Aunque tenía una altura normal para su edad, el mejor basquetbolista argentino de todos los tiempos vivió con angustia su etapa juvenil; medía su crecimiento a diario en muebles y paredes, hasta que pegó un estirón tardío, con el que alcanzó 1,98 m
Por entonces, la altura de Emanuel ya era una preocupación cotidiana, y no solo para él, sino también para su familia y buena parte de su círculo más cercano. Manu deseaba llegar a la altura que tenían sus hermanos a su misma edad. Pensaba que su estatura y su peso no eran compatibles con los de un jugador de básquet con pretensiones como las que él tenía. "Tenía una obsesión con eso. Miraba a sus hermanos y se veía más bajo. Eso fue así hasta que finalmente pudo pegar el estirón", cuenta Yuyo. Pero hasta que llegó ese momento, corrió mucha agua debajo del puente. "Recuerdo que Manu tenía pegada en la heladera una dieta que le daba el profesor para que estuviera mejor –dice Fernando Piña, otro de los testigos de la ansiedad de Manu por crecer–. Era algo así como una mezcla de banana, leche, licuado… y con unos productos de hígado disecado que eran un asco. Y él se lo tomaba. Si le decían que se tenía que comer una vaca para poder volcar la pelota, era capaz de comérsela…".
Esa obsesión lo llevó a intentar un registro casi diario de su crecimiento. El principal lugar elegido –porque hubo varios– fue una pared de la cocina de su casa. El modelo no fue otro que Cecil Valcarcel, el compañero de Sepo y Leandro, que medía dos metros. Una vez colocado Cecil contra la pared, se registró con un fibrón la primera marca que sirvió de referencia. La que se convirtió en la aspiración máxima de Emanuel. Debajo de ella quedaban las marcas de Leandro y Sebastián. Y mucho más abajo, la de Manu. "Con ese tema estaba preocupado –dice Cecil–. Si bien no hablaba mucho, con eso de la marquita en la pared lo demostraba. ‘Tac, tac, tac, tac… Y no… su marca casi no se movía… Yo me decía que si llegaba a tener la altura de Leandro, aun siendo flaco, la podría romper en la Liga, que era su máximo deseo. Pero nunca creí que podría llegar adonde finalmente llegó."
El Huevo Sánchez y Sergio "Oveja" Hernández tenían una visión similar. "Nunca creí que Emanuel llegaría a ser un ‘monstruo’ –asegura Huevo–. De altura pensé que sería como la madre… así, medio retacón. Yo lo veía a los 14 años y no tenía una estatura como para ser un gran jugador". Y Oveja coincide. "El que diga que en esa época podía imaginar que alcanzaría el nivel de juego al que llegó está mintiendo." El tema, claro, era que no crecía lo suficiente. Si alguna otra opinión autorizada faltaba en este tema, era la palabra del papá Yuyo. Con total sinceridad, afirma que "la gente del club me decía que sería el mejor de los tres. Pero la verdad es que yo no lo veía como para decir ‘va a ser el mejor’. Pensé que podría llegar a tener el mismo nivel que los hermanos. Y así concretar su máxima aspiración, jugar la Liga Nacional".
La obsesión de Manu por su estatura ya generaba por entonces más que preocupación en sus padres. Yuyo temía que finalmente el tan ansiado estirón no llegara""
La preocupación cotidiana de Manu por su altura tenía otros puntos de referencia. Uno de ellos estaba en la casa de los abuelos maternos. El armario de madera en el living de Constatino y Adelia padecía también las marcas de Manu para controlar su altura. Constantino, que seguía cuidando su huerta y sus animales, miraba con ternura y comprensión la "idea fija" de su nieto sin importarle si el mueble quedaba rayado. Los deseos de sus nietos siempre fueron más importantes que cualquier asunto material.
Otro de los lugares donde verificaba si crecía o no algunos centímetros era el gimnasio. En alguna época coincidió con Luis Decio en los horarios y entrenaban juntos. "Aprovechaba la distancia entre una de las máquinas y la pared para corroborar si llegaba a tocar la pared con la cabeza. Eso lo hacía constantemente."
La obsesión de Manu por su estatura ya generaba por entonces más que preocupación en sus padres. Yuyo temía que finalmente el tan ansiado "estirón" no llegara, cosa que, evidentemente, frustraría a Emanuel. Es que, a los 15 o 16 años, Leandro y Sebastián ya habían alcanzado una altura importante y tenían casi la misma estatura cuando marcharon a jugar la Liga Nacional. Leandro llegó a 1,88 y Sepo, a 1,90 metros. Sergio Hernández, que por entonces trabajaba en Sport Club de Cañada de Gómez pero no dejaba de ir a Bahía Blanca y a la casa de los Ginóbili, presenció muchas veces esas mediciones. "Manu llegaba y le pedía a Yuyo que lo midiera. Y Yuyo, transpirando, iba y lo medía. ‘¿Y, papi?’, preguntaba Manu. Nada. Estaba igual. No crecía. Y Manu que se iba a su habitación, solo… No abría la boca pero no hacía falta demasiada imaginación para darse cuenta de que se iba amargado, frustrado. Yuyo me decía: ‘No sabés el problema que voy a tener yo con este chico… porque él no es como los hermanos. Su sueño es el básquet, su vida pasa por el básquet. Tengo miedo de que se frustre tanto…’."
Fragmento del libro Manu. El cielo con las manos (Aguilar), de Daniel Frescó
Desde el día que nació hasta sus triunfos en la NBA y en la selección de básquet, un relato minucioso de su vida, sus inicios en el deporte y su camino al éxito, con anécdotas y testimonios de familiares, amigos y entrenadores que lo conocen en la intimidad.