La compañía del Teatro San Martín sorteó el impedimento del contacto físico, un contrasentido para la danza, y continuó la creación con la complicidad de tecnologías que llegaron para quedarse
Podrá no haberle cambiado la rutina ni una coma al escritor, o al pintor, que en solitario refugio sigue con su tarea. La imperiosa indicación #QuedateEnCasa –tendencia contagiosa que después de 80 días suena ya como una radio que se va quedando sin pilas– alcanza a todas las personas por igual, pero no afecta a los artistas del mismo modo. Algunos pueden afrontar el contexto sin ver afectada la continuidad de su obra, sin embargo para otros es impensado el distanciamiento físico que resulta tan necesario para desacelerar la propagación de un virus. Probablemente los bailarines, cuyo cuerpo, con el movimiento y el espacio se combinan en la acción, son los que más difícil tienen la posibilidad de continuar su camino durante la cuarentena. Por eso sorprende cuando una compañía de danza, más de treinta intérpretes, directores, asistentes, coreógrafos, pianistas y técnicos continúan en la tarea diaria, montando obras que hubieran subido al escenario, y, más aún, concibiendo nuevas piezas que de a poco van dejando de ser un acto reflejo de la emergencia. Es que "la creatividad no podría nunca ser encerrada. Dejaría de serlo, se disiparía. La que quedó encerrada es la actividad", como dice Oscar Araiz.
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín es el protagonista de esta historia; un elenco muy reconocido por su trayectoria, por la calidad de sus espectáculos y, sí, también por su versatilidad. Con la misma ductilidad que se adaptan a los estilos diferentes de los coreógrafos que van pasando por sus salones cada temporada, supieron ahora acomodarse a una pandemia con características más allá de lo imaginable.
Todos las mañanas, los treinta y tres se conectan para tomar las clases de técnica. No faltan, aunque el piso del living no sea el apropiado. Usan como barras improvisados marcos de ventanas, bibliotecas o sofás. La colorida viñeta doméstica no serían nada: están atestadas las redes sociales de bailarines de todo el mundo que muestran cómo se entrenan. Ellos, en cambio, asisten al mismo salón virtual y, luego, siguen una hoja de ruta que puede, por ejemplo, convocarlos a terminar el montaje de una obra. Ese fue el caso de Boquitas pintadas, el primer trabajo remoto que desafió a este equipo capitaneado por Andrea Chinetti y Miguel Elías.
La pieza de Araiz y Renata Schussheim, creada en 1997 sobre el folletín con el que Manuel Puig perseguía al filo de los años setenta una literatura popular, tenía previsto su estreno en mayo. Desde el día uno de la cuarentena el Ballet Contemporáneo decidió continuar los ensayos. Un "novedoso" programa para computadoras, tabletas y celulares –cuya estética a cuadritos es ya un signo de este tiempo– hizo que todos abrieran esa ventanita y dejaran entrar las indicaciones del coreógrafo, del mismo modo que a través de ella retribuyeron su arte. No quedaron aislados, ¡Menos quietos! "La herramienta digital viene a mitigar la interrupción del proceso. O sea que le puso anestesia al bajón de energía que se había generado –sigue Araiz–. Eso no impide que la furiosa aplicación de Zoom y sus hermanas no colaboren en la creación de nuevos lenguajes y posibilidades de juego. Aunque soy curioso, no sé si eso representa para mí tanto interés. Como vengo de tiempos idos por escenarios y otras convenciones, la falta de convivio me produce algo que se parece al dolor del hambre".
El cuerpo de Araiz les habla a través de la cámara; el coreógrafo –uno de los máximos referentes de la danza contemporánea y fundador de esta compañía hace más de cuatro décadas– se acerca a la cámara, frunce un poco el ceño y entrecierra los ojos con los lentes puestos. "Lo que hace el acento del final es la mano, no la cabeza", marca; "la novia no es tan agachada", corrige; "escupan el movimiento junto con la voz", enseña. Ve cada detalle. Del otro lado están, por ejemplo, Brenda Arana y Rodrigo Etelechea, como Nené y Juan Carlos, los personajes principales de esta historia. Son también una de las tres o cuatro parejas en la vida real que le dan a la compañía confinada la posibilidad de hacer algunos dúos entre tantos solos. Novios desde el año pasado, para ellos la convivencia era una exploración reciente cuando se cerró la puerta. Él, de Chaco, va por su cuarto año en Buenos Aires y cumplió los 30 en cuarentena; ella, de 25, proviene del taller de danza que es el semillero natural de la Ballet.
