Manuel Dorrego, amado y odiado por igual
Su nombre continúa suscitando discusiones, adhesiones o impugnación apasionada; para la mirada actual, fue un hombre atravesado por su época, en cuyas acciones políticas podrían encontrarse algunos aspectos claves de los difíciles comienzos de nuestro país
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Manuel de Rosas llora. No oculta sus lágrimas, todos pueden ver que el gobernador está llorando. La voz vibra mientras alaba la trayectoria del difunto y arroja una guirnalda sobre su tumba para concluir la ceremonia. La multitud observa, rodeada de banderas enlutadas. Los uniformes del ejército y la milicia otorgan alguna regularidad a una imagen variada, ya que cientos de personas, hombres y mujeres, ricos y humildes, se apretujan sin orden en el cementerio del Norte para este acto final de la larga jornada. Antes, algunos ciudadanos condujeron a pulso el carro con el féretro desde el fuerte hasta la catedral; dos caciques llegados de la frontera y cincuenta mendigos –que el gobierno vistió para la ocasión– lo escoltaron en el breve periplo, mientras cañonazos y descargas de fusil creaban una atmósfera solemne. En el interior, la orquesta ha interpretado el Réquiem de Mozart. Termina la misa y luego sí, en marcha hacia la Recoleta para el último homenaje. Nunca, lo destacan todos, se ha visto algo así en la ciudad. Es el 21 de diciembre de 1829 y Buenos Aires saluda a quien ha sido su gobernante, asesinado un año antes. Se despide del líder federal, del “padre de los pobres”. Le dice “adiós, adiós para siempre” a Manuel Dorrego.
Indudablemente, solo un personaje excepcional puede generar semejante conmoción en sus exequias. Y eso fue Dorrego: revolucionario, guerrero de la independencia, promotor del republicanismo, exiliado, dirigente popular, demócrata convencido y referente del federalismo. Impetuoso en sus actos, provocador en sus escritos y discursos, querido y odiado como pocos de sus contemporáneos. Dejó su impronta en un país que se estaba formando. Vivió su vida a puro vértigo, por sus rasgos personales y porque la época, marcada por la revolución, lo empujó a hacerlo. Arriesgó permanentemente, ganó y perdió. Su fusilamiento provocó una guerra decisiva. Su recuerdo fue cantado en los fogones. Su vida, y su muerte, apasionan todavía hoy.
Dorrego es uno de los pocos personajes federales que ingresaron en el panteón de héroes nacionales. En todas las principales ciudades del país, por ejemplo, hay desde hace décadas calles con su nombre, lo cual no ocurrió con otros paladines de ese movimiento. Su figura ha estado muy presente en la memoria pública, en los discursos de distintas fuerzas políticas y también en el arte a lo largo de la historia argentina, con mayor o menor intensidad de acuerdo al momento.
Por supuesto, también los historiadores le dedicaron una atención considerable. Desde el siglo XIX se publicaron al menos 26 biografías –ya un año después del fusilamiento su compañero político Pedro Cavia escribió la primera– y recopilaciones documentales centradas en él. Existen además otros 14 libros y numerosos artículos que abordan aspectos parciales de su vida, lo cual lo convierte en una de las figuras argentinas más visitadas por la historiografía, porque además todas las historias generales del país o de esa época le dedican unas páginas. De aquellos 40 libros que lo tienen como protagonista, nueve fueron publicados entre 1998 y 2011, lo cual muestra que el interés por Dorrego se ha mantenido e incluso incrementado.
¿Por qué escribir otra biografía, una más, sobre un personaje que ya fue tan discutido, tan explorado? Considero que faltan elementos por esclarecer de su trayectoria y espero que esta obra ayude a conocerlos. Asimismo, se presentan aquí hipótesis nuevas sobre algunos aspectos centrales de la vida de Dorrego. Finalmente, creo que como dijo un gran historiador, “la historia tiene que ser reescrita en cada generación porque, aunque el pasado no cambia, el presente sí lo hace”, y entonces las preguntas se transforman. Analizar a Dorrego desde la actualidad es estimulante tanto por el regreso de debates acerca del siglo XIX argentino en la escena pública, como porque es posible revisar su vida a la luz de distintos hallazgos que hicieron los historiadores en los últimos años sobre su época, que permiten pensarla de modos novedosos.
No oculto mi simpatía por Dorrego –me parece difícil investigar una vida en profundidad sin sentir atracción o rechazo por la persona estudiada– pero este libro no es una hagiografía, una celebración, como ha ocurrido con antiguas obras que lo plantean como un héroe sin mácula, buscando disimular los hechos menos felices que protagonizó o justificándolos para defenderlo. Mi intención, en cambio, es comprender a Dorrego en la sensibilidad y las luchas de sus días, recobrar su intensidad como individuo, explorar cómo combinó sus ambiciones personales con causas colectivas, cómo percibió la revolución que condicionó su existencia y también qué le aportó a ella; explicar cuáles fueron las experiencias en las que modeló sus ideas y sus formas de hacer política, por qué fue tan querido y tan detestado, cómo se convirtió en un líder, cuáles fueron las causas de su fusilamiento y por qué su muerte tuvo tanto impacto. Seguirlo en su permanente movilidad, aprovechándola para iluminar brevemente cómo eran los escenarios en los que le tocó actuar: de Buenos Aires –ciudad natal y eterno punto de retorno– a Santiago de Chile; Tucumán, Salta y Jujuy; la Banda Oriental y Santa Fe; Jamaica y Baltimore; Santiago del Estero y la recién nacida república de Bolivia. Entenderlo en su época. Y dilucidar aspectos de ella a través de su derrotero vital.
Para lograr esos objetivos tomé, por supuesto, información presentada en varias biografías anteriores y también acudí a los aportes de textos sobre aspectos más específicos de Dorrego.Intenté asimismo corregir ciertos datos erróneos que fueron repetidos de libro en libro. [...]
Al comenzar a investigar a Dorrego fui incorporando otros aspectos de gran interés, como la relación con su padre portugués, su opción por la revolución, su papel de militar exitoso en el combate, innovador en estrategia e indisciplinado con sus superiores, su responsabilidad en los desmanes porteños cometidos en la Banda Oriental y Santa Fe, lo que ocurrió en su poco conocido exilio estadounidense y la influencia que recibió de las ideas jeffersonianas que allí primaban, sus diferentes posicionamientos en los escenarios políticos porteños, su concepción de la república y de la democracia, su liberalismo y su defensa de un proteccionismo agrario, su anticlericalismo y su recelo hacia los extranjeros, su actuación parlamentaria y periodística, su relación con personajes clave como Belgrano, San Martín, Pueyrredón, Rosas y Bolívar, sus dificultades económicas, lo poco que se puede reconstruir de su vida familiar, y los pequeños episodios que protagonizó cuando intervino públicamente. Y, de modo central, qué concepciones sobre el federalismo defendió cuando lo propuso como régimen alternativo al unitario para organizar el país.
En Manuel Dorrego. Vida y muerte de un héroe popular (Edhasa, 2014), de Gabriel Di Meglio
PARA SABER MÁS
El fusilamiento de Manuel Dorrego, ocurrido el 13 de diciembre de 1828 y detonante de sangrientas confrontaciones, luego se convertiría en tema de numerosas producciones artísticas. Por ejemplo, una de las primeras películas mudas argentinas: El fusilamiento de Dorrego, de Mario Gallo, estrenada en 1908. También está la obra El romance de la muerte de Juan Lavalle, escrita por Ernesto Sabato y musicalizada por Eduardo Falú en 1965, donde aparece la trágica oposición entre Dorrego y Lavalle.
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