Manguel empieza a despedirse
Los libros que acumuló en dos años y un poco más ya los mandó al mismo depósito canadiense donde duerme en cajas su enorme biblioteca francesa ("francesa" no porque incluya libros en francés sino porque su ubicación era un presbiterio de piedra al sur del valle de Loira). Tras el anuncio, hace exactamente un mes, de su alejamiento del cargo de director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel empieza a despedirse de Buenos Aires, probablemente para siempre.
Anteanoche, el Fondo Nacional de las Artes le hizo una despedida en la casa que fue de Victoria Ocampo en la calle Rufino de Elizalde. Si se le pregunta quién reemplazará a Manguel al frente del área de letras, Carolina Biquard, presidente del FNA, da una respuesta elusiva y de la mayor cortesía: "Manguel es irremplazable". Lo es, ciertamente. Estaban allí varios viejos conocidos, entre ellos Vlady Kociancich y Edgardo Cozarinsky, y otros amigos de este breve tiempo.
Justamente eso prefiere hacer Manguel estos días: reunirse con amigos y seguir trabajando. Hasta el día mismo en que se vaya, tendrá firma y eso permitirá asegurar la continuidad de los programas y actividades ya comprometidas, entre ellas la visita de Salman Rushdie, en noviembre.
Antes de la despedida, y eso fue algo de lo que también se habló en la reunión de la calle Rufino de Elizalde, Manguel volvió a recibir el resentimiento de la gestión saliente. Ya hace un tiempo, el exdirector Horacio González había escrito una diatriba en un imperceptible sitio de Internet (allí afirmaba, verbi gratia, equivocadamente el cierre del Museo del Libro y de la Lengua). Esta semana, lanza en ristre, volvió a la carga en otro escrito, firmado en colaboración con María Pía López y publicado en El cohete a la luna, el house organ digital del kirchnerismo en el llano que administra Horacio Verbitsky. Es claro que los modelos de gestión pueden discutirse (aunque no parece del todo decoroso que el director saliente hable del director entrante, aunque hay que reconocer que esta costumbre es cabalmente argentina), pero eso no autoriza la infamia ni la injuria venenosa (un craso arte de injuriar) que destila el artículo.
Un ejemplo, entre muchos. Cuando Manguel reeditó Borges, libros y lecturas, el excepcional trabajo de Laura Rosato y Germán Álvarez -proyecto que, todo sea dicho, no solamente continuó sino que expandió- agregó un prólogo nuevo pero conservó, nada más justo, el muy buen prólogo original de González. Fue una lección interesante para quienes (como González) apoyaron un gobierno que eliminó la firma de Ernesto Sabato en el prólogo original del Nunca Más -no les caía bien las llamada "teoría de los dos demonios" que allí se sustentaba- y esto para no machacar con la conocida intención del exdirector de desaconsejar que Mario Vargas Llosa abriera la Feria del Libro en 2011. Quedará para más adelante hacer el censo de las donaciones de bibliotecas particulares que, desde ahora, estarán en Biblioteca Nacional. Basta con consignar tres o cuatro: Roberto Juarroz, Alberto Girri, José Emilio Burucúa (una biblioteca en verdad en varias generaciones), Elizabeth Jelin. Hay que decir que fue por Manguel -del mismo modo que otras llegaron por González- que esos archivos y bibliotecas descansan en la Biblioteca Nacional.
Cuando vuelva a Nueva York, el lugar de residencia que dejó para hacerse cargo de la Biblioteca Nacional, Manguel se va ocupar de sus cuidados médicos y, como cualquier persona culta, de leer, ir a conciertos y, si le gusta, al teatro. Quedará para más adelante su esperado libro sobre Maimónides. "Mirá lo que quedó", dice un tango de Enrique Cadícamo. ¿Y qué quedó? Manguel logró dirigir la Biblioteca Nacional en el fuego cruzado de la política y la convirtió en algo mucho mejor de lo que era. Y una cosa más: "Me quedo con unos cuantos amigos", suele repetir. No está mal. Es el mejor souvenir, si esta palabra se entiende en un sentido nada banal.