"Lo que se está haciendo es un enriquecimiento a futuro. Se creó un compromiso muy fuerte para no dejar el espacio vacío"
En el patio de la casa de Brenda y Rodrigo, sobre la calle Charcas, la mejor luz para trabajar está al mediodía. A esa hora, un fotógrafo los retrata en la intimidad de una danza donde tienen permitido tocarse. Son privilegiados: la cercanía, el roce de los cuerpos, es lo que más se extraña en una disciplina eminentemente física. Además de Boquitas pintadas –desde ayer puede verse un registro work in progress en YouTube y el portal Cultura en casa –, los dos participan de otro proyecto en el que trabajan todos los bailarines del Contemporáneo con Diana Theocharidis. "Se trata de utilizar el espacio donde vivimos para convertirlo en paisaje, en nuestro propio escenario. La coreógrafa nos mandó unas secuencias de video y tenemos que adaptarlas al lugar que habitamos", cuentan. Y hay más. Principalmente un grupo de seis trabajó en estos días en un proyecto para Canal Encuentro, con el patrocinio de Unicef, que busca generar conciencia sobre el grooming (una misión muy oportuna en este contexto de conexión extrema).
Nada de todo esto –ni las clases, ni Boquitas, ni ese otro corto inspirado en Los amantes y otras obras del surrealista René Magritte– hubiera dado un paso adelante si en aquel instante en que les comunicaron "vamos a entrar en cuarentena" Chinetti y Elías no se hubieran mirado con la urgencia que puede sentir el director de un ballet frente al temor por la quietud. "Acción", pensaron enseguida. Andrea recuerda ese envión inicial hacia esta extraordinaria actualidad que llevan. Y recuerda también una pequeña anécdota: el año pasado, habían recibido un video con la propuesta de hacer una obra en la que todos los intérpretes usaran barbijos. A primera vista le dio impresión.
Ver esta publicación en InstagramUna publicación compartida de balletcontemporaneotsm (@balletcontemporaneotsm) el
"Todo este cambio fue bastante sorpresivo y nos invitó imperiosamente a abordar otros mecanismos. Cambió el ritmo, claro, que no quiere decir que haya bajado. Al contrario, tal vez hasta pasemos más tiempo trabajando porque estas plataformas llevan un tiempo de adaptación", evalúa Miguel. Lo primero que produjeron para redes sociales tuvo que ver con quedarse en casa, cuidarse, usar los tapabocas, pero con los meses fueron tomando distancia; producir un hecho artístico más allá del aislamiento fue un segundo paso.
¿Cuánto de ese material que se ve en las pantallas sería valioso si recuperásemos la "normalidad"? Se los escucha seguros cuando responden en la videollamada que decididamente estas formas de producción van a sumarse a la actividad tradicional. "Todo esto es un enriquecimiento para lo que podamos hacer a futuro. Se creó una comunicación interna y un compromiso muy fuerte para seguir, no dejar el espacio vacío", evalúa Elías. "Claro que todos quieren subirse al escenario ya: no es lo mismo bailar en el balcón que en la sala Martín Coronado. Pero estamos orgullosos de lo que están haciendo", completa Chinetti.
Retomando a Araiz: "Si hoy estamos privados de algo es de la posibilidad de sacar una conclusión. ¿Es que ya le pusimos final? ¿Ya pasó? ¿O será que solo está comenzando? Boquitas está en el estante. Sabe guardarse bastante bien. Le caerá un poco de polvo. O se despertará convertida en otra cosa. La sensación de metamorfosis es general. Incluso ignorando qué bicho nacerá. Un poco ingenuamente espero que sea un bicho mejor, o más bueno, o más bello (aunque en el proceso atraviese monstruosidades que, por ahora, llegan solo por la tele, como la furia en Nueva York o Chicago). La capacidad de soñar no está encerrada, y suele representar el primer paso de una nueva existencia".