–En Twitter mencionabas que los escritores no tienen por qué ser inteligentes. ¿Qué quisiste decir?
–Luego lo pensé mejor. No creo que un escritor tenga por qué ser un doctor en no sé qué, ni siquiera tiene que haber ido a la universidad. El negocio de un escritor es la vida y la vida pide pasión. Los escritores no tienen por qué ser grandes conciencias sociales ni tener una inteligencia preclara. Están al servicio de la vida, caótica, maravillosa, impredecible. Escribir una obra literaria no es un cometido intelectual. Puede tener una parte intelectual, pero lo importante es ver la vida representada en ese texto y que nos toque el corazón.
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