Malvinas: lo que las nuevas generaciones no conocen de la vida cotidiana en las islas
A casi cuarenta años de la guerra, un joven periodista hizo un viaje para contarles a los que nacieron después de 1982 todo “lo que ignoramos” sobre ese capítulo de la historia argentina
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En marzo de 2018, Nicolás Scheines (Buenos Aires, 1988) viajó a las islas Malvinas con una idea fija: acercarse lo más posible a la vida cotidiana en ese territorio remoto que fue escenario de una guerra hace casi cuarenta años y que se recuerda todos los 2 de abril en actos políticos, militares y escolares, pero del que no se habla en profundidad. Así nació el libro Una semana en Malvinas. Crónica de unas islas (casi) desconocidas, publicado recientemente por OyD Ediciones.
Definida por el autor como “una crónica de un viaje: una aproximación a las Malvinas, esas famosas islas de las que ignoramos casi todo”, el punto de partida es el desconocimiento de la mayoría de los argentinos (en especial, de los nacidos después de la guerra) sobre cómo es la vida en las islas. Pero también cuál es su historia: qué pasó allí desde el primer desembarco local hasta la toma de posesión británica y desde entonces hasta el 2 de abril de 1982, entre otros temas que no generan mayor interés por fuera de la efemérides obligada o la frase “Las Malvinas son argentinas” que aparece en afiches, remeras y banderas.
“¿Por qué no sabemos nada de la vida en las islas Malvinas, en especial los que nacimos después de 1982?”, se preguntaba Scheines desde tiempo atrás cuando lo habían convocado para colaborar en el libro de un excombatiente. Con millas de LATAM a favor, armó un viaje en plan vacaciones acompañado por su novia, que quería fotografiar pingüinos. El dato no es menor: en la playa Volunteer Point, de la isla Soledad, se encuentra la mayor concentración de ejemplares de una especie única, los pingüinos Rey. Es otro de los tantos datos desconocidos de las Malvinas.
Lo primero que impactó al aterrizar en las islas (el único vuelo desde Argentina sale del aeropuerto de Río Gallegos) fue comprobar que la base militar británica Mount Pleasant es enorme, tiene casi el mismo tamaño que la ciudad de Stanley (Puerto Argentino), ubicada a 43 kilómetros. Ya antes de bajar del avión les avisan a los visitantes (excombatientes y civiles que viajaron por distintas razones: hacer senderismo, dar una charla académica y festejar un cumple de quince) que está prohibido sacar fotos.
En el libro, que está estructurado como un diario de viaje narrado día a día, cuenta el primer contacto oficial con Malvinas: “Recibimos las advertencias de rigor, junto con un pequeño folleto que las resume: guardar 25 libras en efectivo para salir de las islas, no exhibir banderas argentinas, demostrar respeto en cementerios, no llevarse nada de los lugares de batalla”. También comprobaron que los no isleños que trabajan con el turismo son chilenos.
“Todo fue motivo de sorpresa y de conmoción porque creo que no estamos preparados para ir a Malvinas. Me impactó darme cuenta lo poco que sabía sobre un tema del que supuestamente sabemos mucho. Me impresionó, por ejemplo, ver que no hay nada plantado ni cosechado, es un terreno virgen, al que ellos llaman ‘camp’. Esa tierra desolada debe ser lo más parecido a lo que vio Charles Darwin en 1833. También me llamó la atención que no miran hacia el mar, como en la Argentina. Es una isla y prácticamente no tiene relación con el mar. El transporte interno es por ruta o por aire; solo hay un ferry que cruza el estrecho pero no hay embarcaciones circulando frecuentemente ni nada por el estilo”, explica.
Otro punto que resalta Scheines es que al haber pocos habitantes (poco más de dos mil personas) en un territorio muy extenso viven aislados: “No tienen relación con su vecino más cercano y para ellos, sus vecinos son Chile y Uruguay, que están muy lejos. Eso hace que la vida en Malvinas sea más parecida a la de la isla Ascensión o cualquiera de las que hay en el Atlántico que a la de un patagónico o un fueguino”. También le llamó la atención que en sus caminatas por la ciudad y en las visitas a sitios como el museo, las iglesias, el centro no se vean isleños. “Es raro encontrarse con un autóctono, que los hay (de hecho, la mitad de la población nació en las islas y hay varios que tienen hasta ocho generaciones). Pero no se los ve. Te sentás en un restaurante y te atienden, en general, mozos chilenos; vas a un supermercado y te atiende un filipino; vas al bar y los cantineros son santahelenos. Los locales están en sus casas o en el campo trabajando con el ganado ovino o manejando el detrás de escena: desde el gobierno hasta las licencias de pesca, que son su principal fuente de ingresos”.
Un buen ejemplo de esta presencia invisible fue descubrir, en el viaje de regreso, que había salido un artículo de opinión en el periódico local donde la editora del medio criticaba a “los isleños que hicieron de la relación Malvinas-Argentina «su entretenimiento, su trabajo, su vida»”. Scheines comprobó al partir que el contingente que pasó una semana en Malvinas había sido observado, pero nadie se había dado cuenta. Parece que, arriesga el autor, “ellos no habían parado de mirarnos a nosotros, de hablar de nosotros y de intercambiar opiniones sobre lo que hacíamos o dejábamos de hacer”.
“Aunque pasaron 40 años de la guerra, quedó una herida abierta que no se resolvió. Me parece que hay una especie de negación y un bloqueo con el tema que se cristaliza en la imagen romántica de las islas en el mapa, pero como si no fueran más que una forma. Pero eso no es Malvinas: es un territorio, una historia, el mar que las rodea, que hoy está siendo arrasado por las factorías de España, Japón, China”, dice Scheines, que también es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires.
Al regresar a Buenos Aires y empezar a contar lo que vio y aprendió en apenas siete días, Scheines advirtió cierto interés por conocer los detalles de la vida cotidiana. Así surgió el libro. “Me di cuenta de que en mis relatos y en mis anécdotas había algo que no sabíamos: cómo es la población, qué comen, de qué viven. ¿Sabías que viven de la pesca pero no pescan? Capaz que lo hacen por deporte, pero no como medio de vida: en una semana yo solo vi a dos o tres pescadores”. Como detalla en el libro, le sorprendió también que el pescado casi no forme parte de los menús de los restaurantes: “Las cartas no ofrecen pescado fresco, casi como una herencia gaucha oculta, la idea de que solo es carne la que proviene de un animal de cuatro patas, preferentemente cazado en forma salvaje: casi todo tiene carne de cordero o de vaca”.
Scheines propone “pensar Malvinas nuevamente”. “Es el desafío del libro y el planteo que hago a las generaciones siguientes. Los chicos de la guerra hoy tienen alrededor de 60 años y en algún momento ya no van a estar. Nos toca a nosotros, los nacidos después del ’80, pensar el tema así como también les tocará repensar la relación con los vecinos a las nuevas generaciones de isleños”.
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